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COMENTARIO DE LA PALABRA DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS 2020

27 octubre, 2020

“Juntos, regocijémonos en el Señor, celebremos este día de fiesta en honor a todos los santos. Los ángeles se regocijan con nosotros de esta fiesta: glorifican al Hijo de Dios”

Lecturas del día de todos los Santos aquí

Evangelio en audio:

 Reflexión sobre las lecturas

La Iglesia nuestra madre nos invita a celebrar hoy la fiesta de todos los santos, no solo aquellos canonizados por Ella y que se mencionan en nuestros calendarios, sino todos los salvados que forman la Jerusalén celeste. Los textos propuestos para nuestra meditación nos recuerdan que «Sólo Dios es santo», pero todos estamos llamados a participar de su santidad. «Sólo Dios es Vida», pero todos estamos llamados a Vivir su Vida.

Vivir de la Vida de Dios es vivir la vida de Cristo en el Evangelio. Es llorar con los que lloran, ser dulce con los dulces, tener hambre y sed de justicia, ser pobre de corazón, ser misericordiosos, tener un corazón puro, sufrir con los perseguidos por la justicia.

En la primera lectura, contemplamos la estrecha vinculación que media entre quienes todavía peregrinan por la tierra y los que ya han alcanzado la corona definitiva de la victoria. Los primeros, los elegidos de Dios en la tierra, serán preservados de las plagas que se avecinan, pues han sido sellados como sus siervos, llevan en la frente el tatuaje de su propiedad y gozan de su protección particular en medio de las pruebas y tribulaciones. Los segundos, los elegidos de Dios en el cielo, revestidos con la túnica blanca de transfigurados y con la palma de la victoria en la mano, han consumado la salvación anunciada en la tierra; procedentes de todos los pueblos, lenguas y razas, conforman en torno al trono del Cordero la Jerusalén celeste, donde celebra eternamente la solemne liturgia de reconocimiento y alabanza a su Dios.

San Juan deja caer una convicción profunda: estamos en manos de Dios (Is 49,16). Una bella y entrañable imagen que revela la fidelidad del gran amor que Dios siente por los suyos, que nunca los olvida ni abandona.

La 2ª lectura nos recuerda que los cristianos no solo somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos! Se trata, pues, de considerar el amor con el que el Padre nos ha amado, de forma que nos ha llamado suyos e intentar corresponder a tan grande amor. En un mundo transido por conflictos sociales, políticos, económicos; un mundo que ha visto el sucederse de pandemias; un mundo que se asoma temeroso por el riesgo del terrorismo y el racismo, parece especialmente importante la predicación del amor del Padre; la predicación del triunfo del bien sobre el mal; la predicación de la necesidad de amar porque Dios nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo en rescate de todos.

Las bienaventuranzas en el Evangelio son algo más que un mero proyecto de felicidad, se adentran en el corazón mismo del evangelio, fuente inagotable de inspiración, de aliento y de estímulo en el peregrinaje de la vida. Quienes llaman a su puerta, se encuentran con el mejor tesoro de sus vidas: la humilde pero gratificante experiencia de percibir y degustar un pequeño cielo en la tierra; en otras palabras, de ver colmado el más hondo deseo del ser humano.

Los santos son personas que son realmente felices porque han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que habita en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Las bienaventuranzas son su camino, su meta, su patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas.

La fiesta que celebramos hoy nos recuerda que la santidad es una llamada universal que toca a todo cristiano. La santidad no es el dedicarse a grandes cosas o sacrificios, sino que es comunión con Dios; obediencia filial y amorosa al Padre de las misericordias.

Es una santidad que no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino en saber vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás.

Hoy es la ocasión para recuperar la confianza, porque tenemos un Padre-Dios que jamás nos olvida y nos llama sin descanso a la santidad. Ser santos es nuestra meta: parecernos al corazón de Dios.

Hna. Ana María Castaño