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HIJO, TODO LO MIO ES TUYO

26 marzo, 2019

IV DOMINGO DE CUARESMA 

Hace poco tiempo veíamos en los diarios la noticia de un joven que  demandaba a sus padres por haberlo traído al mundo sin su consentimiento, según él, sometiéndolo a las pruebas de la vida solamente por su placer. Perplejos, observamos la realización extrema de una actitud que se propaga según la cual nada de lo que tenemos nos ha sido regalado. Todo este modo de pensar ha dado lugar a lo que se conoce como “sociedad sin vínculos”.

La conocida parábola que leemos en la liturgia de este Domingo IV de Cuaresma, va más allá de la figura del “hijo pródigo” en el que habitualmente solemos fijar la mirada. La narración refleja la historia del amor de un Padre y la ingratitud de dos hijos que son “pródigos” en su corazón aunque uno solo lo sea en las obras.

El relato de Jesús nos habla de una casa donde se vive en armonía y  hay fiesta, ¿podría haber mejor modo de reflejar lo que es la vida cuando se vive con Dios? ¡Qué forma más bella de definir el talante propio de un cristiano! Más intensamente aún el de aquellos que hemos sido consagrados en la vida religiosa. Pero miremos ahora la parábola desde la perspectiva del que para muchos estudiosos es el verdadero “hijo pródigo” de la parábola: el hijo mayor. Este joven privilegiado permanece en casa, no se ha alejado del hogar paterno, respeta las normas propias del consorcio familiar pero verdaderamente está tan apartado del corazón del padre como su hermano. Nuestro hijo mayor disfrutaba de “las cosas de su padre” pero no “de su padre”.

La mentalidad del hijo mayor es la propia del “contrato” basado en derechos y deberes. Sin embargo, vivir como hijo no es fruto de un pacto donde dos partes se ponen de acuerdo programándose la ruptura cuando una deje de cumplir. Vivir como hijo es “natural”, se saborea, se goza y se agradece. En la casa del Padre, se vive la gratuidad sin pasar la cuenta por cada acción realizada.

La inmensa mayoría de los puntos vitales de nuestra existencia son un regalo inmerecido que nunca habríamos soñado. Debido a ello, la actitud existencial más justa para todo ser humano es el agradecimiento. Agradecer significa haber captado la verdad más profunda de la vida. La parábola del hijo pródigo es relatada por Jesús en un contexto muy concreto. Habla a los fariseos que eran los “hijos mayores” del pueblo de Israel. La figura del fariseo reflejaba el modelo de judío cumplidor, fiel a las tradiciones de su pueblo. Podríamos decir que religiosamente eran lo más cercanos a Jesús.

Como consagrados, “somos de casa” pero, ¿hemos aprendido a deleitarnos en ello? Desgraciadamente se observa frecuentemente la búsqueda de sucedáneos frente a la hermosura de una vocación de plenitud. Mantener a toda costa el “status quo”, ambicionar oficios, conservar mi cargo a pesar de que ya no puedo realizarlo, aferrarnos a personas, el vivir constantemente sin alegría. ¿No es todo esto reflejo de una falta de Vida? Si en nosotros está  la Vida del esposo no habría necesidad de compensaciones. Reclamamos, nos quejamos porque puede estar faltando la experiencia de que somos hijas amadas y esposas consagradas al mejor esposo que ninguna mujer soñó. En este Domingo “laetare”, retornemos a la fiesta de la casa del padre que se ha ido ocultando con el desgaste de los años. No olvidemos que un día elegimos vivir para “la parte mejor” (Cf. Lc 10,42).

Hna. Mª Ángeles García

Provincia «Santo Domingo de Guzmán»