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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO XII

5 septiembre, 2019

UN HOMBRE Y EL ROSARIO

No estaría completo un acercamiento a la figura de san Francisco Coll si en algún momento no nos detuviéramos a destacar su relación con la Madre de Dios a través del Rosario. Rosario que lo acompañó en el hogar desde niño y en sus largas caminatas misioneras. Rosario que hacía sus delicias en la predicación y que recomendaba encarecidamente a sus hermanas. Rosario que desgranaba amorosamente, como libro y como todo, en los difíciles tiempos de la enfermedad.

Hoy el Rosario no está de moda, y de hecho  muchos cristianos lo han olvidado en busca de otras formas de oración.  Pero no creamos, no, que para el Padre Coll consistía en una simple y monótona repetición de avemarías: a través del Rosario aprendió a alabar y a contemplar. Con el Rosario supo integrar sencillez y profundidad; gracias a él logró vivir el misterio de la «oración incesante». Fue su medio eficaz y, sobre todo, afectivo para unirse a Jesús y a María en sus alegrías y en sus dolores.

En la escuela del Rosario aprendió también a ser maestro de oración, incansable en enseñar al pueblo aquella Escala del cielo con la que hacía accesible a todos la vida espiritual. Ya lo decía su amigo, el Padre Enrich: «El Santísimo Rosario, lo que equivale a decir las alabanzas a María, fue su tema de predicación inagotable»[1]. Con esa facilidad que tenía para allanar el camino a los humildes,  proclamaba a tiempo y a destiempo que la amorosa Virgen había ideado esta vía sencilla para acercar a todos la salvación. ¡Qué buena noticia en tiempos en que tantos predicadores acentuaban el temor y la dificultad!

Pero decíamos que su propuesta integraba sencillez y hondura a la vez. El Rosario del P. Coll es una oración profundamente contemplativa, un medio de unión con los misterios centrales de la vida de Jesús y de María. Y esto requiere una educación. Tenemos que entender que, tanto la frecuente predicación del Rosario, como el empeño en escribir sus dos obras pastorales (La Hermosa Rosa y Escala del Cielo), fueron un verdadero magisterio destinado a enseñar a orar al pueblo cristiano. Y esto supo hacerlo con gran sentido didáctico, presentando un programa a la vez accesible y exigente, centrado en la contemplación de los misterios. Así, escribía en La Hermosa Rosa:

«Quien de veras desea adelantar en el importantísimo negocio de su salvación eterna, conviene que se ejercite todos los días en la oración mental o en santas meditaciones. Este es el motivo por el que la Santísima Virgen, industriosamente amorosa y anhelando el mayor bien y la salud eterna de las almas, ideó e instituyó la sagrada devoción del santísimo Rosario, enlazando el rezo de las oraciones con la meditación de los misterios. Oración vocal y mental son las dos alas que ofrece el Rosario de María a las almas cristianas para volar a la altura de aquel misterioso árbol [el de los misterios de Cristo…]. Y, si en el orden natural es evidente temeridad intentar remontarse con una sola ala, es también manifiesto error en lo espiritual pretender frutos abundantes del sagrado ejercicio del Rosario, usando de la sola ala de la oración vocal, sin aplicar la atención y consideración a los divinos misterios»[2].

He aquí que estamos ante un gran desafío: redescubrir la oración evangélica y contemplativa del Rosario… ¡bella invitación en este año X Aniversario de la Canonización de nuestro Padre Coll!

[1] Carta de F. Enrich, OP al Maestro General, en Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, p. 586.

[2] La hermosa rosa, Francisco Coll, OP, Vich, Imp. de Pau Trullás, 1852, p. 86 s (en catalán en el original).