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COMENTARIO AL EVANGELIO – DOMINGO VI DE PASCUA CICLO A

9 mayo, 2023

El Evangelio de Juan, anuncia que el Espíritu que viene del Padre, está en Jesús, lo comunica a los que están dispuestos a la escucha de la Buena Noticia, abiertos a la novedad. Es un avance de las distintas apariciones del Resucitado.

El Espíritu de Jesús, es apertura, es relación, entre Dios y el hombre, teniendo como base el amor, aquí está el centro de la   Buena Noticia. Amar a Dios es amar al Padre. “Me voy al Padre” “No os dejaré huérfanos” (V.17)

El que me acepta mis preceptos y los pone en práctica, ese me ama de verdad y el que me ama será amado por mi Padre” (V. 21) Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios. En el orden ordinario, encontramos que hemos de tener presenta el amor y la esperanza, saber vivir el presente con gozo y el futuro con esperanza, con ilusión. Es allí donde encontraremos la respuesta que anhelamos. Como cristianos y más como religiosas, estas Palabras de Jesús, nos animan a vivir gozosamente, a encontrar esa luz en medio de un mundo oscuro lleno de turbulencias, desorientaciones y manipulaciones ideológicas. Nuestros pasos han de ser firmes. En Él, encontraremos claridad en nuestro andar de peregrinos, en un mundo tal vez, sediento de novedad evangélica.

Vemos en el Evangelio que Jesús ayuda a sus discípulos a comprender el sentido de la palabra Padre. “Yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito para que este siempre con vosotros” (V. 17)   Les anuncia una separación física, pero los discípulos lo seguirán, atraídos por la fuerza de su Espíritu. No se trata de ver el resucitado, sino de descubrir que sigue dándoles confianza, vida. Otro aspecto fundamental de nuestra fe: la unidad de las tres Personas Divinas.  “Vosotros sí que me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis” (V.19) Cuando en nuestro entorno personal, comunitario, descubrimos que hay signos de conversión, es entonces cuando estamos preparadas para vislumbrar que en nuestro alrededor se dan signos de compasión y de amor, siempre y cuando estamos abiertas a la gracia. Nos dirá: “Estar vigilantes, es el Señor que pasa por nuestra vida”. Si vivimos los signos del Resucitado experimentaremos en nosotros una Pascua singular, seremos   capaces de verlo de una manera nueva y renovada. Todo el texto evangélico es una exultación a la unidad Trinitaria.

Jesús promete a sus discípulos la presencia del Consolador o Defensor, proclamando la fuerza del espíritu, de amor que llena nuestra vida de audacia, de entrega constante. Será para nosotras, buena noticia, cuando seamos capaces de estar por encima del egoísmo y mezquindades. Anhelamos mantener una hermandad que radie el espíritu de Jesús,   en nuestras relaciones con Dios y con los hermanos, todo ello nos llevará a una auténtica vida Pascual.

Este evangelio rememora dos vocablos llenos de sentido: “presencia”, “permanecer”. Permanecer en Cristo, permitir que su palabra llene nuestra mente, dirija nuestra voluntad y transforme nuestra relación con Dios íntimamente conectada con la realidad de cada uno.  Presencia de Dios en nuestros pensamientos, sentimientos y voluntad, estar disponibles a la voluntad de Dios, Él se hace cargo de las fragilidades de nuestro tiempo, va curando las heridas y sanando los corazones heridos. Es vivir la realidad de cada uno/a, con elegancia espiritual, entrega, grandeza de alma, esto constituye la plenitud de la persona.

El amor a Jesús no es un sentimiento, sino una vida fiel a su palabra guardada en el hondo del corazón de cada religiosa de cada creyente.  Hay quien ignora su presencia, vive despaldas porque no es perceptible a los sentimientos de la fe. La dinámica interna de cada persona es estar atentas a los hechos del Espíritu. Podemos decir con fuerza, quien ve el rostro de Jesús, ve el rostro del Padre, pero también es capaz de ver el rostro de los que sufren, los olvidados, aquellos que no tienen voz porque no son escuchados. Todo ello junto con la fuerza del Espíritu dará nuevo impulso a nuestra mente.

“Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros “(V. 20)

En esto consiste todo el mensaje de Jesús. Descubrir y vivir esa presencia es nuestra tarea de cristianos y religiosas, es decir, como seguidoras de Cristo. Al paso de los años la imagen de ese Dios se ha ido moldeando. Es el objetivo de todo ser humano, perqué todo estamos llamadas a alcanzar la cumbre para llegar a ser portadoras de la experiencia de Dios en nuestra vida, para ello necesitamos vivir interiormente esa renovación, con un corazón sensible de apertura a la novedad evangélica. Que de verdad, Cristo sea el centro de nuestra vida.

Gna. Rosa Reverter Talleda

Dominica de la Anunciata