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COMENTARIO AL EVANGELIO DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

23 octubre, 2019

SAN LUCAS 18, 9-14

“Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”

En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla de la parábola del fariseo y del publicano para contraponer dos modelos de vida cristiana: la del fariseo que, con arrogancia, piensa obtener la salvación con su propio esfuerzo, y la del publicano que reconoce su condición de pecador y pide la conversión.

Según la opinión de la gente de entonces, los publicanos no eran considerados para nada y no podían dirigirse a Dios, porque eran personas impuras. En la parábola, el fariseo agradece a Dios el ser mejor que los demás. Su oración  es un elogio de sí mismo, una exaltación de sus buenas cualidades y un desprecio para los demás y para el publicano. El publicano ni siquiera levanta los ojos, pero se golpea el pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador! Se reconoce pecador ante Dios y clama su perdón.

¡Qué seguro de sí mismo estaba este fariseo! Todo lo que decía era cierto, su cumplimiento era intachable. Pero así, tan satisfecho y seguro de sí mismo, contemplando con desprecio a los demás, no tenía lugar para percibir el amor de Dios en su vida. En cambio, el publicano pecador, sabía que lo único que podía hacer era entregar su vida en manos de Dios, porque el que no tiene nada, puede reconocer que el Dios de Jesús es su último asidero: “Señor ten misericordia de mí que soy un pecador”. En esa humildad, arrepentimiento y deseo de conversión, Dios encuentra la tierra fértil donde derrochar su amor.

Con este texto estamos llamados a convertirnos profundamente, a mirar al otro en su dignidad de hijo de Dios y a reconocer humildes que todo lo que tenemos es gracia de Dios, cuando le dejamos actuar en nuestra vida.

¡Cuánto nos cuesta ser humildes!, reconocer que fallamos, aceptar una corrección, porque nos falta hacer lo que hacía el Maestro, orar, porque la oración nos lleva a conocernos, a darnos cuenta de que necesitamos de Dios, de su perdón y misericordia y también necesitamos del hermano,  porque no estamos libres de pecado para tirar la primera piedra.

El Padre Coll, nos dice: Es tanta la necesidad que tenemos de la humildad, que sin ella no podemos dar un paso en la vida espiritual. Esto es lo que nos falta a muchos cristianos, nos falta convencernos de que al que seguimos, nos ha enseñado el camino de la humildad, del perdón y del amor.

Muchas veces consciente o inconsciente, se apodera de nosotros el orgullo, la arrogancia, el sentirnos mejor y despreciar al hermano/a, porque falla y no nos damos cuenta que estamos hechos de carne y hueso y que todos tenemos algo de que cojear.

Jesús oraba mucho e insistía, para que la gente y sus discípulos hiciesen lo mismo, ya que en el contacto con Dios nace la verdad y nos encontramos con nosotros mismos, en toda nuestra realidad.

En Jesús, la oración está íntimamente enlazada con los hechos concretos de la vida y con las decisiones.

Pidamos al Señor que nos ayude a caminar por las sendas de la humildad y  la caridad para no caer en fariseísmos, sino más bien, reconocernos necesitados de su amor y misericordia.

Para reflexión personal

¿Con mis actitudes y mi forma de enfrentar la vida me asemejo más a la actitud del fariseo o a la del publicano?

¿Por qué es importante acogernos a la misericordia de Dios?

¿Qué podríamos hacer para evitar los comportamientos farisaicos de nuestra vida?

Hna. Luz Marina Bonifacio Hernández

Provincia «San Martín de Porres»

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