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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO XIV

19 septiembre, 2019

LA GRACIA DE PREDICAR

Si cada santa o santo dominicos manifiestan con fuerza un aspecto de la espiritualidad de santo Domingo de Guzmán, vivir a fondo la gracia de la predicación fue uno de los elementos más característicos y notables de la vida y misión de san Francisco Coll. «Pasión por Cristo, pasión por la humanidad» podría haber sido su lema, puesto que vemos cómo, habitado por un fuego de Dios, buscaba todos los medios para alcanzar el corazón humano con el mensaje de Vida.  Es difícil imaginar hoy el impacto que su predicación provocaba en la gente, pero lo que queda muy claro es que él no se predicaba a sí mismo. Evitando el lucimiento personal, las palabras altisonantes, los discursos armados, apelaba a llegar  a la persona como un todo, para que la Palabra tocara su razón, sus afectos, su conversión profunda.

Con expresión directa y palabras sencillas pero movilizadoras, con el lenguaje de la experiencia, aprendido en su continuo contacto con la gente del pueblo. Escuchemos cómo lo describe, al estilo de la época, un sacerdote que se cuestiona sobre la forma de predicar[1]:

«Orgañá, 12 de agosto de 1849.- Mi carísimo amigo: te supongo ansioso de saber qué efectos ha producido en este país la santa misión … Pasma en realidad, asombra ver cómo el celo de un apóstol inflamado en el amor divino triunfa de todos los obstáculos … todo lo conmueve, todo lo vivifica, todo lo transforma; en una palabra, es verdaderamente cosa digna de admiración que la divina palabra, esa palabra que en boca de tantos sabios y maestros de elocuencia no es más que un sonido, un aire vano… sea no obstante espada tan penetrante, fuego tan abrasador, medicina tan eficaz en los labios verdaderamente evangélicos.

¡Ah!, ¡qué lección ha dado el P. Coll a los oradores sagrados!…¡cuántas veces al oír yo a nuestro apóstol evangelizando desde un balcón, y con un fervor sobrehumano, las palabras de vida eterna a un gentío inmenso, al contemplar aquella infinidad de corazones de tan diferentes clases, arrobados todos y pendientes de sus labios… al ver ostensiblemente reflejadas en el semblante de los oyentes las diversas emociones que sucesivamente iban experimentando en su interior según el asunto, giro, tono y maneras del predicador… cuántas veces, repito, al agolparse estas ideas a mi imaginación, exclamaba extático dentro de mí mismo: «éste, éste será el verdadero modo de predicar, porque éste, y únicamente éste, es el que gana las almas para Dios». ¡Ojalá nos penetráramos bien todos los predicadores, especialmente los jóvenes, de esta importante verdad! ¡Ojalá supiéramos desprendernos de esas flores y estilo hinchado que al fin no hacen otra cosa que hincharnos de vanidad y orgullo! ¡Ojalá fuera más humilde nuestro hablar, ya que comúnmente hablamos a gentes humildes! ¡Ojalá, en fin, que no nos propusiéramos otro objeto, en el desempeño de este sagrado ministerio, que la mayor gloria de Dios y el bien de nuestros prójimos!…

¡Qué espectáculo tan grandioso a la par que sencillo!… Un pueblo inmenso… ante un embajador del cielo, que con una caridad y dulzura sin igual iba desmenuzándole el precioso pan de la divina palabra, un humilde balcón convertido en púlpito, la plaza en templo, las ventanas en tribunas, un tosco cortinaje por todo ornamento, una imagen de Jesucristo crucificado y otra de la Virgen del Rosario por todo emblema… ¡Dios mío! ¡Y así con tanta sencillez, con tan poca ostentación cautiváis los corazones? ¿Y tanto os cautiva a Vos, Señor, un corazón ardiente…?»

Sí… Dios se dejaba cautivar por ese corazón ardiente… y el pueblo se sentía amado por Dios a través de ese predicador que les hablaba en su lenguaje, porque antes los había sabido escuchar.  El Papa Francisco dice que «la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» (EG 135). Y hay que reconocer que en esa evaluación el Padre Coll siempre sacaba… ¡la mejor nota!

[1] Crónica aparecida en el diario El Católico. Por ser la cita muy larga y el estilo sobrecargado, la hemos aligerado, colocando puntos suspensivos en todos los lugares en los que se han suprimido frases o palabras. Se puede leer entera en: Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, pp. 248 ss.