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PRIMEROS AÑOS DE ROSA SANTAEUGENIA

4 abril, 2019

Comenzamos hoy con la primera de las publicaciones destinadas a conocer más a la Hna. Rosa Santaeugenia, primera Priora General de la Congregación de Dominicas de la Anunciata. Se trata de una muy completa síntesis sobre su vida y su talante de colaboradora fiel del P. Coll, escrita por el Padre Vito Tomás Gómez García, O.P., cuando se cumplía el Centenario de su tránsito, y el X aniversario de la beatificación de nuestro Fundador. Dada la extensión del artículo, iremos presentando extractos en varias entregas.

LA MADRE ROSA SANTAEUGENIA, O.P., COLABORADORA DEL BEATO FRANCISCO COLL

Publicado en Boletín Anunciata: noviembre 1989  pp. 206-215.

PARTE 1 – SUS PRIMEROS AÑOS

La M. Rosa fue ciertamente colaboradora del P. Coll durante muchos años. En la Necrología que se imprimió hace un siglo, y que después ha venido reproduciéndose en diferentes circunstancias, se dice que fue “cooperadora inseparable del apostólico misionero catalán e insigne Dominico, P. Francisco Coll”. Quien esto escribía podemos decir casi con seguridad que era el sacerdote Joaquín Soler, nacido en Moiá más o menos por los mismos años que la Hna. Rosa, y también compañero inseparable del P. Coll, en cuya casa vivió en Vic varios años.

Afirmado el hecho de la colaboración, nos interesa descender ahora a detallarla y valorarla, como homenaje a estas dos grandes figuras de nuestra historia dominicana.

La M. Rosa era unos 20 años menor que el P. Coll; hacemos esta afirmación de un modo impreciso, porque no tenemos plena certeza del año en que nació ella. Los documentos dan fechas tan dispares como 1829, 1831, 1832, 1833 y 1834-. Hay que decir pronto que la partida de bautismo -testimonio irrecusable para sacarnos de dudas-, desapareció para siempre, como consecuencia de la destrucción del archivo parroquial de Moiá, pocos años después de que fuera bautizada. Con todo, nos parece que su año de nacimiento fue el 1831 ó 1832. El padrón de vecinos, hecho en enero de 1833, la incluye entre los moradores de Moiá y asegura que tenía dos años. Era, por tanto, 20 años o 19 más joven que el P. Coll.

Le conoció ya de dominico exclaustrado, y pudo ser en el otoño de 1839, cuando él, a los 27 años de edad, fue enviado como coadjutor a Moià. Por entonces la población se encontraba desolada; jamás en su historia había pasado por una prueba más dura. Eran los tiempos finales de la primera guerra carlista, una guerra civil entre los españoles que duró siete años. En Moià los liberales resistieron a los carlistas en el colegio de Escolapios, pero su resistencia fue finalmente doblegada, la villa incendiada y el balance de muertos sobrepasó la cifra de 120 (…). Uno de los muertos se llamaba Sebastián Santaeugenia y Posas, herrero de profesión. Estaba casado con Margarita Coll y Grau y de su matrimonio habían nacido tres hijas, la mayor era precisamente Rosa.

En estas circunstancias pudo conocer aquella niña de siete u ocho años al P. Coll. Y decimos “pudo conocer”, porque no sabemos cuánto tiempo permaneció en Moià después de la masacre. Si marchó de inmediato hacia San Hipólito de Voltregá, le llegaría alguna noticia del nuevo coadjutor que había en su pueblo. Andando el tiempo oiría hablar de sus correrías misioneras y hasta le pudo escuchar personalmente en San Hipólito, o en el cercano santuario de Nuestra Señora de la Gleva.

Nos movemos en un terreno más firme a partir de 1847 ó 1848. Cuando contaba 16 años regresó de San Hipólito al lado de su madre que continuaba en Moiá. El P. Coll llevaba ya 8 ó 9 años de coadjutor, si bien es verdad que con amplia proyección apostólica fuera de la parroquia. Daba ejercicios y predicaba novenarios y misiones. Su palabra toda de fuego había resonado, al decir del P. Enrich “cual trompeta evangélica”, al menos en Folgarolas, Olot, Borredá, Gombrén, Campdevanol, Gerona … En esta última ciudad la dirección de un compañía de teatro acudió al Jefe político para que no le dejara proseguir predicando la misión. ¿Razón? Porque la gente no acudía al teatro y, por el contrario, llenaba la iglesia.

Una vez en Moià, joven de 16 años, Rosa tuvo ocasión de admirar el temple apostólico del P. Coll, su predicación en las varias iglesias entonces abiertas al culto, catequesis a los niños y niñas, atención a los enfermos, esmero por la promoción de las asociaciones religiosas. La devoción con que se celebraba la misa, o con la que le veía pasar largas horas en la capella fonda, le ayudó a ella a centrar cada vez más su vida en la Eucaristía. La insistencia y el fervor con que predicaba y rezaba el Rosario contribuyó a acrecentar en Rosa una tierna devoción a María, que contagiaría a su alrededor a lo largo de la vida. El P. Coll le ayudó ya por entonces en los caminos de la oración mental. Ambos tenían una costumbre común: la de madrugar para acudir a la iglesia. De Rosa se dice explícitamente que, muy de mañana, hacía espera ante la puerta de la parroquia de San Hipólito de Voltregá. También el P. Coll esperaba a que le abrieran la puerta del templo de Moià. Sabemos que en esta villa existía la práctica diaria de la oración mental, dirigida primero en la ermita de San Sebastián y trasladada después a la iglesia parroquial. Rosa Santaeugenia llevó en Moià una vida retirada y ejemplar…

(continuará)

Padre Vito Tomás Gómez García, O.P.

 En el 1er Centenario de la muerte de Rosa Santaeugenia (Vic, 14 de Octubre 1989)