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SUMO Y ETERNO SACERDOTE

2 junio, 2020

Una vez acabado el tiempo pascual, la liturgia sitúa una serie de fiestas que nos recuerdan distintos aspectos fundamentales de la fe cristiana. La primera es la celebración de “Jesucristo, sumo y eterno sacerdote”. Es una manera de decir que Jesucristo es el que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios. Pues lo propio del sacerdote es ser mediador, tender puentes entre Dios y los seres humanos. Ahora bien, el sacerdocio humano no puede ser una mediación perfecta, porque sólo participa plenamente de una de las dos partes que hay que unir. Jesús, al participar de las dos partes, la humana y la divina, puede unirlas perfectamente porque las comprende plenamente a las dos. Por eso el Nuevo Testamento le califica de “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim 2,5). 

Jesucristo es el único que puede mediar porque participa de los dos extremos de aquello que une, al ser verdadero Dios y verdadero hombre. Jesús no es un mediador que se encuentra en una posición intermedia entre dos polos, Dios y el ser humano. Es mediador omnicomprensivo, su mediación es englobante, con una posición que se extiende de un extremo al otro, es decir, del último grado de humillación humana al más alto grado de la gloria divina. 

El único sacerdocio de Cristo es participado, de distintas maneras, tanto por los ministros sagrados como por el pueblo fiel. Al ser bautizados nos hicimos partícipes del sacerdocio de Cristo, se nos destinó a vivir en amistad con Dios y a actuar según su espíritu. Los ministros sagrados participan de ese mismo sacerdocio de Cristo para realizar funciones santificadoras, que unen a Dios con los hombres. También los cónyuges, en el amor que se profesan públicamente, ejercen su sacerdocio común, puesto que este amor es un vínculo sagrado, con el que hacen históricamente visible y presente en el mundo el amor de Cristo por su Iglesia. 

¿Qué significa “participar” en el sacerdocio de Cristo? Significa que, al acoger el amor de Dios en nuestras vidas, entramos en una nueva relación con Dios. Y esta relación nos mueve a realizar acciones sacerdotales, o sea, a unir nuestra vida con Dios, buscando actuar en consonancia con su voluntad; y a trabajar (con nuestro testimonio, nuestras buenas palabras y nuestras buenas obras) para que aquellos con los que vivimos y nos encontramos se sientan movidos a unir su vida con Dios y a cumplir su voluntad. En este sentido, la vida de un cristiano es sacerdotal, mediadora de gracia, es ocasión para que el amor de Dios se difunda sobre aquellos que le rodean.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente de la noticia Nihil obstat