NOTICIAS

COMENTARIO AL EVANGELIO DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

21 septiembre, 2021

Mc 9, 38-43.45.47-48

El evangelio de este domingo reviste un carácter severo e intransigente. Todos sabemos, nuestro Dios es un Dios bueno y misericordioso y Jesucristo nuestro Señor es comprensivo, compasivo y tolerante. Pero en este texto se muestra categórico y firme.

Hermanos y hermanas, tomemos un momento de silencio y dejemos que el evangelio resuene dentro de nosotros. Escuchemos cómo Jesús nos habla…

Este texto del evangelio puede dividirse en dos:

En un primer tiempo, Jesús hace una constatación. No podemos estar a favor y en contra a la vez. Aquel que hace un milagro en mi nombre no puede estar después en contra mía y hablar mal de mí. ¿Es este nuestro caso? Ciertamente, a Jesús, todos nosotros le amamos y estamos dispuestos a sacrificarlo todo por Él. Pero Jesús se identifica en el otro el cual es semejante a mí. ¿Amamos al otro? ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestros intereses por el otro? Este otro es aquel o aquella que puede estar lejos o cerca, desconocido o conocido, rico o pobre,  mal amado o amado. En definitiva, es todo ser humano. En cualquier caso háznoslo saber, se proporciona una recompensa a los que hacen el bien a los que pertenecen a Cristo.

En el segundo tiempo, Jesús nos advierte. Este es uno de los raros momentos en los evangelios en que Cristo habla tan severamente. El que es un escándalo, una oportunidad para caer, mejor que ya no exista, es mejor que acabe con su vida. Muy fuerte e incluso aterrador. Pero finalmente su corazón compasivo nos da una oportunidad, incluso aunque esto sea lo suficientemente difícil para nosotros: desprenderse de lo que nos empuja a herir, a hacer el mal. ¿Es tu mano? ¿Tu pie? ¿Tu ojo? Pues, bien, córtatelo o arráncatelo. Es lo mejor para ti.

Estos propósitos tan fuertes, nos llaman a una retrospectiva, a una revisión, una interpelación sobre cómo son nuestras relaciones con los otros. Queridos hermanos y hermanas a menudo, por supuesto, no somos nosotros los que calumniamos, que hablan mal. Pero a veces somos nosotros los que empujamos, los que ponemos aceite en el fuego, por medio de nuestras acciones o nuestras palabras.

A un sabio entrenador le gustaba repetir que no se les da a todos saber poner la paz en un grupo o en una comunidad. Echemos una mirada a la primera lectura del libro de los Números 11,25-29. Este texto nos ofrece una enseñanza conmovedora. Ante el don recibido Eldad y Medad los cuales no habían sido escogidos por Moisés pero que profetizan en el campamento, Josué, ayudante de Moisés, le dijo que les prohibiese profetizar. Moisés respondió entonces: “¿Estas celoso por mí ? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!

Hermanos y hermanas, aceptémoslo de una vez por siempre. Dios elige a quién quiere, donde quiere y cuando quiere para ofrecer sus dones sin nuestro consentimiento. Dios conoce nuestro corazón, él nos conoce mejor que nosotros mismos. Muy a menudo como dice el apóstol Santiago en la segunda lectura: Santiago 5, 1-6. Nuestros corazones contienen la podredumbre de las riquezas. Dejemos ya de mentirnos a nosotros mismos e intentemos no buscar agradar a los demás, actuemos de acuerdo a lo que nos dicta el corazón.

Todos soñamos con un ideal de vida, del mundo, de la congregación o de una comunidad mejor. Ya es hora de que aceptemos al otro tal como es, con sus dones y sus defectos que quizás también nosotros tengamos. Dejémonos al otro que nos ayude. Con el otro unidos busquemos evitar las ocasiones de lucha y de escándalo. Porque juntos somos más fuertes y sobrellevemos mejor las dificultades y el dolor de la debilidad.

Como dice el Papa Francisco en una de sus homilías, es necesarios dejarse sanar recíprocamente a través de la humildad, la ternura y la pobreza. Cada uno de nosotros tiene el poder de sanar, podemos sanarnos entre nosotros dice él: “Yo sano al otro y me dejo sanar por el otro “ Esto es el objetivo comunitario, de una congregación y de un mundo mejor. Evitaremos así nuestra perdición y obtendremos la recompensa prometida por Cristo a los que hacen el bien allí donde están.

¡Buena meditación!

Sœur Benedicta N’cho