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COMUNIDAD DE ROMA. FIESTA DEL PADRE COLL

30 mayo, 2011

CELEBRACIÓN LITÚRGICA EN LA FIESTA DE SAN FRANCISCO COLL, ROMA, 19 MAYO DE 2011

La celebración de la fiesta de San Francisco Coll se realizó en el marco de este año jubilar en que recordamos el 175º aniversario de su ordenación Sacerdotal.

Al inicio de la Eucaristía recordábamos que: » a distancia de más un siglo y medio se percibe en él los rasgos de un apóstol que contribuyó con eficacia a renovar la sociedad y religiosidad de su tiempo. Un profeta que escuchó y comunicó cuanto el Señor le encargó transmitir a su pueblo. Es un buen modelo de vida y misión sacerdotal. Es desde luego, un amigo entrañable de los sacerdotes. A ellos dedicaba un tiempo especial , antes de dirigirse al pueblo… La celebración de la Eucaristía era una de sus delicias..» Hoy queremos expresar con esta Celebración nuestro agradecimiento al Señor por el don de San Francisco Coll sacerdote, e implorar su intercesión para que en la Iglesia se acreciente la fe a través del ministerio de la predicación y el testimonio de los cristianos.

Participaron de la celebración, sacerdotes, frailes dominicos, religiosas de la zona, amigos y huéspedes de la casa. El coro de nuestra parroquia, Jesús Divino Maestro animó la liturgia.

La Concelebración fue presidida por el P. Vito T. Gómez,OP quien en la homilía se expresó así:

Celebramos con gran alegría, por segunda vez en el 19 de mayo, la fiesta de San Francisco Coll como «Santo», dado a la Iglesia universal por el Santo Padre Benedicto XVI.

Apenas canonizado santo Domingo, Jordán de Sajonia compuso una hermosa oración en forma de diálogo con el Padre de los Predicadores. Esta plegaria comenzaba así: «Sacerdote santísimo de Dios, confesor excelso y predicador egregio, santísimo padre Domingo».

También nosotros podemos hoy iniciar un diálogo con San Francisco Coll evocando su condición de Sacerdote santísimo de Dios». Dentro de pocos días, el 28 de este mes de mayo, celebraremos el 175 Aniversario de su ordenación sacerdotal, que es lo mismo que decir de su consagración a Dios y a los hombres, que tuvo lugar en circunstancias excepcionales, dado que se trataba de una acción, la de la ordenación presbiteral, severamente prohibida por las leyes civiles. En aquel tiempo, 1836, no se podían conferir órdenes sagradas en España, a noser a los ingleses, que tenían en Valladolid un seminario. Francisco Coll, obedeciendo a Dios y a la Iglesia, arriesgó mucho aquel 28 de mayo de 1836.

Una vez consagrado sacerdote se puso a disposición de los superiores religiosos que se encontraban, también ellos, en una condición igual a la suya, a saber, en situación de exclaustrados, alejados del convento por causa de inicuas disposiciones contra los religiosos. Francisco Coll se puso después a disposición del Obispo e inmediatamente comenzó a fructificar la gracia recibida en el sacramento, siguiendo las huellas del modelo supremo que es Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

Centro de la actividad sacerdotal de San Francisco Coll fue siempre la celebración del Culto divino. De semejante fuente brotaba su dedicación incansable a anunciar la Palabra de Dios, frecuentemente de modo itinerante. Como santo Domingo recorría ciudades y pueblos llevando a todos la buena noticia del Evangelio.

De la celebración del Culto divino partía la generosa actividad del Padre Coll hacia todas las personas, y especialmente hacia la Congregación por él fundada y el apostolado desarrollado por la misma.

El sacerdote San Francisco Coll vivió una espiritualidad eminentemente eucarística. Su jornada comenzaba muy pronto ante el Sagrario, en el interior de aquellas capillas tan frecuentes en las iglesias parroquiales de su región nativa de Cataluña. Después iniciaba la celebración de la Santa Misa. La gente, que se reunía en gran número para participar en las Misiones Populares que predicaba, preferían la Misa que celebraba el gran Misionero. Ante el altar contemplaban, a través de tal ministro, al mismo Cristo. Proclamaba el misterio de Cristo, y ponía en comunión las plegarias de los fieles con el sacrificio del Señor. San Francisco Coll se ofrecía a sí mismo al Padre en comunión con Cristo.

De la Eucaristía emanaba aquella fuerza casi inexplicable que le sostenía en la administración del sacramento de la Penitencia, de la Confesión, al que dedicaba decenas de horas durante las continuas Misiones Populares. De día y de noche ejercía el ministerio de la reconciliación, y del consuelo, del «amor misericordioso de Dios» a favor de los fieles penitentes, enfermos, encarcelados. Tras la gracia de la reconciliación llegaba la de la comunión eucarística. Miles y miles de personas recibían de sus manos la comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esto sucedía tantas veces como fruto de un cambio de vida, después de muchos años de abandono de las prácticas religiosas.

No era por casualidad que las Misiones de San Francisco Coll terminaban siempre con una procesión que recorría las calles de las ciudades, como si se tratara de la fiesta del «Corpus Christi» anticipada. Y él portaba la custodia con el Santísimo Sacramento, sobre todo para pedir la gracia de la perseverancia en el nuevo género de vida apenas emprendido. Para pedir una bendición especial en favor de las familias, de los niños, los padres, los enfermos, los ancianos…

Ejercitando el oficio de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia reunía a la familia de Dios como grupo de hermanos animados por un solo Espíritu. Por medio de Cristo, en el Espíritu, los llevaba al Padre. En medio de su grey lo adoraba en espíritu y en verdad, creyendo cuanto había leído y meditado en la Sagrada Escritura, enseñando cuanto creía, y viviendo lo que enseñaba. San Francisco Coll se empleó en la predicación, y en la enseñanza del Catecismo. Predicaba ejercicios espirituales, también a sus hermanos en el ministerio sacerdotal. De hecho sus Misiones Populares comenzaban por la predicación de ejercicios al clero de la zona. Sabía bien que, como recuerda el concilio Vaticano II, «en virtud de la comunidad de ordenación y misión todos los sacerdotes están entre sí ligados en una íntima fraternidad, que debe espontáneamente y de buen grado manifestarse en la mutua ayuda, espiritual y material, pastoral y personal, en las reuniones y en la comunión de vida, de trabajo y de caridad» (LG, n. 28).

Alegrémonos en esta celebración por la gracia del Sacerdocio de San Francisco Coll, Sacerdocio que no pasa, sino que permanece vivo y operante en medio de la Iglesia. Oremos para que se mantenga próximo a nosotros con su intercesión, y nos guíe hacia una experiencia personal y profunda con Cristo resucitado, que lleve también a nuestros corazones a «arder en el pecho», como ardían los corazones de los dos discípulos de Emaús, mientras Jesús «conversaba con ellos y les explicaba las Escrituras».

San Francisco Coll alcanzó un conocimiento «existencial» de Cristo y de su Evangelio, y así pudo ofrecer a los demás una predicación, una catequesis creíble, incisiva, que arrastraba. Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a todos los aquí presentes en esta iglesia, en la que contemplamos su bella imagen en este mosaico colocado en la pared, en que aparece como hijo de Santo Domingo que se encamina hacia el mundo entero, porque para todos tenía y tiene una palabra de vida y de amor.

Terminada la celebración compartimos con todos los presentes un refresco en los jardines de la casa.

Comunidad de Hermanas Dominicas de la Anunciata.

Villa Annunziata. Roma