NOTICIAS

ANUNCIATA MISIONERA • TESTIMONIO III

1 noviembre, 2019

Tercera parte del testimonio de nuestra Hna. Ma. Pilar Medrano Pascual (Burgos1936-Valladolid 2017) en este Mes Misionero Extraordinario.

 Parte 3 – LA ESCUELA

 En la zona de San José había una escuela ya hacía años.  En realidad era la única en muchísimos km a la redonda.  Los niños que podían llegar a ella de alguna manera eran privilegiados, pero muchos más quedaban fuera de toda educación.  Por eso había tanta gente analfabeta. La escuela era un rancho muy abandonado y sin apenas medios de nada. En esa escuela que quedaba a unos dos km de nuestra casa empezó Rosario a trabajar.  No era fácil.  El maestro llevaba muchos años y se había dejado comer por las dificultades del monte.  Se dejaba estar en su trabajo y su vida privada dejaba mucho que desear. Pero Rosario es la mujer más entusiasta que pueda existir y con su bicicleta y su alegría acudía cada día a eso que podía llamarse una escuela dejándose enseñar por los niños la manera de hacer esos caminos sin caerse, hasta que un día vino feliz porque ya podía llevar a un niño montado en la bicicleta; para ella era una proeza y para cualquiera que no fuera de ahí, dadas las estrechas y difíciles huellas por las que se debía ir.

El primer año había sido para ir entrando en ese mundo tan distinto e ir conociendo las gentes de la inmensa parroquia (…) Yo ya el año siguiente, plazo que me había puesto para empezar como maestra, empecé a moverme. Tenía una posibilidad; justo a 10 km, hacia el sur, la gente de esa zona empezó a pensar en una escuela para los niños de los alrededores.  Se juntaron y con un padre un poco más pudiente, hicieron la construcción. La gente ya me iba diciendo para que fuera la maestra y a mí me gustaba…  Así que en uno de los viajes a la ciudad, me fui a la sede del Consejo escolar para que dieran el nombramiento.  ¡Cómo son los caminos de Dios! Los tenía que ir descubriendo. Cuando llego me dicen que la escuela tenía ya un maestro nombrado. Un inspector había puesto a su sobrino.  Me quedé de piedra y no supe qué decir. La persona deja caer: ¿Por qué no va a la escuela del Puesto? Al oírlo me vino a la mente ese día en que vi al maestro tirado sobre la mesa, borracho, y los niños sentados en el suelo en silencio.  La persona siguió diciéndome: El maestro está en la ciudad en proceso de rehabilitación y la escuela cerrada. Yo seguí sin reaccionar y solo acerté a decir: lo pensaré. Bajé las escaleras, estaba en el cuarto piso. De pronto di media vuelta, volví a subir y dije: Voy a la escuela del Puesto.

Esta escuela estaba a 15 km al norte de nuestra casa.  La gente de los alrededores hacía poco que se juntaron y decidieron que sus hijos tendrían que tener escuela.  Comenzaron a construirla, una pieza que encalaron, con techo de ramas, y al lado, otra más pequeña para la vivienda del maestro. Con ello y la firma, o el dedo ―muchos no sabían firmar― de los padres, uno de ellos, más valiente, se fue a la ciudad a pedir al Consejo que les creara la escuela.  Luego de un tiempo tuvieron la dicha de que les mandaran el maestro y entre todos le prestaron cama, mesa y lo más esencial. La gente pronto descubrió la enfermedad del maestro así como la de su mujer y los hijos; todos eran alcohólicos. Venían, anotaban a los niños, estaban unos días y desaparecían; todo lo que habían hecho era para poder cobrar.  A esa escuela Dios me estaba llamando. Para la gente fue como si yo viniera del cielo; nunca soñaron que una hermana, ―ya nos iban conociendo―, podía hacerse cargo de sus niños.  Así que fijamos un día para comenzar y aparecí.

Aquí sí que puedo decir que viví los sueños más bonitos que uno puede soñar en su vida. (…)

Leer este documento completo aquí