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DECIRTE QUE SÍ

7 abril, 2022

«Todo para conocerlo a Él y la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos» (Flp 3, 10)

Recientemente he tenido la ocasión de visitar la iglesia de la Cueva de San Ignacio de Loyola, en Manresa, renovada por completo con bellísimos mosaicos del jesuita Marko Rupnik. Entre todos ellos, hay uno que me impresionó vivamente: representa a Jesús y a San Ignacio, cargando ambos con la misma Cruz. La imagen podemos interpretarla hoy como una invitación a compartir el camino de Jesús sufriente en esta Semana Santa que se inicia. El mosaico contiene un detalle singular: Jesús y San Ignacio comparten un mismo ojo, y a partir de esto podemos decir: una misma mirada. Ignacio se ha llegado a compenetrar tanto en el misterio de Cristo que puede ver el mundo, la misión, el sufrimiento, tal como Él los ve.

El camino de configuración con Cristo, y con Cristo sufriente, es propio de los santos. El Padre Coll lo experimentó con especial dramatismo en sus últimos años de vida. El pasado dos de abril recordábamos el aniversario de su partida, ofrenda final que estuvo preparada por un largo período de entregas sucesivas. Tenía tan solo 57 años, y mucho por hacer, cuando comenzó el proceso de deterioro de su salud.  Francisco Coll fue entregando, uno a uno, todos sus proyectos, todos sus deseos, todas sus facultades. Según los testigos, tres renuncias fueron para él especialmente penosas:

Repetidas veces sintió los golpes de la parálisis, pudiendo así renovar el sacrificio de sí mismo en cada una de sus facultades. Sin embargo, parece que los más sensibles fueron tres. Comenzó con la primera aparición del mal a verse privado de proseguir a su gusto en el ministerio apostólico. El segundo, el 6 de Febrero de 1872, privado de hecho de la vista y agravado en la agilidad; su piedad tuvo que sacrificar sus delicias, al no poder celebrar ya más la Misa. El tercero fue el 20 de Enero de 1873 cuando se le resintieron las facultades intelectuales, de lo que se daba buena cuenta en el intervalo lúcido subsiguiente” (carta del P. Enrich en Testimonios p. 587).

Son tres renuncias muy fuertes: sus proyectos y fecundidad apostólica ―aquello que le hacía vibrar y vivir―; la celebración ministerial de la Eucaristía; la progresiva y turbadora consciencia de que perdía las facultades mentales…  Sin embargo, en esos tiempos nuestro santo Fundador nos dejó tal vez su mensaje más profundo, su más plena configuración con la voluntad de Dios.  Tuvo que haber un momento, después quizá de iniciales resistencias, en que dijo definitivamente su “sí, hágase”. De esta manera, su aceptación y entrega se transformaron, ellas mismas, en fecundidad apostólica, en eucaristía viva, en nueva lucidez.  Dejando toda otra tarea, toda otra pretensión de eficacia, se concentró en llevar la Cruz junto a Cristo ―ofreciéndola también por los hermanos y hermanas― de tal manera que su mirada, ya ciega, también se fue unificando con la del Maestro.

Es así como llegamos a captar el alcance de aquella frase que él repetía a las hermanas: “aunque me vean llorar, no hagan caso; estoy tan conforme con la voluntad de Dios, que si Éste me dijera: ¿quieres otra vez la vista?, le diría: no, hágase tu santa voluntad” (Testimonios p. 773).  “Aunque me vean llorar”: he ahí una humilde aceptación de la propia limitación humana. Pero… “hágase tu santa voluntad”: aquí reluce la entrega del hombre espiritual. En el contexto de Semana Santa estas palabras resuenan como un eco de aquellas otras, grandes, inmensas palabras: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). O de aquellas otras igualmente inmensas: “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si para esta hora he venido!  Padre, glorifica tu Nombre” (Jn 12, 27-28).

En el pórtico de esta Semana Santa, San Francisco Coll nos señala el camino para aceptar la invitación siempre renovada de Jesús: mirar el mundo como Él lo mira, cargar junto a Él la Cruz y las cruces,  arriesgar un “sí, hágase” difícil de pronunciar pero que promete ser portador de Vida en abundancia para nosotros y para otras y otros. Como bien dice una bella canción: Decirte que sí por mí mismo no puedo, me asaltan mis miedos, no atino a seguir… Decirte que sí es lo más que deseo: si Vos me animás, yo me animo a morir… si Vos me animás yo me animo a vivir![1]

Hna. Luciana Farfalla Salvo

[1] Canción “Decirte que sí” de fr. Germán Pravia, OP: