NOTICIAS

EN LA GRUTA DEL CORAZÓN

12 junio, 2020

La primera lectura de la misa de hoy ofrece uno de los textos del Antiguo Testamento que más me gustan. Escucharlo a las 7 de la mañana permite afrontar el día con sosiego. Transcribo los primeros versículos: “En aquellos días, cuando Elías llegó a Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!» Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva” (1 Re 19). La pregunta por Dios no nos deja respiro. Quizá son los ateos quienes más se la hacen. En estos tiempos de pandemia, ¿cuántas veces nos hemos preguntado dónde está Dios? Lo hizo el papa Francisco en aquella memorable oración de la tarde del 27 de marzo en una plaza de san Pedro vacía, bañada por una suave lluvia de primavera. Lo hacemos cada uno de nosotros cuando nos parece que entre lo que está sucediendo y la imagen que tenemos de Dios hay un abismo que no se puede colmar. Nos da la impresión de que algo no encaja.

Una experiencia parecida debió de tener el profeta Elías. Su cueva es como un símbolo de nuestro confinamiento. También él, en medio de su crisis, buscaba a Dios, quería una explicación. El texto del libro de los Reyes ofrece una respuesta que nos ayuda a afrontar nuestro presente. Dios no está en el viento huracanado que descuaja los montes, ni en el terremoto que sacude los cimientos de la tierra, ni en el fuego que devora cuanto toca. Dios está en una “brisa tenue” que nos invita a salir de nuestra cueva y ponernos en pie. Mediante un lenguaje simbólico, se nos dice que Dios no está en lo que destruye la naturaleza o los seres humanos, no está en la violencia que arrasa con todo. Dios es una “brisa tenue” que sopla en la gruta de nuestro corazón. Si tuviéramos que aplicar el texto a la situación actual, podríamos decir que Dios no está en la pandemia que ha infectado a más de siete millones y medio de seres humanos en todo el mundo y que ha producido ya más de 420.000 muertos. No está en quienes, usando su nombre, amenazan con reacciones violentas o con castigos. No está en quienes, aprovechándose de la crisis mundial, solo piensan en obtener beneficios comerciando con el sufrimiento ajeno. Dios se revela a quienes, en el silencio de su casa, se atreven a adentrarse en la “gruta del corazón”. No hay lugar más cercano y, a la vez, más inexplorado. En la quietud de esa gruta interior, los seres humanos podemos percibir la “brisa tenue” de Dios en forma de paz profunda, de anhelo de eternidad, de apertura a los otros, de profunda gratitud por el don de la vida.

Es verdad que en tiempos de crisis tenemos que hacer cosas, que no podemos permanecer eternamente encerrados en nuestros refugios, como si la vida humana fuera -por decirlo con la célebre expresión de Albert Camus- una “condena a muerte en masa”. Pero esa salida a la puerta, ese ponernos de pie, no es una decisión voluntarista de quien cree que es necesario hacer algo, sino fruto del contacto con la “brisa tenue” de Dios. Estoy convencido de que si los seres humanos aprendiéramos a entrar con humildad en la “gruta del corazón”, encontraríamos ese tesoro que tanto andamos buscando y que confundimos con la acumulación de cosas, el dominio sobre otros o las experiencias placenteras. La “brisa suave” es el toque delicado de Dios que nos hace experimentar su amor incondicional, que nos sostiene cuando todo parece que se quiebra, que alimenta nuestra esperanza en tiempos de incertidumbre. Los hombres y mujeres que se han atrevido a entrar en la “gruta del corazón” se cubren momentáneamente el rostro, como Elías, pero cuando lo destapan, exhiben un rostro luminoso como Moisés.  En tiempos de crisis, quizá no hay ayuda más grande que la de mirar a los demás con un rostro luminoso que atestigua el paso de Dios por nuestra vida. Muchos rostros luminosos acaban haciendo de la noche un claro mediodía.

Gonzalo  Fernández Sanz cmf