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DE CÓMO APRENDER A ENVEJECER Y A ACOMPAÑAR A LOS ANCIANOS

7 febrero, 2017

Tenemos que agradecer la oportunidad de cumplir años,

pues gracias a ella cada día podemos compartir momentos

con aquellas personas que más queremos,

podemos disfrutar de los placeres de la vida, dibujar sonrisas

y construir -con nuestra presencia- un mundo mejor…

El interés del tema responde a un hecho objetivo o a una preocupación creciente en la sociedad: El alargamiento de la vida ¿responde verdaderamente a una mejora de la calidad de vida? O más bien, ese alargamiento de la vida ¿multiplica los problemas en los ancianos y enfermos y en los grupos humanos que los acogen o que deben hacerse cargo de ellos?

Hablamos de este Primer Mundo o de esta sociedad del bienestar, porque la situación es radicalmente distinta en otros mundos y en otras sociedades. El promedio de vida en algunos países de África apenas llega a los 39 años (Sierra Leona, Mozambique) y hay varios que rondan el promedio de los 40 años.

En esta sociedad del bienestar, el desarrollo de las ciencias médicas  han dado lugar a un hecho sin precedentes: un alargamiento de la vida en un número cada vez más creciente de personas. Si hace 40 años los sexagenarios eran considerados ancianos, hoy los octogenarios aún se consideran jóvenes. Porque el número de personas que alcanzan los 90 es cada vez mayor. Basta ver los bancos de nuestros parques cuando se asoma la primavera.

 La franja de edad en situación de retiro de la vida laboral activa, ha crecido notablemente. Acusan el problema la Seguridad social, o la sociedad que tiene que hacerse cargo de una población creciente de enfermos y ancianos, o las personas que se ven afectadas psicológicamente por el arrinconamiento o la exclusión social… Hay factores que lo explican: la cultura urbana, el espacio reducido de la nueva vivienda, el nuevo ritmo laboral, el escaso tiempo disponible para atender a enfermos y ancianos, la nueva relación con el anciano y el enfermo… Resultado: el anciano se encuentran hoy quizá mejor cuidado, pero menos acogido y más solo y excluido. Poco  a poco muchos ancianos van pasando así al colectivo de los descartados y excluidos.

 En esta situación es preciso aprender a envejecer. Una vida coherente es ya una preparación remota para encajar bien la vejez. Es preciso cultivar algunas actitudes para aprender a envejecer. Conviene ser consciente de que el proceso de envejecimiento es permanente, desde la propia infancia. Esta conciencia nos ayudaría a aceptar las limitaciones físicas y psíquicas como un fenómeno normal, sin resentimiento contra la vida ni preocupación obsesiva por la salud. Nos ayudaría a considerar la muerte propia como una posibilidad real y eventualmente cercana y hasta nos proporcionaría una cierta lucidez para vivir la vida con sabiduría y acierto. Nos invitaría a ir cambiando de valores y poner el énfasis en los verdaderos valores. Aprender a envejecer -quizá sea ir dejando de lado la obsesión por la eficacia, la competitividad, el renombre y el reconocimiento social… y acostumbrarse a la gratuidad, al servicio humilde, al anonimato…  Ir aprendiendo que al final sólo nos van a examinar en el amor.  (Artículo completo en el archivo adjunto)

 Felicísimo Martínez, O.P.

Febrero 2017