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ANUNCIAMOS LO QUE HEMOS VISTO Y OÍDO

14 julio, 2021

Nuestra sociedad necesita, más que nunca, conocer a Jesucristo y seguirle. Ahora bien, solo pueden darlo a conocer los que previamente lo han conocido. Por eso la Iglesia debe ser “evangelizada y evangelizadora”. Estas dos palabras, aplicadas a la Iglesia, resumen su misión permanente: dejarse llenar del Evangelio de Jesús y transmitir ese mismo Evangelio.

“Iglesia evangelizada y evangelizadora” es algo más que un lema, es una llamada a convertirnos y a ser testigos. O, si se prefiere una expresión de Francisco, a ser “discípulos misioneros”. Por este orden, porque no se puede ser misionero sin antes ser discípulo, pero un discípulo que no es misionero es un falso discípulo, porque la fe no puede esconderse, no es algo privado. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (Evangelii Gaudium, 120), como la samaritana que, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús “por la palabra de la mujer” (Jn 4,39).

Tomás de Aquino dice algo parecido, con una frase lapidaria que el Papa cita gustoso: “comunicar a otros lo que uno ha contemplado”. “Por esto, dice Francisco, antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás” (EG, 150). Ya el Vaticano II, inspirándose en la primera carta de Juan (“lo que hemos visto y oído os lo anunciamos”), comenzó su famosa constitución Dei Verbum, con unas palabras que bien podrían resumir todo el propósito conciliar: “La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio”. Primero escuchar, para luego proclamar. Dejando claro, como ya hemos dicho, que si no hay proclamación es porque no ha habido una buena escucha.

Dicho todo lo anterior, también hay que dejar claro que el anuncio del Evangelio no puede hacerse de forma genérica o abstracta. Es necesario que los oyentes perciban que este anuncio responde a sus necesidades y demandas de sentido. Para eso, además de escuchar el Evangelio, necesitamos estar muy atentos a los signos de los tiempos y conocer bien la sociedad de hoy. En esta línea, el Vaticano II, después de dejar claro que “los presbíteros tienen como deber primero anunciar a todos el Evangelio de Dios”, añade: “la predicación sacerdotal, que en las circunstancias actuales del mundo resulta no raras veces dificilísima, para que mejor mueva a las almas de los oyentes, no debe exponer la palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio” (Presbyterorum Ordinis, 4).

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: Nihil Obstat