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LA CRUZ, PUENTE SOBRE LA MUERTE

17 mayo, 2022

Cristo “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida”. Estas palabras de uno de los prefacios de la liturgia de Pascua pueden ser un buen resumen de lo que proclama la fe cristiana. No sólo que Cristo ha sido injustamente torturado y ajusticiado, sino que esta muerte tiene efectos salvíficos para todos y cada uno de los seres humanos que acogen con fe al Hijo de Dios. La muerte de Cristo es la destrucción de nuestra muerte. No en el sentido de que ya no tengamos que morir, sino en el sentido de que unidos “al Jefe que lleva a los suyos a la Vida” (Hech 3,15) podemos morir con serenidad y esperanza, en la esperanza de que la muerte no tiene la última palabra, ella ha dejado de ser muro, para convertirse en puente por donde se entra en la vida eterna, acompañados por el que murió por nosotros y resucitó para nuestra salvación.

Esta imagen del puente para referirse a la muerte de Cristo y, por añadidura a la de los cristianos, la utiliza en uno de sus sermones el diácono Efrén de Siria: “con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida” (Sermón sobre nuestro Señor, 3-4.9).

Que la muerte de Cristo es la destrucción de nuestra muerte solo es posible afirmarlo a la luz de la resurrección. De ahí la continuación del prefacio: resucitando restauró nuestra vida. Restauró: no sólo restableció, sino que renovó, potenció, la puso acorde con el proyecto de Dios. Por tanto, no se trata solo de que Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte, con el poder de Dios, sino que su resurrección tiene repercusiones salvíficas para todos y cada uno de los que se adhieren con fe a su persona: la resurrección del Hijo de Dios es la garantía de nuestra propia resurrección, pues si hemos muerte con él, también viviremos con él (Rm 6,8).

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat