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VIDA TRANSFIGURADA

11 marzo, 2022

Para entender el relato de la transfiguración de Jesús, que siempre se lee el segundo domingo de cuaresma, hay que tener en cuenta que, en los tres evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, viene precedido por el anuncio de la pasión: Jesús declara a sus discípulos que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser crucificado. Este anuncio dejó desconcertados a los discípulos, como queda claro por la reacción de Pedro, según los evangelios de Marcos y Mateo. En efecto, Pedro, escandalizado increpa al Señor: no permitiremos que esto te suceda nunca. La transfiguración es como una especie de compensación por el anuncio que Jesús acaba de hacer de su muerte. Es un modo de anticipar que esta muerte termina en la Pascua, en la gloria de la resurrección.

Si un día tienen ocasión de visitar la Iglesia del monte Tabor, les aconsejo que se fijen en uno de los frescos de la Iglesia que interpreta la transfiguración como una clave de toda la vida de Jesús. Su vida entera se va transfigurando, adquiriendo una nueva figura, para nuestra salvación. Esta transfiguración comienza en la Encarnación cuando la Palabra se hace carne (primera parte del fresco); también Jesús se transfigura cuando se hace Eucaristía (2ª pintura); se transfigura en cordero para quitar el pecado del mundo (3º pintura); y su obra transfiguradora culmina en la resurrección (4º parte del fresco), cuando Jesús adquiere su definitiva figura.

El domingo pasado escuchamos el relato de las tentaciones de Jesús. Jesús tentado como nosotros puede comprender a los que son tentados y tener misericordia de ellos. Del Jesús tentado hemos pasado al Jesús transfigurado. Quizás resulta fácil identificarnos con el Jesús tentado. También debemos identificarnos con el Jesús transfigurado. A esto nos invita la voz que surge de la nube: “este es mi Hijo amado, escuchadle”. Escucharlo es identificarnos con él. Y hacer de nuestra vida una vida de personas resucitadas, personas que resucitan al vencer al pecado.

Lo propio del cristiano no es el pecado. Lo propio del cristiano es la vida, la capacidad de transfigurar todas las situaciones de muerte en situaciones de vida. ¿De qué manera? Transmitiendo amor. Porque el que ama ha pasado de la muerte a la vida. Transmitiendo alegría, la alegría que el mundo no puede quitarnos, porque está fundamentada en la fe en Cristo y en el amor a los hermanos. Y contagiando esperanza, la esperanza de que el mal, a pesar de todas las apariencias, no tiene la última palabra. La Palabra definitiva es Cristo resucitado de entre los muertos.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat