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DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

6 junio, 2022

Con Pentecostés acaba el tiempo pascual. Pero todavía tardan un poco en llegar los domingos del tiempo ordinario. Después de Pentecostés la liturgia presenta cuatro fiestas que recuerdan distintos aspectos del misterio de Cristo. El jueves posterior a Pentecostés se celebra la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. El domingo siguiente está dedicado a la Santísima Trinidad; luego vienen las fiestas del Corpus y del Sagrado Corazón de Jesús.

Jesucristo es el único y eterno sacerdote, sin duda, el único que ofrece al Padre el perfecto sacrificio de alabanza. Pero eso no debe hacernos olvidar que, así como la bondad de Dios (“¡sólo Dios es bueno!”: Mc 10,18) se difunde de diversas maneras sobre las criaturas, el sacerdocio de Cristo es participado de formas diversas tanto por los ministros sagrados (sacerdocio ministerial, o sea, de servicio) cuanto por el pueblo fiel (cada bautizado es miembro de un pueblo sacerdotal, destinado a cantar las alabanzas de Dios). Estos dos sacerdocios, el de los fieles y el ministerial, se ordenan el uno al otro, y no tienen sentido el uno sin el otro. Por eso, cuando el presbítero confecciona el sacrificio eucarístico, lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios.

Desde hace unos años, en el domingo de la Santísima Trinidad se celebra el día “pro orantibus”. La Iglesia nos invita en este día a acordarnos de aquellas que dedican su vida a la oración, en suma, de la vida contemplativa, un carisma que nos recuerda hacia donde tenemos que dirigir constantemente nuestra mirada. El lema de la jornada de este año es: “la vida contemplativa, lámparas en el camino sinodal”. Quienes lo han dejado todo para contemplar al Señor, se convierten en testigos de la luz, y nos empujan a ensanchar nuestros espacios para buscar a Dios en todas las cosas.

El Corpus y el Sagrado Corazón recuerdan dos aspectos fundamentales del misterio cristológico. Por una parte, la eucaristía es una de las maneras por las que se hace presente esta palabra de Jesús en el momento de su despedida de este mundo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Por su parte, la fiesta del Sagrado Corazón, más allá de sensiblerías baratas, nos invita a preguntarnos dónde pone Jesús su corazón, porque si sabemos dónde pone Jesús su corazón, tendremos claro a dónde acudir si queremos encontrar ese corazón lleno de amor y de misericordia. Seguro que Jesús no pone su corazón en los guerreros, en los explotadores o en los que trafican con personas. Más bien lo pone en las víctimas de la guerra y en los explotados.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat