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COMENTARIO AL EVANGELIO TERCER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C

7 diciembre, 2021

Sofonías 3,14-18 a  //   Filipenses 4,4-7  //  Lucas 3,10-18

 ALEGRÍA Y ESPERANZA

Nos sorprende este tercer Domingo de Adviento desde la primera palabra pronunciada en la antífona de entrada de la Eucaristía: Regocijaos, alegraos. Domingo Gaudete, que cambia el color de los ornamentos morados por el color rosa, alegre, festivo, luminoso, pues no puede ser de otra manera, sabemos que la salvación de Dios, su venida está muy cerca. Este Domingo es como un respiro en la preparación del camino al Señor, en la conversión, para celebrar anticipadamente lo que va a suceder. Por eso, alegría y esperanza, se entrelazan hoy.

El profeta Sofonías, el Salmo responsorial, las palabras de Pablo a los Filipenses destacan la alegría como actitud que ha de brotar espontánea por la presencia del Señor, su cercanía, porque está “en medio de”; por ello, nada hay que temer.

Siempre me ha fascinado la convicción y la insistencia de Pablo: “Alegraos en el Señor, os lo repito: alegraos”. Elemento fundamental, vital en nuestra vida cristiana. Las circunstancias, los acontecimientos, las personas, pueden arrebatarnos la alegría exterior, quitarnos las ganas de sonreír, pero nunca la de saberse y estar alegre en el Señor porque Él da la paz y custodia los corazones.

El Evangelio nos presenta una conversación entre un grupo de judíos y Juan Bautista. Ha comenzado su predicación hace pocos días, pero su mensaje golpea la conciencia del pueblo. Habla de un hecho inminente, muy importante, que está a punto de suceder. Algo grande, esperado por todos, anunciado por los profetas. Juan Bautista toma protagonismo anunciando la proximidad del Mesías, se hace portador de la Buena Noticia.

Y como tantas veces habían leído en las Escrituras, ese «algo» exige una conversión, un cambio de vida. El pueblo sencillo está expectante. Acude al predicador y le pregunta.

Juan el Bautista vivió una vida de compromiso apasionado. Su pasión por la justicia y la honestidad habló a los corazones de las multitudes. Su propia austeridad dio el sello de la autenticidad. Evocaba un cuestionamiento para todos los que se acercaban: ¿qué debemos hacer? Él respondía con franqueza y claridad. Su mensaje, muy simple: justicia social. No pide que no cobren, que deserten, que no tengan bienes. No, simplemente recomienda: no hagas trampa, sé honesto, comparte tus ganancias, no explotes a la gente. Ahí había un hombre que no le interesaba la comodidad, el dinero, la fama, la imagen; Juan podía proclamar la verdad sin ningún temor.

Esto es el anticipo del Evangelio que nos invita a ser generosos, a compartir los bienes con los demás.

¿Qué hubiera respondido a un estudiante, a un padre de familia, a una persona consagrada, a un trabajador o a un ama de casa?  El Evangelio no lo dice, pero es fácil de imaginar: cumple tu deber como profesional, tus deberes familiares, tus responsabilidades en el estudio, tus compromisos con la comunidad, respeta la verdad.

Juan predicó la conversión, esa actitud que debemos intensificar en el Adviento, a medida que nos acercamos a la Navidad, y la predicó aplicándola a la vida cotidiana de sus oyentes.

Nuestras sociedades actuales también tienen grandes deseos y expectativas. Nosotros hemos de saber descubrirlas, como hizo Juan Bautista, para poder ofrecer el evangelio de Jesús, que es siempre el mismo y siempre nuevo, con lenguaje actual y el testimonio de nuestras vidas. ¡Eso es lo más difícil!

Es un estímulo para la misión.

H. Ana Mª Penadés

                                                                       Dominica de la Anunciata

                                                                       Provincia Rosa Santaeugenia