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FIESTA DE SAN FRANCESCO COLL. ROMA 2013

31 mayo, 2013

Queridas Hermanas:  FELIZ FIESTA de nuestro  P. COLL en este contexto litúrgico de Petecostés.

Solemnizamos la fiesta el viernes 17 de mayo con la alegría de la grata presencia entre nosotras de las HH. Ma. Natividad y Asunción. Como ya es habitual la casa se llenó de sacerdotes, amigos, huéspedes y religiosas que ofrecieron un bonito marco a la celebración Eucarística y al compartir fraterno en los salones y el jardín. Presidió la concelebración  el P. Vito T. Góméz acmpañado de 20 sacerdotes, dominicos y diocesanos de diversas nacionalidades. El coro de la Parroquia Jesús Divino Maestro animó la liturgia, digna de celebrar a quien dedicó toda su vida a alabar, bendecir y predicar al Señor  por pueblos y ciudades. Y como regalo les dejamos la homilía del P. Vito.

 

                         Un fuerte y cariñoso abrazo de todas las HH de la comunidad de Roma.

 

HOMIÍA DEL P. VITO T. GÓMEZ

            Celebramos este año la Fiesta de San Francisco Coll como preparación inmediata para la Pascua de Pentecostés, en el clima propio del Año Santo de la Fe concedido a la Iglesia por el Papa Benedicto XVI, y alentado ahora con tanta solicitud por el Papa Francisco.

            Una vez más, y bien gozosos, dirigimos la mirada hacia la espléndida figura de nuestro Santo, para extraer de su consideración lecciones de vida que iluminen nuestro caminar en respuesta fiel a la gracia recibida por pura misericordia del Señor.

            Queremos asimismo colocar sobre el altar en esta Misa solemne nuestras súplicas, nuestra acción de gracias, que sin duda encontrarán decidido apoyo en su poderosa intercesión ante Cristo, siempre vivo para interceder por todos.

            San Francisco Coll, como el Padre Santo Domingo, era ferviente devoto del Espíritu Santo. Comenzaba la oración, tan central en su vida, invocándole de manera perseverante. Lo mismo cabe decir de las incontables misiones populares que emprendía. Cantaba al inicio de las mismas, y animaba al pueblo a cantar al unísono con él el tradicional himno «Veni, Creador Spiritus», «Ven, Espíritu Creador».

            Era un convencido de que el Espíritu renueva constantemente en la Iglesia los prodigios de Pentecostés. Proclamaba que es Creador de verdadera concordia, y de manera particular en tiempos como eran los suyos, de división y guerras entre hermanos. Mantenía una fuerte convicción de que el Espíritu armoniza los corazones para vivir en paz, para confesar el nombre de Dios y proclamarlo con los labios y con la vida. En este sentido su magisterio es verdaderamente luminoso.

Escribía a las Hermanas de la Congregación de la Anunciata, apenas fundada, que para adquirir la perfección cristiana debían prestar una atención exquisita al Espíritu Santo. Así procederían seguras por las sendas de la unión en el amor, en la caridad, tanto para con Dios, como para con el prójimo.

Añadía que el verdadero Espíritu de Dios empuja hacia la meta del amor perfecto, y la confianza firme en la asistencia continua del Señor. Oficio invariable del Espíritu Santo, a su entender, es el de unir cada vez más íntimamente las almas con Dios, encender en los corazones su divino amor, e inspirar en lo más íntimo de la persona una confianza, siempre en aumento, en su bondad y misericordia infinitas.

El Espíritu Santo, insistía el Padre Coll, disipa los temores, y conforma en el amor infinito, permanente, incansable, en el amor eterno de Dios nuestro Padre. El solo recuerdo de que Dios es Padre hace vivir lo difícil como realmente fácil. Esto es plenamente verdad, aunque no se experimente de manera sensible, porque las cosas del orden espiritual, de por sí, de ordinario, no se experimentan con la sensibilidad, aunque sí a través de la fe.

El Espíritu proporciona diligencia y fervor en la oración, impulsa y sostiene en el cumplimiento del deber, en la renovación de de la familiaridad con Dios. Hace partícipes de sus dones de serenidad, tranquilidad, verdadera paz, como fruto de un sincera humildad que jamás distancia de Dios, sino que avecina hacia él, que es infinitamente poderoso para ensalzar hacia lo más alto y encumbrado a los humildes de corazón, en virtud de la gracia transformadora.

Todo esto es solo una síntesis del magisterio del Padre Coll sobre el Espíritu Santo. Adquirió esta doctrina, como siempre, en la contemplación de la Palabra, en presencia tantas veces de un díptico en que, en una parte, se representaba el misterio de la Santísima Trinidad, y, en la otra, una imagen de Nuestra Señora de los Dolores, ante la cual lo hallaban en muchas ocasiones absorto en oración. Esta «sana» doctrina, y en concreto, esta teología sobre el Espíritu Santo, era fruto de su fe, absolutamente firme, segura, anclada en la «Roca inconmovible», que es el Señor. Algunos contemporáneos, al considerar su vida y actividad, proclamaban que se advertía en él «un hombre rico de fe y de confianza en el buen Dios», en el «bon Déu» (Padre Enrich, su coadjutor).

La fe de San Francisco Coll —transformada ahora en «visión»— era viva, acompañada de buenas obras, porque «la fe sin obras es una fe muerta», como enseña Santigo (2, 26). Su «obra» fundamental, básica y como raíz del actuar era la «obediencia de la fe», de que habla por dos veces San Pablo en la carta a los fieles de Roma. Obediencia a los designios de Dios, a la voluntad de Dios, también cuando se trata de recorrer caminos extraños, oscuros. El Papa Francisco, cuando era Arzobispo de Buenos Aires, presidió una Misa de acción de gracias por la canonización del Padre Coll, y recordó en su homilía la fe de que estaba animado, fidelidad que tuvo que vivir tantas veces a la «intemperie», a cielo abierto, al raso, a la inclemencia propia de tiempos muy difíciles, si se considera aquel momento de la exclaustración de los religiosos en España, aquella época que caminaba hacia la marginación del cristianismo en la sociedad. Aquel afanoso empeño de tantos «sabios» según el mundo que pretendían construir una ciudad terrena al margen, sin la ayuda de Dios y desconectada de él.

San Francisco Coll buscaba asiduamente en la Sagrada Escritura alimento para enriquecer y fortificar su fe. Así podía exponerla a todo tipo de personas, por medio de la catequesis, de la dirección espiritual, de los ejercicios, especialmente predicados a los sacerdotes —fue un gran apóstol de sus hermanos en el sacerdocio. La fe que bebía en los libros santos y se afianzaba en su corazón la exponía por medio de una múltiple predicación, dentro de las iglesias, en las plazas, en praderas en torno a renombrados santuarios, por el gran número de gentes que se agolpaban a su alrededor y que perdía en ocasiones la noción del tiempo, pendientes como estaban de la sublime doctrina que brotaba de sus labios.

Leía en la carta a los Hebreos, aun más, contemplaba es esta reflexión teológica del Nuevo Testamento, una definición de fe: «Es el fundamento de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve». Tal fe ha animado a las generaciones más nobles de la humanidad, dentro del pueblo de Israel y también entre otros pueblos. Naturalmente,  así ha sido en la historia de la Iglesia. Este género de fe es elque fortificó a San Francisco Coll. Fue sólido fundamento de su esperanza, y le dirigió siempre por el camino hacia de la vida eterna. Este tipo de fe fue el que proclamó, de palabra y por escrito. Para hacerlo más atractivo y convincente utilizó un conocido género literario, el de la «reiteración»: Al cielo, al cielo, al cielo. Lo formulaba también muchas veces en forma de pregunta, a pequeños y mayores: «¿Queréis ir al cielo?».

Parafraseando el consejo de San Pablo a Timoteo (2, 22-26), que hemos escuchado en la segunda lectura de esta Misa, el Padre Coll se esmeró en la justicia y en la fe, en el amor y la paz con los que invocaban al Señor con corazón limpio. Fue empeño particular suyo el de difundir esta fe. Iluminó con ella a los creyentes, y asimismo a los que no invocaban al Señor. Pero muchas veces tras sus predicaciones y trabajo apostólico en general comenzaron a invocarlo de manera estable y duradera.

Este magisterio de vida y doctrina de San Francisco Coll invita a una preparación, todavía más intensa, de cara al descenso del Espíritu Santo, que celebraremos el la Liturgia de Pentecostés, la Pascua del Espíritu Santo, ya tan próxima. Este magisterio anima igualmente a mantener abierta la «Puerta de la Fe», «Porta Fidei», para contemplar todo en la vida como «providencial», tal como acaba de recordarnos San Lucas, en el Evangelio (12, 22-34): «No andéis agobiados por la vida … porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido … ¡Cuánto más valéis vosotros! … Ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad … Buscad que él reine y eso se os dará por añadidura … No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino».

Que San Francisco Coll continúe apoyando a los aquí presentes en esta hermosa iglesita dedicada a la Anunciación de María. Que apoye a todos con su poderosa intercesión delante de Dios, y nos conceda aun aquello que no nos atrevemos a pedir, tanto en el orden material como espiritual. ¡Así sea!