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SER PREDICADOR DE LA GRACIA

7 agosto, 2020

En los conventos de frailes dominicos, normalmente después del rezo de Vísperas, se reza una oración al Fundador de la Orden. En ella se le califica de “luz de la Iglesia, doctor de la verdad, predicador de la gracia”. Quisiera, en este artículo escrito con motivo de la próxima fiesta de Santo Domingo de Guzmán, ofrecer una breve reflexión sobre lo que, a mi entender, significa ser predicador de la gracia.

En primer lugar, se trata de presentar el Evangelio como lo que es, una Buena noticia. Por tanto, la predicación debe resultar estimulante y sus contenidos ser enormemente positivos. Pues hay modos de presentar la fe que destruyen la esperanza. Hay verdades que por su modo de presentarse parecen temibles y se hacen odiosas. Así ocurre cuando se acentúa el temor a la condenación y la dificultad de la salvación. O cuando el acento se pone en lo que Dios exige del ser humano y no en lo que Dios prepara para el hombre. A Santo Domingo se le califica de “predicador de la gracia”. La positividad, o lo que podríamos llamar “cultura de la gracia”, es configurativa de la predicación dominicana.

Predicar la gracia es anunciar que Dios ama al ser humano. La predicación no puede convertirse en un discurso moralizante y el evangelio presentarse como un deber, en vez de como una posibilidad de vida nueva. Sin duda, el anuncio de la gracia tiene consecuencias vitales y morales. Pero estas consecuencias deben aparecen como lo que son: consecuencias de una conversión, de un encuentro con el Señor. Lo fundamental es el encuentro. No se trata de minusvalorar la moral en la vida cristiana. Pero sí se trata de notar que hay modos de presentarla más o menos coherentes con la predicación de la gracia.

Predicar la gracia es ir a lo esencial del mensaje, destacar lo central, lo que ilumina todo lo demás, aquello sin lo cual lo demás no tiene sentido. Lo central es “responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos” (Evangelii Gaudium, 39). Desgraciadamente, en ocasiones, la predicación se convierte en un discurso piadoso sobre ángeles, santos, vírgenes y milagros; o en un discurso mágico sobre poderes de velas, rosarios y sacrificios; o en un discurso sobre moral sexual; y la Palabra de Dios, o el nombre de Jesucristo, no aparecen o aparecen muy marginalmente.

Relacionado con la predicación de la gracia hay un aspecto muy importante referido al anuncio del Evangelio en la sociedad secular, esa sociedad en la que Dios parece que ya no juega ningún papel y que, a veces, se muestra beligerante contra la religión y lo religioso. Lo fácil es condenar al mundo moderno. Lo difícil, pero necesario, es dialogar con él. Y para ello habrá que comenzar por reconocer los aspectos positivos que también hay en la cultura, en la mentalidad y en los modos modernos de vivir y organizarse.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente de la noticia Nihil Obstat