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6 DE ENERO EPIFANIA DEL SEÑOR

2 enero, 2019

EPIFANÍA DEL SEÑOR ¿ESTRELLA O LUZ?

…los magos se pusieron en camino… al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre y postrándose, lo adoraron». (Mateo 2,10-11)

 Continuamos caminando en la liturgia de Navidad, contemplando a nuestro Dios, luz verdadera que ilumina a todo hombre, manifestado en nuestra realidad.

El contexto de los pastores y magos nos cuestiona sobre qué significa la manifestación de Dios a la humanidad a través de:

 a) La LUZ que ha llegado al mundo, ésta nos llama a levantarnos y resplandecer porque Yahweh ha amanecido sobre nosotros y su gloria aparece (Isaías 60,1-2).

 b) La ESTRELLA que los magos/pastores habían visto en el Oriente –iba delante de ellos- hasta que llegó y se detuvo encima donde estaba el niño (Mateo 2, 9).

La estrella nos indica la dirección que hay que seguir, pero no es suficiente, no nos podemos quedar en la estrella, hay que encontrar la luz. La verdadera Luz es Jesús, la mayor expresión del amor de Dios a cada una de nosotros. Solo a través de Jesús podemos participar de este amor tan glorioso que Dios nos ofrece, esto es la Buena Noticia, es la Epifanía que celebramos (Efesios 3,6).

Festejemos el Amor que, manifestado en Jesús, nos ilumina, nos guía, nos da vida y crea comunión. Un amor que se expresa en la diversidad, en lo bueno, en la belleza, en lo que construye comunidad y nos empuja a servir a los demás, entregándonos totalmente para el bien de los otros; rompiendo las cadenas de injusticia para poder crear lazos de amistad y amor fraterno. Esto es lo que manifiesta, lo que es nuestro Dios, un Dios de amor hecho carne en Jesús, la Luz del mundo. ¿Y nosotros? ¿Cómo se manifiesta esta Luz en nuestra vida? ¿Se refleja en nuestras acciones? ¿Qué miramos más, la Estrella o La Luz? ¡Ojalá  seamos no solo estrellas, sino también la Luz de Dios en el mundo, llevando Su esperanza!

 En medio de la oscuridad, en las tinieblas, Isaías nos dice que amanecerá el día de Dios, la Luz. Es lo que celebramos hoy, la manifestación de Dios. Y, según San Pablo, esto no solo es para Israel sino para todas las naciones. Los reyes magos y los pastores nos enseñan hoy que un nuevo comienzo es posible para los que buscan y encuentran de verdad al niño Jesús, es una experiencia de amanecer. Pero para aquellos que, como el Rey Herodes, tienen muchos apegos: poder, egoísmo, ideología, etc. En esta manifestación solo encontrarán una amenaza. Dios nos muestra hoy su Gran Amor y su Bondad en las realidades humanas, ¿cómo acogemos este nuevo comienzo? ¿cómo acogemos esta Luz que trae Jesús?

Los reyes magos nos enseñan tres formas de acoger al niño Jesús y cómo vivir de forma más comprometida y radicalmente fiel:

Se pusieron en camino: caminar y no correr, hacer las cosas sin prisa, con esmero, para discernir; sentir los ruidos del silencio de la noche, enfocándonos en lo esencial, estando atentos, con gran fervor e ilusión, para encontrar a Jesús. Esta será la razón de nuestra inmensa alegría, por haber llegado donde está Jesús, la verdadera Luz.

Entraron en la casa: entrar en la casa es orar desde el fondo de nuestros corazones. Es reconocer con humildad que estamos pisando “tierra sagrada”, la casa donde esta María, la Madre de Jesús, y José, la Sagrada Familia… esto significa comunión. Nuestra casa, nuestra familia, nuestras comunidades son espacios sagrados donde acogemos a Jesús, compartiendo con nuestras hermanas/os nuestros bienes, nuestro servicio. Es poder orar y obrar en caridad como hacia nuestro Padre Coll en su misión. Con humildad entramos en el hogar de paz, de unidad, de ternura…

Vieron al niño con María, su madre y postrándose, lo adoraron: acoger a Jesús es mirar y aprender de Su Madre María, una mujer que se enamoró de Dios, adoraba a su hijo Jesús.

Los magos, al encontrar a la madre y al niño Jesús, se postraron, lo adoraron y presentaron tres importantes regalos: oro (Jesús como Rey), incienso (Jesús como Dios) y mirra (Jesús como hombre).

Adorar a Jesús es reconocer cada día -en todo tiempo- la presencia de Dios entre nosotros, especialmente entre los pobres y los más necesitados. La gloria de Dios, manifestada hoy en Jesús, es la luz del mundo y la plenitud de vida. Como dice San Ireneo, la Gloria de Dios es el hombre vivo.”

Hna. Mariela de Villa (Filipinas)