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La Iglesia en la España de los últimos 80 años. De la transición democrática a nuestros días

17 febrero, 2017

Concluye con esta segunda entrega (primera parte, aquí) la panorámica en clave eclesial de las últimas ocho décadas en la historia de España. Es momento ahora de recorrer los años que conducen de la transición democrática a la actualidad. No solo para recordar el decisivo papel de la Iglesia en aquellos tiempos de cambio, sino para revivir otros episodios en su devenir no exentos de tensiones con la clase política. Así, hasta desembocar en algunas de las respuestas que hoy –a través de un nuevo plan pastoral– ofrece el Episcopado español al complejo momento presente, marcado por la liquidez de sus sociedades, el laicismo, el agnosticismo o los fundamentalismos.

(…) Continuando con el desarrollo histórico, y tras superar el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, gracias en gran medida al protagonismo de la Corona, hay que afirmar en línea de máxima que las relaciones con el primer gobierno del PSOE (a partir del año 1982) no fueron fáciles; ni por el proyecto político acerca de lo religioso que este representaba (incluso apoyado por un buen número de cristianos) ni por el diálogo y fluidez en las relaciones, tan escasos, al máximo nivel de responsables (Gobierno-Conferencia Episcopal).

No obstante el PSOE, ya en 1967, y en relación a la Iglesia católica, reconocía la distancia de tono y propósito, por ejemplo, entre la encíclica Nostis et nobiscum, de Pío IX, y el realismo de Populorum progressio, de Pablo VI. Y aunque, en su opinión, la Iglesia tomó conciencia de las cuestiones sociales con retraso y con prejuicios, el Vaticano II supuso el fortalecimiento de una Iglesia renovada en el mundo presente, para restañar heridas y no ser cómplice de injusticias y así ayudar al necesitado. Esto supone honradamente que los problemas anteriores sobre la cuestión social, que fueron causa de enemistad y guerra, han desaparecido.

El PSOE parte del diálogo entre hombres de buena voluntad. Existen razones éticas, morales y hasta ideológicas que socialistas y cristianos no pueden olvidar ni evadir, puesto que tienen su raíz en la conciencia de la común naturaleza humana. Socialismo y religión no implican contradicción. No es verdad que exista una escisión maniquea entre un mundo materialista y ateo o un mundo religioso y espiritualista. No hay conflicto entre la fe y la falta de fe, sino entre explotadores y explotados. Socialismo y cristianismo, en tanto que religión de amor al prójimo, son absolutamente conciliables. No puede ni debe haber conflictos entre el socialismo democrático, que aspira a la total dignificación del hombre, y una Iglesia, sobre todo la posconciliar, que no quiere servirse de la fuerza del Estado. Sin embargo, estas palabras suscritas por muchos de sus militantes cristianos (Cristianos por el Socialismo) no parecían ser las tesis oficiales en el terreno de la praxis concreta.

Algún autor señalaba que la cuestión religiosa, principal motivo de la Guerra Civil entre los españoles, había dejado de ser determinante en la formación del mapa político actual, pero no se había llegado al armisticio entre PSOE e Iglesia. La despenalización parcial del aborto, la guerra de catecismos, la reforma educativa de Maravall y el tema de “la cruz del Prado” son episodios que confirmaban lo anterior. Ante la pregunta “cuál era el problema de fondo”, se respondía que era la proyección sobre la sociedad o concreción de modelos éticos aparentemente contrapuestos.

En otro ámbito, en el seno de la Iglesia, se percibía como latente una cierta confrontación entre una Iglesia carismática y otra institucional. Aunque no solo en la Iglesia, sino en toda la sociedad, era contestada la dimensión institucional. Algunos pastores recordaban cómo la Iglesia, “además de institución, es comunidad profética y que el profetismo es libertad”. En la Iglesia no deben separarse las “dos dimensiones” (profetismo e institución).

Con el Gobierno del PP (desde el año 1996), y sobre el terreno práctico, las relaciones fueron más fluidas, pero existieron muchos interrogantes abiertos y sin concretar. Se reflejaban, institucionalmente, en el tema de la enseñanza y de la autofinanciación; y, socialmente, en el modelo de desarrollo económico porque, pese a los buenos resultados de crecimiento, existían dudas razonables sobre si sería capaz de hacer desaparecer las bolsas de marginación del llamado cuarto mundo. A esto se unió el problema de la alianza entre España y Estados Unidos. Sobre todo, a partir de la Guerra del Golfo y de Irak.

Y, sin duda, en la relación con la Iglesia un punto conflictivo fue el de la firma o no, por parte de la Iglesia, de la llamada Ley de partidos frente al terrorismo, en contra de la violencia de ETA. El Episcopado, con cierto disgusto por parte del Gobierno, determinó no firmar aquella ley por entender que el papel de la Iglesia “no es directamente político ni la Iglesia podía ser equiparada a un organismo político”. En cambio, la Conferencia Episcopal publicó un documento donde se condenó, una vez más, la violencia terrorista como intrínsecamente perversa y éticamente injustificable.

A partir del año 2010, estamos de lleno en la globalización neoliberal, la unificación de la moneda única europea (eurodólar) y la posterior gran crisis económica, y el nacimiento del radicalismo yihadista en la nueva sociedad emergente. Los pastores se preguntaban: “¿Qué rasgos significativos deberían caracterizar la presencia pública de la fe y, por tanto, de la visibilidad institucional de la Iglesia en esta nueva sociedad?”. Respondían que la fe cristiana debe tener una pretensión de totalidad y coherente con un actuar en todos los campos de la vida privada y social; una pretensión de verdad y de inculturación en todos los contextos; y una pretensión de ultimidad, ya que el Reino de Dios está presente pero aún no consumado; siempre conscientes de vivir en una sociedad con pluralidad de creencias.

Otros autores hacían una denuncia y una propuesta. Denunciaban que la fe seguía privatizándose cada vez más, tanto desde las derechas como las izquierdas sociopolíticas. Desde las derechas, por contemplarse como “algo para uso familiar o grupal cerrado”. Desde las izquierdas, lanzando, cada vez más, un “cordón sanitario” hacia lo religioso y cristiano; influidos por Gramsci, con un laicismo beligerante y una cierta cristianofobia.

Nos situamos en el momento actual, completamente nuevo; en un cambio de época, con nuevos signos de los tiempos: una sociedad tecno-líquida y psico-política, los nuevos movimientos sociopolíticos, el laicismo beligerante, el nuevo agnosticismo y los radicalismos de signo religioso. La Iglesia en España tiene que resituarse en los nuevos escenarios. De cada una de estas realidades, señalo sencillamente algunas pinceladas. Fuente: VN. Autor: Raúl Berzosa Martínez, obispo de Ciudad Rodrigo. (Documento completo en el archivo adjunto)