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COMPLEJO EDUCATIVO CATÓLICO FRY MARTÍN DE PORRES: «UNA VENA QUE COMPARTE LA MISMA SANGRE

9 septiembre, 2013

Una visita que permite reconocer la misma sangre unánime, es la presencia de la H. Justina González delegada General de Educación. Confirmando con ello, que el legado de San Francisco Coll, y su misión de eliminar las tinieblas de la ignorancia a través de la educación sustentada en el Evangelio, sigue vivo.

En la semana del 04 al 06 de septiembre se pudo, más que sólo comprender, sentir que la distancia no es impedimento cuando existe esta extensión semejante a una vena, un carisma que tiene a su base la conexión de la sangre unánime, así se puede expresar el compartir con esta Hermana Dominica de la Anunciata, en un pequeño espacio de El Salvador, en el Complejo Educativo Católico “Fray Martín de Porres”.

a.       UNA REALIDAD QUE NOS RETA A SOÑAR COMO EL PADRE COLL

Hoy, en todo el mundo a pesar de las barreras de idiomas, culturas, tradiciones, entre otras cosas; las necesidades y problemas, siguen siendo un mismo denominador común en las distintas realidades educativas, es por ello que, la realización del Evangelio y la misión de la Anunciata, sigue siendo un valor atemporal, por la exigencia histórica de dichas realidades.

Muchos pueden ser los calificativos para definir la situación actual de lo vivido en los centros educativos, particularmente en la “Fray”, pero lo cierto es, que en este soñar, “LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS MÁS NECESITADOS” es una exigencia para transformar dicha realidad y que desde la época de San Francisco Coll sigue siendo primordial y por lo tanto, sigue manteniendo su vigencia.

En este compartir con la H. Justina, que queda confirmado que acompañar en esta transformación personal y social no es un camino fácil, es un proceso que nos lleva a reconocernos como personas limitadas; sin embargo, cuando existe esta fraternidad que suma dones a pesar de los problemas, son venas que transportan esta misma sangre y dan paso a una mística que encarna el descubrimiento del rostro de Dios en todas nuestras relaciones humanas, haciendo del trabajo un sembrar, que en ocasiones parece que se trabaja para la nada; no obstante, el trabajo de cultivar esta educación interior, es lenta pero decisiva en un mundo lleno de solo MALAS NUEVAS.

b.      PEQUEÑOS PASOS EN ESTE SOÑAR

Como fruto del trabajo de la Anunciata, es la formación y acompañamiento de laicos que incorporan además, la generación de exalumnos que hoy trabajan junto a otros educadores y educadoras en el complejo Educativo, los cuales son parte de esta donación, de un llamado a hacer vida desde un espacio llamado “escuela”, valores del Reino, pero además, el llamado a buscar la felicidad, hasta contagiar a los demás que otro mundo es posible y ese mundo inicia en el interior de cada persona, y luego, se expresa exteriormente en la transformación de la realidad desde la condición humana y cristiana.

c.       PARA QUÉ CONTINUAR LA MISIÓN DE LA ANUNCIATA EN LA “FRAY”

El conocimiento ahora se puede adquirir fácilmente, desde libros, la televisión o bien una computadora con internet, sin embargo, los valores cristianos, no se adquieren sólo cognitivamente, es a través de un genuino acompañar y modelar que pueden introyectarse  a la vida humana, en actitudes, que den paso a estilos que conformen una filosofía.

Es por lo anterior, que la misión de la Anunciata en los centros educativos, mantiene su vigencia en la incorporación muy definida de este sentido: SER y HACER que se refuerza con el espíritu crítico, amalgamado en liberación con valores cristianos, con una metodología que tiene a su base el referente de Jesús de Nazaret y María y que se centra en un mundo lleno de RELATIVISMO Y HEDONISMO. Asumiendo este “plus” – que no es tarea fácil –  se puede reconocer la diferencia de una escuela totalmente estatal y un centro educativo de la Anunciata.

Gracias Hermana Justina, por permitirnos reconocer a través de su visita que las fronteras no son impedimento para contagiar la Buena Nueva, y que es sólo en este vivir, lo único por lo que merece la pena morir…

Con cariño,

                                                                            Juan Carlos Payán S., profesor

 

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