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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

13 octubre, 2020

Isaías 45, 1. 4-6, Salmo 95, Tesalonicenses 1, 1-5, San Mateo 22, 15-21

Hoy Domingo XXIX del Tiempo Ordinario y Domingo Mundial de las Misiones, la iglesia, la historia y la vida nos invitan a reconocer a Dios como el Señor de todo. Él nos elige para que llevemos la buena noticia a los demás, reconociendo lo que verdaderamente es de Dios. Se nos conduce a descubrir que quizá, a pesar de nuestras debilidades, Dios nos ha elegido y lo ha hecho por algo y para algo.

Lo que se describe en la primera lectura es la autoridad que nos regala Dios para vivir en este mundo, no es una autoridad que manifieste un poder dominador ante personas, sino un dominio frente a las circunstancias, es la autoridad que da Dios a cada ser humano, porque cada ser humano es su elegido. Y es insignia de Dios con la que vamos por el mundo anunciando que no hay otro Dios, que el Dios que nos llama, que acompaña nuestro llamado, y nos da autoridad frente a las situaciones del mundo.

Ante Dios nuestro Padre, la actividad de nuestra fe será reconocida, dirá San pablo en su carta a la comunidad de Tesalonicenses en la segunda lectura. Y en clave de fe, nuestro estilo de vida tiene que estar profundamente identificado con el proyecto de Dios. Si reconozco que Dios me ha vestido de dignidad y honor, debo, con esa dignidad “Cantar al Señor un canto nuevo con mi vida”, solo entonces, mi fe será testimonio de esa experiencia del Padre, una fe con convicción profunda.

En nuestra realidad a veces nuestra fe y nuestra identidad con Dios se ve amenazada, porque confundimos el materialismo que nos mata, y reducimos la dignidad que tenemos a un materialismo desmedido. La Iglesia, en muchos momentos concretos, ha vivido en el mundo más señales de mundo que del Reino de Dios, y esto es porque precisamente hemos olvidado para qué fuimos llamados.

Lamentablemente es más fácil que se nos adhiera más la mundanidad que impregnar nuestra espiritualidad al mundo.  A eso se refiere el Evangelio de hoy cuando se nos describe la intención de aquellos hombres que le preguntan a Jesús si está permitido pagar tributo al César.  La respuesta de Jesús es tan coherente con su predicación, con su persona, con su proyecto; primeramente, porque Jesús no tiene miedo de llamar a las circunstancias por su nombre, Jesús les responde: “Hipócritas, ¿por qué me tientan?” Una de las carencias que presentamos las personas es que no somos atrevidos, en el sentido de atrevernos a llamar a las circunstancias por su nombre, de llamar pecado a lo que es pecado, de llamar corrupción a lo que es corrupción, de llamar hipocresía a lo que es falsedad o mentira, ya no somos atrevidos. Cada vez, de manera más repetitiva inventamos palabras que maquillan la realidad, porque tenemos miedo de ofender, tenemos miedo a ser coherentes.

La otra parte de la respuesta de Jesús es maravillosa, Jesús pide una moneda, y pregunta a los que conocen que imagen tiene la moneda, es decir Jesús pregunta a los expertos de la mundanidad sobre la representación de su mundo. Esto es un reto fascinante para nosotros, por si todavía creemos que estamos en la Iglesia sólo para hablar de cosas divinas, imágenes bonitas de un cielo eterno, pero alejados de la realidad que enfrentamos.

Y al final de este diálogo de Jesús con los hombres expertos del mundo, da su toque final “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Que hermosa coherencia de Jesús, porque entra en diálogo y sin miedo con la mundanidad, pero no para perderse en ella sino para saber separar una cosa de la otra. Y esta es nuestra invitación a relacionarnos sin miedo con el mundo, pero sin que se nos pegue la mundanidad, que seamos capaces de separar las cosa, y no llamemos de Dios a lo que es del mundo, ni llamemos del mundo a lo que es de Dios.

Hna. Karen Lorena Ramírez

Provincia San Martín de Porres