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ROSA SANTAEUGENIA HEREDERA DEL ESPIRITU DEL PADRE COLL

25 abril, 2019

PARTE 4 

El varias veces mencionado biógrafo del P. Coll, P. Lesmes Alcalde, escribe que mientras vivió la M. Rosa, se mantuvo una devoción especial entre las gentes al Fundador de la Anunciata. (p. 620).

El 8 de abril de 1881, fiesta del Patrocinio de San José, se inauguró la nueva Casa Madre, la Casa que nos acoge en estos momentos, y entonces decidieron trasladar los restos del P. Coll, del nicho en que fueron depositados en 1875, a un lugar propio de la Congregación dentro del mismo cementerio. (Crónica, T. I, p. 344). Siete años más tarde, el 21 de diciembre de 1888, la M. Rosa decidió trasladar las reliquias del Fundador a la iglesia de la Casa Madre. (Crónica, T. I, p. 517). Se asegura que ella no acertaba a separarse de su tumba, colocada a un lado del altar de Santa Rosa de Lima. A tan sólo tres meses del traslado falleció ella.

Bien podemos afirmar que fue heredera del espíritu del P. Coll. Era laboriosa como él, y no perdonaba fatigas, viajes, ni dispendio de tiempo para estar al lado de las Hermanas en cuanto la necesitaran. Animaba con su ejemplo y su palabra en la ascensión constante hacia las cumbres del ideal; promovía la observancia, corregía las deficiencias con mansedumbre, prudencia y caridad. Conseguía así que las Hermanas quedaran edificadas y con vivos deseos de poner en práctica sus avisos.

El P. Coll le ayudó a ver con claridad la importancia que tiene el estudio como componente básico de la vocación dominicana. La M. Rosa se preparó diligentemente, obtuvo titulación y se presentó a oposiciones. Fue pionera en este terreno y, desde su cargo de responsabilidad, veló por la buena formación de las Hermanas; en ocasiones contribuyó ella misma con sus clases.

Los rasgos de humildad, ecuanimidad y modestia que tanto distinguieron al P. Coll, brillaron con todo su esplendor en la Hna. Rosa. Era, asimismo, compasiva, consoladora de quienes se hallaban en alguna tribulación. Sus predilectas eran las enfermas y, en cuanto podía, las asistía personal mente.

No escaseó utilizar el arma de la mortificación, en aras a completar en sí misma lo que falta a la Pasión de Cristo, en favor de su Cuerpo Místico que es la Iglesia, y esto a pesar de su precaria salud durante muchos años.

Caminaba muy cerca de la perfección que alcanzó el P. Coll en el terreno de la conformidad con la voluntad de Dios, especialmente en las adversidades.

La fuerza secreta de la eficacia en su actuar radicaba en su hábito de oración, en la devoción profunda a la Eucaristía y al Rosario. Pero lejos de guardarse el secreto para sí, lo comunicaba constantemente en su apostolado entre las niñas y las Hermanas. Las Comunidades y Escuelas se alegraban con un gozo especial cuando llegaban de visita, tanto el P. Coll, como la M. Rosa. Ambos supieron ganarse el cariño y la confianza de todos. Ambos, en tiempos de dura prueba para la vida religiosa, lograron plasmar en sus vidas, con toda perfección, el ideal de la Orden de Predicadores. De ellos se puede decir que fueron como otros Domingos vivientes en su siglo.

La Madre Rosa, se mostró ciertamente digna de la herencia recibida del P. Coll; la hizo fructificar enormemente. Abrió las puertas de la Congregación a más de 700 Hermanas y colaboró a casi en un centenar de fundaciones. Para hacer la primera fuera de Cataluña emprendió viaje hasta Albacete en abril de 1880, acompañando a las 13 primeras Hermanas que la integraron. (Crónica, I, p. 353).

A la hora de su muerte pudo escribir la revista dominicana, El Santísimo Rosario, tras incluir la Necrología, creemos Que de D. Joaquín Soler: “Las Terciarias Dominicas de la enseñanza se han quedado sin su primera Madre General; pero no sin su espíritu de candor, dulzura, humildad y celo de las almas que las hace tan queridas de Dios y de los pueblos. Es por estas virtudes tan simpática dicha Congregación dominicana, que, bien a pesar del grandísimo número de sus Religiosas, no pueden aceptar tantos ofrecimientos como a diario les hacen de colegios y casas de beneficiencia. Como buenas dominicas tienen casi todas sus iglesias y capillas dedicadas a la Virgen del Rosario, a Nuestro Padre y a Santa Catalina de Sena. Su casa –noviciado- de Vich es una verdadera escuela normal, donde las novicias son perfeccionadas en todos los conocimientos propios de una profesora, desde la costura hasta el más delicado dibujo. Ilustradas y amaestradas en la más culta pedagogía, son además las Terciarias Dominicas, verdaderas Hermanas de la Caridad en los varios hospitales que tienen a su cargo. La gracia de Dios desciende sobre ellas visiblemente y sólo así se explica que en tan cortos años de existencia lleven fundadas en España más casas que ninguna otra Congregación religiosa.” (Mayo de 1889).

Por nuestra parte, y para terminar, podemos decir que semejantes logros los concedió el Señor a todas y a cada una de las Hermanas que supieron secundar a aquellas dos extraordinarias figuras en santidad de los comienzos: el P. Francisco Coll y la M. Rosa Santaeugenia.

Extractos del artículo del Padre Vito Tomás Gómez García, O.P.

“LA MADRE ROSA SANTAEUGENIA, O.P., COLABORADORA DEL BEATO FRANCISCO COLL” en el 1er Centenario de su muerte  (Vic, 14 de Octubre 1989)

Publicado en Boletín Anunciata: noviembre 1989  pp. 206-215