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SABADO SANTO 2020 – Comentario de la Palabra

11 abril, 2020

El Sábado Santo celebramos la Vigilia Pascual.

El Sábado Santo es celebrado al final del día, anochecido. Las luces de la Iglesia se apagan, el pueblo se reúne en las tinieblas. En esta celebración el pueblo acompaña silenciosamente la muerte y sepultura de Cristo, esperando su resurrección. En medio a la oscuridad de la muerte de Jesús, el sábado nos trae la esperanza de la luz. La liturgia del Sábado Santo es rica en gestos y símbolos. La Celebración se inicia con la bendición del fuego; fuego nuevo, que irá iluminando las tinieblas. Ese fuego es el fuego de la esperanza que brota en el corazón de la humanidad. Esperanza que se disipa con el grito de Jesús procurando al Padre, grito de dolor y abandono, agonía de sentirse solo. Grito que representa el dolor de toda la humanidad sufriente. Ese grito en la cruz es el grito del anonadamiento total de la humanidad de Jesús. Grito que continúa resonando en el silencio de ese Sábado.

En la celebración de la Vigilia Pascual son leídos y reflexionados varios textos bíblicos, se hace memoria de la caminada del pueblo, de cómo Dios cuida y protege al pueblo de Israel. Existe también la promesa de una liberación definitiva. Los textos recuerdan que el ser humano necesita de Dios, porque sin Dios está perdido. Las personas tenemos necesidad de Dios, mas es necesario buscarlo mientras Él se deja encontrar.

¿Qué es lo que queda en este Sábado Santo? El misterio del silencio de la sepultura de Dios. ¿Qué es lo que se encuentra en este día? La ausencia de Dios, el sentimiento de dolor y derrota. El sábado trae un grande vacío, una desesperanza, porque Jesús está muerto, el Hijo de Dios fue derrotado; hasta los discípulos que convivieron con Él, que vieron sus obras y milagros, que oyeron sus palabras y promesas, vuelven para casa de cabeza baja, sin esperanza, con el dolor de la muerte del Maestro. Sólo consiguen pensar, en el vacío de su corazón, en el silencio que hoy se hace. En cada paso ese vacío aumenta más, porque no es sólo el vacío de la ausencia de Jesús, sino también la vergüenza y la angustia de su cobardía ante la crucifixión y la cruz, por haber-Lo negado, por abandonar-Lo en el momento decisivo de su misión.

Cuántas veces abandonamos a alguien porque no tenemos coraje de encarar la realidad, por no saber qué decir en los momentos de dificultades, por haber cometido un error o habernos equivocado, y no sabemos cómo volver atrás, cómo pedir perdón. A través de esta reflexión es fácil comprender lo que pudieron sentir los amigos de Jesús, por qué huyeron, por qué no enfrentaron a los soldados, por qué no permanecieron al lado del Maestro. Ahora sienten vergüenza, se esconden, tienen miedo de tener la misma suerte que Él. El acontecimiento del sábado nos revela muchos sentimientos, por eso los discípulos vuelven para casa y se cierran.

El Sábado Santo nos trae sentimientos de vacío, porque vivenciamos hoy el mismo sentimiento que invadió a los discípulos, y con eso continuamos buscando al culpable para condenarlo; ese juicio ultrapasó siglos. Aún continuamos ahorcando a “Judas Iscariote” el delator, el traidor, para disfrazar nuestro propio dolor y nuestra culpa. Solo que no fue Judas el único que traicionó y condenó Jesús a muerte. Fue una multitud que apuntaron y condenaron a Jesús, aunque solo una persona asumió la culpa. No obstante, Judas fue más una víctima de su debilidad, ambición e idealismo. ¡Reflexionemos juntos! Judas se ahorcó porque no fue capaz de perdonarse, porque tomó conciencia de que había cometido un error; él también sintió el mismo vacío de sus compañeros, pero vio que era demasiado tarde para volver atrás, y al final sólo permaneció el silencio y la consecuencia de la culpa. Por esa razón, hoy estamos meditando ese silencio y ese silencio de Dios. Que no nos dejemos cerrar con la piedra del sepulcro. Que salgamos de las tinieblas de la muerte, para la luz que brillará en esta Noche Santa. El cadáver de Jesús dentro del sepulcro parece dar victoria a la muerte, vivenciamos ese silencio en la liturgia de este sábado en las iglesias. No obstante, la misa de la noche es interrumpida por la luz de la esperanza, por la alegría de la aurora. Es tiempo de fe y de espera. En este Sábado Santo experimentamos la misma alegría que las mujeres cuando al alborear el día descubren que el sepulcro está vacío. El Sábado Santo es tiempo de sembrar esperanza, de victoria sobre el mal, sobre la injusticia, especialmente sobre la muerte. Acabó el tiempo de espera, ahora es tiempo de alegrarse, de dejar el dolor de la muerte, y abrirse para una nueva vida que resucita con Cristo. Por esta razón, el sábado no es día de sentarse junto al sepulcro y lamentar, y sí de salir, de acompañar a las mujeres al sepulcro, y juntos alegrarnos porque “Jesús está vivo”. Corramos para anunciar esta Buena Noticia, no solo a los discípulos, mas a todo el mundo. Dios no está muerto, la muerte fue vencida. ¡Alégrense, Jesús resucitó!

H. Dorisdete Rodrigues de Brito
Belo Horizonte – Brasil