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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO II

20 mayo, 2019

Este es un espacio que está pensado para llegarnos una y otra vez a las fuentes del carisma y beber de sus aguas refrescantes. Si bien el lenguaje del siglo XIX en que están escritas puede sonar un poco lejano, vale la pena el intento: al decir de fray Marie-Dominique Chenu OP «el recuerdo del pasado, el regreso a las fuentes, es siempre un regreso a la fuerza creadora».

Para facilitar el acercamiento a estas fuentes antiguas, hemos elaborado artículos breves que incluyen una puesta en contexto y una intuición o sugerencia para la reflexión, de modo que nos inviten a traer el mensaje del Padre Coll y su carisma a nuestra actualidad.

Hna. Luciana

LA ALEGRÍA DE DAR

Hay una anécdota muy simpática en la vida de San Francisco Coll. Debido, probablemente, a una mezcla de timidez y agradecimiento a la familia que lo acogía en la casa de campo de Puigseslloses, el joven sacerdote ―ordenado ya hacía más de dos años― no encontraba la manera de expresar su deseo de consagrar todas sus fuerzas al trabajo apostólico. Una de las primeras hermanas nos cuenta la situación y la forma que encontró de resolverla con la creatividad que nace del amor:

«Sintiendo escrúpulos el P. Coll de no ser útil a las almas residiendo en Puigsesllosas y de pasar allí una vida tan tranquila, se presentó al Señor Obispo de Vich, a quien expuso sus temores, se ofreció sin condiciones e indicó el modo de sacarle, sin que los señores de la casa se resintiesen. En efecto, según lo previamente convenido, el Señor Obispo escribió al día siguiente una carta, reprendiéndole por preferir la vida tranquila, y diciéndole que lo pensase delante de Dios. Apenas recibida la carta, la presentó el P. Coll a los señores, los cuales, aunque con sentimiento, le aconsejaron que se pusiera a la libre disposición del Sr. Obispo. De este modo, sin lastimar a dichos señores, dio rienda suelta a su celo, que reclamaba más amplios horizontes» (testimonio de la Hna. Dominga Victori, en Testimonios, pp. 785s).

Simpática, sin duda, la solución al problema. Pero, si prestamos más atención, podemos ir más allá de la anécdota, hacia el verdadero fondo del asunto: la vida tranquila ―o, como diríamos hoy, el bienestar, la zona de confort― no alcanzaban para dar felicidad a un corazón que ardía de pasión evangelizadora. No podía conformarse con aquel programa mínimo que se le ofrecía hasta el momento en aquella acogedora familia, con la atención a su pequeña ermita. Siempre fue un hombre de buscar más amplios horizontes. Esto mismo volvió a ocurrirle unos años más tarde, cuando tampoco ya le alcanza el trabajo en la Parroquia de Moià y comienza su expansión misionera por toda Cataluña.

Nuestra sociedad nos presiona mucho para que esperemos la felicidad del recibir (bienes, amor, tiempo, seguridades). Sin embargo es feliz, y libre, «la persona que da lo que es y observa que, gracias a ese don libremente donado, mejora el mundo que lo rodea» (F. Torralba, La lógica del don, p. 6). Por eso decimos, sabemos, y hasta cantamos, que el Padre Coll era hombre feliz.

Fotografía: Capilla de la casa de Puigseslloses donde el P. Coll oraría la solución a la anécdota planteada en este episodio.