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ESTA FAMILIA TIENE MADRE

1 junio, 2020

Aunque socialmente todavía no hemos entrado en la “nueva normalidad”, litúrgicamente hoy reanudamos el Tiempo Ordinario, que bien podría llamarse este año “tiempo normal”. Tras la Cuaresma (morado) y la Pascua (blanco), volvemos al verde de la vida cotidiana. El 11 de febrero de 2018 se estableció que el lunes siguiente a Pentecostés se celebrara la memoria de Santa María, Madre de la Iglesia. El documento de la Congregación para el Culto Divino afirma que el papa Francisco “consideró atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana”. Este año 2020 –que pasará a la historia como “el año de la pandemia”– volvemos al tiempo ordinario con una memoria mariana que, en cierto sentido, nos resarce de la pérdida de la fiesta de la Visitación de la Virgen María. ¿Cómo profundizar en el “sentido materno” de la Iglesia cuando para muchas personas la palabra Iglesia tiene solo resonancias institucionales y no siempre positivas? Me entran ganas de ceder hoy este espacio a un compañero mío, japonés de nacimiento, que está escribiendo su tesis doctoral precisamente sobre este tema.

En el Evangelio de Juan leemos que Jesús, desde el cadalso/trono de la cruz, entrega a María al “discípulo amado” (es decir, a la Iglesia). El “he ahí a tu madre” (Jn 19,27) es como la carta fundacional de esta maternidad de la Virgen.  En un mundo “sin padre” y en una Iglesia vista como “mera institución”, la maternidad de María nos recuerda que somos la familia de los que han escuchado la Palabra de Dios y quieren ponerla en práctica. La primera que la ha escuchado y la ha hecho vida ha sido precisamente la joven muchacha de Nazaret. Ella es, por eso, madre del Cristo que crece en su seno y de ese Cristo total que es la Iglesia y el mundo entero. Ella es también el rostro femenino del amor paterno/ materno de Dios. Esto explica la enorme fascinación que María ejerce sobre millones de seres humanos, incluso sobre mucho que no creen explícitamente en Jesucristo o en Dios. María es esa madre que acoge a todos, especialmente a quienes se sienten huérfanos en un mundo inhóspito. Representa la “revolución de la ternura” en un mundo dominado por la competitividad, la envidia y la violencia. Donde María se hace presente, reina la paz y la concordia.

Hubo un famoso teólogo suizo –Hans Urs von Balthasar (1905-1988)– que hablaba del “principio mariano” en la Iglesia.  Si Pedro (“principio petrino”) representa la institucionalidad de la Iglesia basada en la confesión de Jesús como el Cristo y Pablo (“principio paulino”) simboliza la apertura misionera de la Iglesia, María (“principio mariano”) significa la acogida de la Palabra en el corazón y el primado del amor sobre cualquier otra dimensión. Creo que es acertado que un día al año podamos celebrar esta maternidad de María. Es verdad que ya existe la solemnidad de María, madre de Dios (1 de enero), pero la nueva memoria acentúa la protección que ella ejerce sobre la comunidad de los seguidores de Jesús, sobre la Iglesia peregrina. Si perdemos la visión de la Iglesia como madre que nos engendra a la fe, acabaremos siendo prisioneros de una visión demasiado sociológica. Reduciremos la Iglesia a una institución más o menos popular según tiempos y lugares y estableceremos con ella un tipo de relación fría o puramente pragmática. Solo cuando caemos en la cuenta de que la Iglesia es nuestra madre y de que María simboliza esa maternidad, podemos tener actitudes de respeto, amor y gratitud.

Gonzalo Fernández Sanz cmf