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COMENTARIO AL II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

14 enero, 2020

EVANGELIO: Jn 1, 29-34

Una vez finalizado el tiempo litúrgico de Navidad en el que hemos celebrado y conmemorado el gran acontecimiento del Nacimiento de Jesús en Belén, el encuentro con Juan en el Jordán para ser bautizado, hoy el Evangelio de Juan nos hace una nueva descripción de su Bautismo, cuando lo ve llegar el Bautista exclama “Mirar el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Mirar el Cordero de Dios implica dejarse mirar por Dios mismo, dejarse amar, abrirse a su Espíritu. Entonces podemos descubrir el sentido de la Creación, de la Encarnación, de la Redención, en resumen del amor transformador de Dios que nos llama a ser santificados.
En la medida en que alguien se sabe amado se siente con fuerza para cambiar de vida, para convertirse.

El bautismo nos transforma en hijos de Dios “Tú eres mi hijo amado”, nos dice Dios como le dijo a Jesús. Un hijo no vive con miedo. El hijo ama y siente que es amado.
Jesús demostró que es “el Hijo” porque escuchó al Padre y cumplió sus palabras con amor.

Nuestra salvación es Cristo: El Bautista ha tenido como un deber el de indicar en Jesús “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El anuncio del evangelio, la palabra de Cristo Jesús, permanecen esenciales e indispensables hoy como lo han sido ayer. El hombre no cesa nunca de tener necesidad de liberación y salvación. Anunciar el evangelio no significa, comunicar las verdades teóricas ni solo normas morales. Significa llevar a los hombres a hacer la experiencia de Jesucristo, venido al mundo –según el testimonio de Juan- para salvar al hombre del pecado, del mal, de la muerte. Por tanto, no se puede transmitir el evangelio prescindiendo de las necesidades y las esperanzas del hombre de hoy. Hablar de la fe en Jesús, cordero de Dios que quita el pecado del mundo significa hablar al hombre de nuestro tiempo preguntándose primero que busca él en lo profundo de su corazón.
Si queremos adoptar un criterio oportuno…, debemos cultivar dos atenciones entre sus contemporáneos. De ambas es testigo Jesucristo. La primera consiste en el esfuerzo de ponernos a la escucha de la cultura de nuestro mundo, para discernir las semillas del Verbo de tiempo presente en ella, incluso más allá de los confines visibles de la Iglesia. Escuchar a los otros contemporáneos, tomar en serio sus deseos e investigaciones, tratar de entender qué es lo que hace arder sus corazones y qué es lo que suscita en ellos miedo y desconfianza”. Además, la atención de aquello que brota como necesidades y esperanzas en el corazón de los hombres “no significa renuncia a la diferencia cristiana, a la trascendencia del Evangelio…el mensaje cristiano aún proponiendo un camino de plena humanización, no se limita a proponer un mero humanismo. Jesucristo ha venido a hacernos partícipes de la vida divina, de la que sido felizmente llamada “la humanidad de Dios”. (Comunicar el evangelio en un mundo que cambia n. 34).

El espíritu no sólo viene a posarse sobre Jesús, sino que Él lo posee de modo permanente, de forma que lo puede dispensar a otros en el bautismo.

La Palabra de Dios de este domingo debe ser para cada una de nosotras una nueva llamada a vivir con Dios y desde Él la realidad de cada día, a dejarnos llevar por su Espíritu y extender su mensaje de amor a los que nos rodean.
Nos debe llevar a:

  • Renovar la disponibilidad de colaborar con la misión de Cristo en comunión con la Iglesia ayudando al hombre a ser liberado del mal.
  • Unirse en el camino de todo hombre y de toda mujer para que vivan en la esperanza en Jesús que libera y salva.
  • Testimoniar el propio gozo de experimentar la eficacia de la palabra de Jesús en la propia vida.
  • Vivir en la comunicación de la fe dando testimonio de Jesús salvador de todo hombre

¿Cómo vivo y transmito a mis hermanos este mensaje de amor?. ¿Me dejo transformar por Él?…

ORACIÓN.
Juan Bautista, testimonio de la luz,
ilumínanos con la claridad de tus palabras,
comunícanos tu gozo de amigo del esposo.
Haznos humildes, discretas y claras en nuestras tareas educativas,
conscientes que educamos no solo con las palabras,
sino también con los hechos y los silencios.
Y que no pretendamos nunca ser nosotros la luz sino
sus testimonios una vez nos hemos acercado al que
Es, solo él, la luz que puede alejar las tinieblas.

Hna. Beneta Amor
Gombrèn

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