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El P. Coll y su confianza en las mujeres

8 marzo, 2023

En el entorno del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, resulta interesante indagar en una de las características del Padre Coll: la confianza que supo demostrar hacia las mujeres y sus posibilidades, en un siglo en que ―tanto en la sociedad como en la Iglesia― se privilegiaba más bien la desconfianza. Obviamente, no podemos descontextualizarlo ni catalogarlo mediante las categorías del feminismo de nuestra época; pero si nos acercamos a las fuentes descubriremos sugerentes intuiciones.

Ante todo, puede decirse que fue la confianza en las posibilidades de la mujer la que le llevó a fundar una congregación femenina y dedicada a la educación. El P. Coll confiaba en las capacidades de las niñas y en el impacto positivo que unas mujeres bien formadas podrían tener sobre la familia y sobre la sociedad. En 1858, cuando todavía el analfabetismo femenino y la ausencia de escuelas de niñas era una realidad abrumadoramente mayoritaria en España, en carta a la Reina Isabel II el P. Coll se presenta como una persona: «que siempre ha considerado la instrucción a las niñas como una obra de caridad y de la más grande trascendencia para el bien de las familias y de la sociedad misma» (Testimonios, p. 549).

También confiaba en las potencialidades de unas humildes e iletradas doncellas, incluso cuando nadie más estaba convencido. Uno de los principales problemas a los que se enfrentó en los inicios de la Congregación era que las hermanas, que iban a dedicarse a la educación, provenían, en su mayoría, de medios de escasos recursos y sin instrucción previa. Esto no lo detuvo, como nos lo relata un testimonio de la época: «Se ofrecía otra duda: ¿Cómo llegarán a ser maestras, ya que además de las labores propias de la mujer, se necesitan tantos conocimientos de Gramática, Aritmética, Geografía, Historia, etc.? “¡Oh! se enseñarán unas a otras”» (Testimonios, p. 589). Respuesta simple que revela una gran confianza en la capacidad de progreso y en el papel de la ayuda mutua entre mujeres. Las hermanas no defraudaron la confianza que el P. Coll depositó en ellas. Correspondieron mediante su esfuerzo, obteniendo los necesarios títulos de maestra y ganando múltiples plazas de escuelas públicas a través de los exámenes de oposiciones.

En otra apuesta arriesgada, el P. Coll, a poco de comenzar la Congregación, las envió de tres en tres, jóvenes, con poca experiencia, a fundar escuelas en pequeños pueblos recónditos donde tendrían que resolver por sí mismas los problemas que se presentaran, porque las comunicaciones impedían un contacto fluido con él o con la Casa Madre. Nuevamente, las hermanas estuvieron a la altura del desafío. Respondieron con audacia, creatividad, inteligencia, espíritu de sacrificio. Fueron respetadas y valoradas y se constituyeron en una instancia inédita de autoridad femenina en los pueblos, al lado del alcalde, el párroco o el maestro de niños.

Este despliegue de las hermanas fue tan floreciente y fecundo que el P. Coll, de todos los trabajos que emprendió por el Reino de Dios, el que más valoró y del que estuvo más contento y orgulloso fue la fundación de la Anunciata. Su incansable tarea de misionero no le satisfacía tanto como la labor de las hermanas esparcidas por aldeas, pueblos y ciudades. Estaba convencido de la gran eficacia apostólica de la misión que ellas llevaban a cabo. A la muerte del P. Coll, su sucesor P. Enrich escribió una emotiva carta a las comunidades, expresando esa convicción del Fundador: «¡cuántos viajes! ¡qué de trabajos! ¡qué de sudores costasteis a vuestro Padre en Jesucristo!  Absorbíais la mayor parte de sus cuidados, porque os miró siempre como el medio más eficaz que Dios había puesto en su mano para la solicitud del ministerio apostólico a él confiado. Vosotras erais y seréis su gozo y corona» (Testimonios, p. 591).

Confianza en las posibilidades educativas de niñas y jóvenes, en sus potencialidades y talentos. Confianza en el buen criterio y el buen hacer de las hermanas, a quienes consideró capaces de llevar a cabo misiones desafiantes y adquirir responsabilidades nada comunes en el panorama de la mujer de aquella época… Confianza apostólica en que aquella obra de mujeres era incluso más eficaz que su propia obra de incansable misionero. Superación viva de los estrechos límites de la desconfianza pautados por la época. En esta gran confianza, estas mujeres encontraron el espacio y la ocasión oportuna de desplegar lo que llevaban dentro. Y, mediante sus propios méritos, se hicieron verdaderas protagonistas de algo nuevo que surgía.

En la confianza del P. Coll y la iniciativa de las primeras hermanas, vislumbramos la obra del Espíritu, que «hace nuevas todas las cosas» y abre nuevos caminos en la Iglesia y la sociedad. Caminos que posibilitaron el desarrollo de capacidades y talentos a cientos de jóvenes hermanas y a miles de niñas ―muy especialmente en los estratos de bajos recursos de aquella sociedad― e incluso a adquirir un protagonismo social nada común en su tiempo. Un verdadero paso adelante para las mujeres que, sumado a otros que se fueron dando en este tan dinámico siglo XIX desde distintos sectores, contribuyó, sin dudas, al despertar de una nueva conciencia social y cultural.

Hna. Luciana Farfalla Salvo