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PARA SANTO DOMINGO EL AMOR Y LA COMPASIÓN HACIA LOS DEMÁS SON EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY

4 agosto, 2020

Cuando llegaron a la multitud, un hombre se acercó a él, se arrodilló ante él y le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo…

Porque de verdad os digo que si tenéis fe del tamaño de un grano de mostaza, diréis a esta montaña: «Muévete de aquí a allá», y se moverá; y nada será imposible para vosotros». (Mateo 17,14-20)

Un padre desesperado se acerca a nuestro Señor; vemos un ejemplo de intercesión fiel y amorosa. Este padre sabe que Jesús es el único que puede curar a su hijo, y el padre se acerca a Jesús con fe pidiendo su misericordia, «Señor, ten piedad de mi hijo».

¿Alguna vez has deseado poder curar a la gente que amas, pero sabes que no puedes? Este incidente muestra que puedes hacer al menos una cosa: en la oración puedes llevar a los enfermos al Señor, y pedirle que tenga misericordia de ellos. Puede que tu fe sólo sea del tamaño de un grano de mostaza, pero el Señor la acepta. El resto se lo dejas a él.

En tiempos de Santo Domingo había un cuento de una noble dama romana, Tuta di Buvalischi, que se arrodilló a sus pies y puso a su hijo muerto ante él. Domingo se apartó, rezó unos momentos, luego se volvió hacia la dama que lloraba e hizo la señal de la cruz sobre su hijo. Luego tomó al joven de la mano y lo levantó a la vida. Aún más, se curó completamente de su enfermedad. El Padre Santo Domingo intercedió por ella a través de su oración y el Señor lo escuchó porque su vida de oración era tan profunda que podía mover la montaña.

Para Santo Domingo el amor y la compasión hacia los demás son el cumplimiento de la ley, y Domingo, el predicador de la ley de Dios, se consumió con el fuego del amor. En todas sus acciones apareció su amor por Dios y su constante oración era para que pudiera tener verdadera caridad y amar a Dios puramente por su propio bien. De este amor brotó ese ardiente deseo de sufrir por Dios que lo convirtió en un mártir en espíritu. Su vida de generosa abnegación demostró su amor sincero. De joven vendió su único tesoro, los libros con los que estudiaba, para alimentar a los pobres. Su vida estuvo enteramente dedicada a la más dura labor apostólica, viajando a lo largo y ancho para buscar la oveja perdida del Buen Pastor y enfrentando toda clase de peligros. Sus oraciones por las almas eran continuas y diariamente hacía penitencia por los pecadores. Se compadeció del sufrimiento y la miseria de los demás.

En esta situación de brote de la pandemia de la enfermedad del Coronavirus (COVID-19), los hijos e hijas de Santo Domingo, son capaces de vivir su ejemplo. Activos frailes, hermanas y hermanos dominicos se ofrecen voluntariamente para atender a millones de personas que sufren y corren un gran riesgo personal. Encontraron formas creativas de cumplir su papel de guías espirituales, proporcionando consuelo, protegiendo a los que son vulnerables, curando a los infectados, comulgando en la oración para la curación, proporcionando suministros y otras formas de apoyo a los trabajadores de la salud, y asegurándose de que nadie muera solo.

Como comunidad, rezamos cada día por las personas que son víctimas de este brote pandémico. Llevamos sus sufrimientos en nuestros corazones ante nuestro Señor en la oración, especialmente durante la Liturgia de la horas, nuestra recepción de la Sagrada Eucaristía a través de la misa diaria en la televisión y el rezo del Santo Rosario por la mañana y antes de la oración de la noche.  Rezamos por todos los enfermos, especialmente por nuestras hermanas enfermas y por los más vulnerables, nuestros jóvenes y nuestros ancianos.  Pedimos la protección de Dios para nuestro personal médico, los primeros en responder y sus familias.  Levantamos en compasión a aquellos que experimentan soledad, dificultades y tentaciones de frustración, ansiedad y miedo.  Y recordamos las almas de los difuntos para que se les conceda el descanso eterno y sus seres queridos sean consolados.

Sigamos rezando unos por otros para que nos perdone este virus, para que profundicemos nuestra conciencia del amor y la presencia de Dios en nuestras vidas y para que recordemos que somos solidarios con todos aquellos en el mundo que sufren de miedo, ansiedad, impaciencia y de la propia enfermedad.

Que nuestro Padre Santo Domingo, a quien celebramos hoy su fiesta, sea nuestra inspiración de generosa abnegación por el Reino de Dios. Al final de esta reflexión rezamos para que:

Que Dios Padre nos bendiga,
Que Dios el Hijo nos cure.
Que Dios el Espíritu Santo nos ilumine
y nos de ojos para ver con ellos,
oídos para escuchar,
manos con las que hacer el trabajo de Dios,
pies para caminar
y una boca para predicar la palabra de salvación.
El ángel de la paz para vigilarnos
y nos guíe al fin por el regalo de nuestro Señor al reino.

Hna. Maribel P. Padernilla
Comunidad de San Pedro Almató
Ho Chi Minh City, Vietnam