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TRES MONJAS, ÁNGELES DEL MONTE SANTIAGUEÑO.

27 octubre, 2014

Perdidas en lo más profundo de nuestro interior, tres religiosas dominicas, dos de ellas mayores de 80 años, trabajan salvando las vidas de cientos de santiagueños en medio de la nada. Además, son las responsables de traer al mundo a todos los niños de la comunidad.

 La inmensa geografía de Santiago del Estero esconde miles de historias individuales y colectivas, la mayoría de las cuales transcurren en el anonimato lógico de lo cotidiano.

Pero las historias de las tres hermanas de la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata, es la historia de Nueva Esperanza, un pequeño y muy aislado paraje del departamento Copo. Diferente de la que sus pobladores llaman la Villa Nueva Esperanza, del departamento Pellegrini, por donde hay que pasar para llegar a aquel pueblito.

Instaladas desde hace más de 30 años en la zona, por gestiones del primer obispo de la diócesis de Añatuya, monseñor Jorge Gottau, tienen que ver con todo lo que en esta zona ha cambiado, mejorado y progresado, en la medida de sus posibilidades.

Inauguraron la primera posta de San José del Boquerón, con el padre Juan Carlos Constable (jesuita). Enseñaron la catequesis. Enseñaron en las escuelas. Ayudaron a construir las primeras casas de material. Les enseñaron a hacer sus propios ladrillos para ello. También les mostraron cómo captar agua de lluvia con techos de chapas y a construir aljibes para acumularla.

Les llevaron, la Palabra, alimentaron su fe, y cambiaron sus vidas, para siempre. Son las hermanas Asunción (Asu), Josefa (Pepa) (de casi 82 y 87 años de edad, ambas españolas) y Gringa (añatuyense, de 64). La primera en llegar fue Asunción. Tenía mucha experiencia como enfermera en Francia, donde había trabajado en los mejores hospitales e institutos: “Yo estuve primero en Boquerón. Abrí la posta de allí. Fui la primera enfermera en Boquerón, donde no había médico ni nada. Vine a Boquerón en 1978. Después vine para Nueva Esperanza, y aquí estoy desde el 85”

Vocación infinita

Su fuerte vocación las llevó hasta este punto del mapa con una misión que excede lo puramente religioso: “Aquí hay que hacer de todo. Porque aquí es un lugar en el que no hay nada, nada…

Todo tenemos que ir a comprar a Monte (Quemado). Tenemos que hacer de todo. Hemos tenido que hacer de aguateras, de albañil algunas veces, de chofer (permanentemente), y todo lo que se presente. Aquí no hay ninguna especialidad”.

Relata Asunción: “Yo he atendido especialmente la posta sanitaria, pero atendemos una parroquia porque no tenemos cura. Nosotras atendemos toda la pastoral de la parroquia: damos catequesis a las cinco escuelas que pertenecen a la parroquia, más la catequesis nuestra. Tenemos dos misioneras del lugar, las catequistas, jóvenes servidores”.

“Cuando llegamos a Boquerón, yo abrí la posta sanitaria directamente, porque no había nadie. A esa posta iba gente de aquí, de Nueva Esperanza, que son 50 kilómetros; de La Firmeza, que está en el mismo camino; de La Candelaria. Estuve muchos años sola como enfermera, luego empezaron a nombrar médicos y hoy tienen un hospitalito, pero ya son enfermeras laicas y médicos matriculados. El primer médico con el que trabajé fue un brasilero, luego con la Dra. Elvira, apenas terminó su carrera, la mandaron conmigo a la sala de primeros auxilios. Y a su esposo, que ahora es cardiólogo, Luis Orellana, yo lo conocí de chico en Boquerón”, recordó Asunción.

Aislamiento

El paraje está a 50 kilómetros de San José del Boquerón, por un camino de tierra muy duro, casi intransitable, y a 60 km de Monte Quemado, que está peor aún: “No tenemos comunicación para el norte ni para el sur. Nos hemos quedado muchas veces sin podernos movilizar cuando llueve sobre todo, y hay enfermos. Tenemos que sacarlos en moto, porque son graves y no hay otra forma de sacarlos por los caminos que tenemos”.

La parroquia atiende 23 parajes (algunos con 4 o 5 familias, otros con más). “Nosotros visitamos las escuelas y ahí reunimos a la gente. Porque es muchísima la distancia. Son 30 kilómetros cada vez que salimos de un lado a otro”, cuentan sobre su labor pastoral. l

 «La comunidad nos cuida mucho, son nuestra familia»

A pesar de la dureza que impone la zona, la retribución, que ellas no esperan realmente, es importante, porque las 20 familias del paraje y las demás de la zona, les devuelven con cariño y cuidado todo su esfuerzo.

“Nos cuidan mucho, son nuestra familia aquí”, dice Asunción, quien destaca que las asisten en todo lo que necesitan, aun cuando las tres son muy independientes en sus quehaceres.

“Hay muchos niños. En la escuela hay dos maestros, uno es el director, oriundo del mismo paraje, más la señorita del jardín. Luego alrededor tenemos otras cinco escuelas, a cinco km tenemos una, a 7 otra, a 15 otra, a 18 otra, y así vamos. En la nuestra hay unos 60 niños. La Hna. Gringa se jubiló como directora de esta escuela”, comentan.

Consultadas sobre sus edades y el hecho de que están jubiladas, señalaron: “Nosotras las religiosas no somos como los laicos, no nos jubilamos y nos retiramos, o empezamos otra vida en otro sitio. La jubilación (como docente, como enfermera, etc.) la cobraremos, pero el trabajo continúa mientras podamos movilizarnos, somos misioneras, somos apóstoles. Como religiosas no tenemos retiro. Desde que entras a la congregación hasta que mueres, eres servidora de Cristo, y de los hermanos. Aquí lo que más hemos hecho es ayudar a la gente”. l

 «La Capilla de Nueva Esperanza”

En la capilla de Nueva Esperanza no hay un sacerdote en forma permanente. Aún así, las hermanas se ocupan de toda la actividad pastoral: celebración de la Palabra, bautismos, casamientos, etc.

“El anterior obispo Antonio Baseotto pidió a la Santa Sede un permiso, y el actual, monseñor Adolfo Uriona, cuando se hizo cargo, lo renovó y volvió a confirmarnos. Por eso nosotras hacemos todo”, relata la Hna. Gringa.

Una vez al mes, los visita el padre Mario Bogetti, de Monte Quemado, para oficiar misa y demás. Además, en el salón de usos múltiples que completa el complejo edilicio, las hermanas dan la catequesis y enseñan clases de costura a las jóvenes, a cargo de la Hna. Pepa.

También se realizan reuniones de los misioneros, los servidores, y sirve como dormitorio para algunos peregrinos de camino a la fiesta de la Virgen de Huachana que pasan por esta zona.

“La gente tiene mucha religiosidad popular, y son muy responsables. Se hacen cargo de todo, en las celebraciones patronales de cada lugar”, ponderó la Hna. Gringa.

  Las religiosas se levantan todos los días a las 6.30, rezan su oración de la mañana por una hora y media aproximadamente, hacen la Celebración, una misa y comulgan, lo mismo que realizan los domingos en la capilla para todo el pueblo.

Luego desayunan y cada una asume sus actividades: “Yo tengo que a dar catequesis en las escuelas, la Hna. Asunción abre la posta sanitaria, y la Hna. Pepa atiende la casa, el teléfono, que es el único en una zona muy amplia”, describe la Hna. Gringa. l

 

Diario el Liberal – Santiago del Estero – Publicado el 26/10/2014