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LA ESPERANZA DE UN HOMBRE DE CARNE Y HUESO

11 noviembre, 2020

La fe es esto: poder apoyarse en esta Presencia que calma interiormente y hace posibles todos los renacimientos (Beato Pierre Claverie, OP).

Jesús no anula los tiempos difíciles. Tampoco los hace fáciles. Simplemente los convierte en gracia (Cardenal Pironio).

Ciertamente como humanidad estamos viviendo tiempos difíciles que nos golpean y nos cuestionan… El desánimo y la desesperanza son tentaciones que están a la vuelta de la esquina. No es fácil luchar contra la angustia, el temor, la tristeza… Como creyentes nos sentimos interpelados… ¡a veces parece imposible conservar la esperanza en esta situación! Meditando en estas cosas, de pronto aparece ante nuestros ojos la figura de San Francisco Coll, hombre de carne y hueso ―no un súper héroe y tampoco un ángel bajado de los cielos― y nos damos cuenta de que él vivió una situación comparable…

Tan sólo hacía unos pocos años que el joven Francisco estaba viviendo su vocación de fraile en el convento dominico de Gerona, cuando su felicidad fue interrumpida de la manera más violenta y estrepitosa: las leyes de exclaustración del año 1835 cerraron prácticamente todos los conventos de España, echando a miles de religiosos de las comunidades y destruyendo vidas y sueños. Francisco Coll, todavía no ordenado sacerdote, fue uno de tantos que tuvieron primero que escapar a refugiarse con familiares o conocidos, para luego intentar rehacer su vida.

Los primeros meses los frailes confiaban en volver a aquella antigua normalidad de la vida conventual. Luego vino, para muchos, el tiempo de los lamentos y las quejas, de la añoranza de aquellas épocas en que la Iglesia y las Órdenes eran poderosas y honradas, y la vida personal gozaba de innumerables seguridades. Para no pocos fue el final de su vocación, o por lo menos el final de su alegría. No pudieron reinsertarse en la sociedad, o tal vez consiguieron algún «puesto» en las diócesis que les permitiera ir sobreviviendo. Una justa amargura arraigó en el corazón de muchos, al verse impedidos de vivir su vocación.

No fue el caso de nuestro Francisco. No le conocemos quejas ni reproches. Claro que habrá tenido que hacer su duelo. Pero poco después de haber padecido este acontecimiento tan desestabilizador en su vida, lo encontramos buscando la manera de terminar sus estudios sacerdotales. Al año siguiente consigue ser ordenado clandestinamente. Y en cuanto la situación lo permitió, lo vemos desarrollando su vocación dominicana de un modo nuevo. En pocos años su presencia ya es notoria en Cataluña. Así nos lo relata Fr. Domingo Coma, un antiguo compañero del convento de Gerona:

«Volví a verle a los seis años de exclaustrado, cuando ya se dedicaba a Misiones y Novenarios en compañía del P. Claret y de un P. Agustino. Sus sermones y misiones eran acompañados de mucho fruto; usaba de muchas y muy expresivas y oportunas comparaciones y ejemplos; pasaba la mayor parte del día en el confesonario; terminado el sermón, volvía de nuevo (…). En los sermones prefería la misericordia; y para animar a la perseverancia, excitaba a la devoción del Rosario, alistando a millares en el Rosario perpetuo. Predicaba gratis, y si algo recibía, lo distribuía a los pobres (…) El pueblo le tenía por un Santo, muchos sacerdotes le pedían consejo» (Testimonios, p. 699).

¿Cómo explicar este enorme despliegue no mucho después de aquella tragedia vital? Quien fuera Maestro de la Orden, Fr. Carlos Azpiroz, nos ayuda a comprenderlo: «En la vida de Francisco Coll vemos cuánto deseaba consagrarse al Señor como fraile dominico. Pero poco antes de terminar sus estudios, los claustros quedaron vacíos, una legislación pareció herir de muerte a la vida religiosa. De repente, le tocó transitar el desierto de la exclaustración impuesta… De sus 45 años como religioso, San Francisco vivió 40 como exclaustrado… Todo eso no le provocó una ceguera o miopía mental. Tampoco se pasaba el día en una constante lamentación acerca de la difícil situación política, social, llorando por un pasado que fue mejor pero que se hizo añicos, ofreciendo solamente el vinagre de la auto-conmiseración antes que el vino de la alegría del Evangelio. Dios fue providente. A través de ese nuevo escenario, no buscado, no querido, fue mostrándole ciertas cosas que pasaban, que quizás no se veían dentro de la apacible quietud que le ofrecía el convento, … pudo ver un panorama que se le ocultaba. El claustro del dominico es el mundo, allí pudo contemplar el hambre del pueblo de Dios[1]», el hambre de la Palabra, que en seguida encontró eco en su corazón generoso de misionero. Abierto al Espíritu, supo ver que Dios venía a su encuentro en medio de aquella situación.

*  *   *

Francisco: Como te pasó a ti en la exclaustración, de pronto, de un día para otro, nuestras seguridades se desvanecieron, nuestra antigua normalidad se terminó, y empezamos a transitar por la senda de la incertidumbre. Sin embargo, mirando tu reacción, quedamos sorprendidos: tú no te desanimaste, no te quejaste, no te refugiaste en el recuerdo de lo antiguo…

¿Cuál era tu secreto? ¿Dónde se escondían tus fuentes de alegría y esperanza? Supiste abrirte a los acontecimientos ―por duros que fueran― con mirada contemplativa, esperando encontrar los rastros del paso del Señor. Confiaste en que Jesús, aunque parezca dormido en la barca, siempre es más fuerte que la tormenta y el oleaje del mar. Quisiste dar tu Sí al Padre como María, invitada a transitar por un camino desconocido, solamente fundada en la fe. Y el milagro ocurrió en tu vida… Los tiempos difíciles no dejaron de ser difíciles, pero se convirtieron (y hasta diríamos, «florecieron») en tiempos de salvación.

H. Luciana Farfalla Salvo

[1] Homilía de Acción de Gracias por la Canonización de San Francisco Coll, Roma, 12 de octubre de 2009.