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Santo Domingo en el ADN de la Anunciata

28 agosto, 2022

Quien conoce, aunque sea un poco, a San Francisco Coll, sabe que la vida dominicana estaba “en su ADN”. Años de exclaustración forzada no pudieron apartarlo del amor a Santo Domingo y de la vivencia del carisma de la Orden de Predicadores. Y es natural que, cuando decidió fundar una nueva familia en la Iglesia, no dudara ni un momento en transmitir ese ADN dominicano a las hermanas, y estas a los laicos que se fueron sumando a la familia.

Un texto muy a propósito para entender esta relación es el Prólogo de la Regla o forma de vivir de las Hermanas, especialmente los tres últimos párrafos, que constituyen uno de los escritos más personales que nos legó nuestro fundador. A primera vista, destaca la forma de nombrar a Santo Domingo. Si bien anteriormente el Padre Coll también había usado el término «Santo Patriarca», en estos últimos párrafos utiliza casi exclusivamente una afectuosa expresión que subraya la paternidad: «mi Padre Santo Domingo». Llama la atención ese posesivo tan cariñoso y tan reiterado, «mi Padre», que indica la gran afinidad y la gran identificación de fr. Francisco Coll con el Padre de los Predicadores.

Otro elemento elocuente es la elección de los verbos que corresponden a Santo Domingo en relación a esta nueva rama del árbol dominicano, la nueva congregación que nacía. Proponemos algunos ejemplos:

«Esas Hermanas, flores del árbol plantado por mi Padre Santo Domingo…» [1]

«Estas ramas y flores […] son las que regadas por el mérito de las virtudes de mi Padre Santo Domingo, adquiridas hasta con el sudor de su sangre, están dando los más copiosos frutos…»

«… y después de haberse hecho [las Hermanas] idóneas para la enseñanza, saliesen como brillantes estrellas, a imitación de su Padre Santo Domingo, para iluminar…»

«Os aconsejo, oh benditas Hermanas, que toméis por modelos de vuestra vida a Jesús, a María Santísima y nuestro Padre Santo Domingo…»

Así, pues, con dos tipos de verbos concibe el P. Coll la labor de Nuestro Padre Santo Domingo en favor de la naciente Congregación. Por un lado, dar al mundo, plantar, regar (con su sudor, con sus méritos, con sus virtudes, hasta con su sangre): es decir, unas funciones de paternidad y cuidados en un primer término. Y, por otro lado, la función de ser ejemplo, si se quiere más pasiva, pero que marca la vocación dominicana de la Luz y del Anuncio: aprender a iluminar como él, tenerlo por modelo.

El Padre Coll decide quedar él mismo en un discreto segundo lugar, como un simple cultivador y cuidador de un árbol que Domingo plantó: «siendo obispo el Ilustrísimo Señor D. Antonio Palau  […]  concedió licencia al Padre Fray Francisco Coll Dominico, en su mismo Palacio, para que trabajase en cultivar dichas ramas y flores, con el fin de que diesen y esparciesen sus olores de la verdadera doctrina…»

Esto no significa que Francisco Coll no se sintiera y se supiera padre y fundador de esta nueva rama del antiguo árbol. Hay muchos relatos en que lo vemos actuando como «Padre», y hasta él mismo lo declara abiertamente. Recordamos aquella anécdota en que, estando en Lérida con otros sacerdotes, le anunciaron la visita de las Hermanas. Como él mostrara cierta satisfacción, uno de ellos le dijo con malicia: «Usted P. Coll desearía ver siempre a las Hermanas», a lo que él respondió con su humor característico: «ya ve, soy Padre; otros serán padrinos»[2]. Sí, padre y bien padre, sólo que con una paternidad que él compartía con su amado Padre Santo Domingo. Porque en cuanto al espíritu y la vocación esta nueva realidad en la Iglesia es, sin duda, plenamente dominicana; en cuanto a la concreción histórica y la misión específica, es una rama nueva de aquel árbol antiguo.

La razón más profunda de la insistencia de nuestro fundador en la paternidad de Domingo sobre la Anunciata es de orden espiritual: hay en él una voluntad clarísima de insertar esta nueva comunidad en el marco espiritual de la Orden de Predicadores. Para el Padre Coll esta es una realidad que nace indudablemente dominicana, y no puede ser de otra manera, puesto que él mismo está totalmente imbuido del espíritu dominicano. Cuentan que el famoso teólogo dominico, P. Congar, decía de sí mismo que era ontológicamente dominico; ya no podía ser otra cosa más que un fraile predicador. Del Padre Coll podría decirse lo mismo… ¡años de exclaustración no pudieron nada contra ello! Y por eso, porque «el obrar sigue al ser», su obra también es ontológicamente dominica. Al P. Coll no se le ocurría regalo más hermoso para sus hijas y hermanas que el de pertenecer por esencia a la Orden de Predicadores, ser hijas de Nuestro Padre Santo Domingo y heredar con ello toda la inmensa riqueza, el manantial inagotable de espiritualidad contenida en la vida dominicana. Heredarlo y hacerlo presente, renovado, en un mundo que, mediante la exclaustración, había pretendido hacer desaparecer ese legado.

Las hermanas lo comprendieron muy bien. Amaron la Orden y, como mujeres predicadoras, se esforzaron por iluminar. Se dijo de ellas: «El palomar de la Virgen […] que el P. Coll edificó en esta ciudad de Vich, no es otra cosa que un nuevo foco de Guzmanismo, una reproducción del espíritu dominicano, una moderna faz del celo por la Fe»[3]… Y se dijo del Padre Coll: «¡Oh! qué hermosa fue la reivindicación del joven fraile al que la revolución sacó del claustro de Santo Domingo. Por un fraile, él ha dado a la Iglesia y a la nación diez monjas; por un predicador proscrito, él ha dado diez maestras, catequistas empapadas en el espíritu de Santo Domingo, espíritu de verdad…»[4]. Sí, así es, en el centro esencial y fecundo de nuestra vocación está la vida dominicana en toda su amplitud, profundidad y riqueza.

En este mes en el que hemos celebrado la fiesta de Santo Domingo, volvemos a escuchar, como un eco, el mensaje que nos legó nuestro Padre Coll: «Anunciata: Sé tú misma en plenitud… sé profunda y verdaderamente ¡dominica!».

 Hna. Luciana Farfalla Salvo

Adaptado de: Boletín Anunciata n°585, pp 116-120

[1] Todas las citas del Prólogo de la Regla están extraídas de: Francisco Coll, O.P. (1812 – 1875), Obras Completas, Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1994, pp. 53-56.

[2] Testimonios, p. 717.

[3] Testimonios, p. 458. Son palabras del célebre obispo de Vic Mons. Josep Torras i Bages en 1912.

[4] Sembrant arreu, Jaume Collell i Bancells, Vic, Tipografía Balmesiana, 1927, pp. 192-193 (traducción Hna. Antonia Missé): discurso de homenaje al P. Coll en el centenario de su nacimiento.