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LOS ATEOS TAMBIÉN SON CREYENTES

3 mayo, 2024

En el fondo, todos somos creyentes: o bien creemos que Dios existe o creemos que no existe. Y, a partir de este presupuesto, de este pre-juicio, de esto que “creemos”, leemos toda la realidad, seamos o no conscientes de ello.

Viendo el mismo cielo, el primer astronauta ruso que salió al espacio, Yuri Gagarin, al regresar a la tierra pudo decir: me he paseado por el cielo y no he visto a Dios en ninguna parte. Se le puede responder que a Dios no se le ve, porque es inmaterial. Pero cabe replicar que lo que no se puede ver de ningún modo, probablemente no existe. Se puede seguir contra argumentando: ¿por qué la realidad tiene que terminar allí donde alcanzan nuestros sentidos y nuestra inteligencia? Y viendo el mismo cielo, el salmista puede decir: “los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos”. No cabe duda de que la contemplación del universo tan maravilloso que nos hemos encontrado todos al nacer y que seguirá ahí después de nuestra muerte, plantea muchas preguntas. Pero decir que los cielos proclaman la gloria de Dios, solo puede decirlo el creyente. El no creyente puede argumentar que los cielos nada proclaman, porque están en completo silencio.

Para unos y otros, los que se proclaman creyentes y los que dicen no creer en Dios, la fe termina siendo el motor último de su vida y el presupuesto desde el que interpretan toda la realidad. El uno y el otro creen en la coherencia y sentido de sus posiciones, pero no pueden demostrarlas apodícticamente, no pueden alcanzar seguridad total y absoluta objetividad. El increyente, por más justificación que quiera encontrar a su actitud, no puede probar que el positivismo es la verdad. Lo cree. No puede demostrar de forma concluyente que este universo sensible, que él afirma ser el Todo, constituye verdaderamente todo lo real. Tampoco el creyente puede ofrecer una prueba matemática de Dios y de su Reino. Quizás pueda encontrar argumentos más o menos convincentes, pero nunca concluyentes. Ante los hechos y los acontecimientos, creyentes y no creyentes realizan una interpretación, ofrecen una lectura diferente de la misma realidad. En este sentido su conocimiento, más aún, su vida toda se basa en una fe.

En el fondo, todos basamos nuestras certezas religiosas (positivas o negativas) en convicciones no demostradas. Por eso pudo decir Tomás de Aquino que en toda fe, hay un aspecto equiparable a la duda. Quizás podríamos encontrar ahí un punto de partida común para comenzar el diálogo y llegar a la conclusión de que las grandes cuestiones sobre Dios, el universo, la vida, la muerte, terminan planteando una pregunta que nos abre al misterio, el misterio del ser y quizás el misterio del Ser: ¿por qué hay vida, por qué hay algo y no nada, cómo es posible que un ser como el humano con tantas posibilidades y potencialidades no pueda desarrollar sino una milésima parte de ellas en su corto espacio de vida? Más aún: ¿del mismo modo que, sin saber cómo, nos hemos encontrado con la vida, no podríamos, sin saber cómo, encontrarnos de nuevo con ella?

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat