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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A – 13 de SEPTIEMBRE

9 septiembre, 2020

Mateo 18, 21-35

 “Perdona setenta veces siete”

 El perdón que Dios te da “requiere el perdón que das a los demás”: esto es lo que Jesús nos enseña acerca del perdón.

Primero: Pedir perdón no es sólo pedir disculpas, es ser consciente del pecado, de toda la idolatría a la que he sacrificado.

Segundo: Dios perdona siempre, siempre, y Él me pide que yo también lo haga. Si no perdono, cierro la puerta al perdón de Dios.

En la oración del Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

En el Evangelio de hoy se lee que el Apóstol Pedro pensó que era muy generoso el perdonar hasta siete veces. Siete es un número simbólico que significa “sin límites”. Pero Jesús va mucho más lejos.

Nos dice que debemos perdonar hasta setenta veces siete. La medida del perdón debe ser sin medida. El verdadero perdón no cuenta; nunca se ha terminado de perdonar y de ser perdonado.

En la Cruz cada hombre recibe el don del perdón. Jesús, librado a manos de los hombres, fue torturado y ejecutado, pero perdonó. Sólo Él puede darnos la fuerza y el coraje para seguir adelante con el perdón.

En el Evangelio Jesús nos cuenta una parábola. Compara a Dios con un rey que decide ajustar sus cuentas con sus siervos. Le traen uno que debía diez mil talentos, equivalentes a sesenta millones de monedas de plata, cuya cantidad es enorme, absolutamente imposible de poder pagar.

Con esta parábola Jesús quiere que entendamos nuestra relación con Dios. Este exceso de deuda es sólo una imagen de lo que está sucediendo entre Dios y nosotros. Ante Él, todos somos deudores incapaces de pagar. Es por eso que el Señor nos cura en su inmensa misericordia. “Nuestros pecados, los más graves”, dijo el cura de Ars, “no son más que un grano de arena frente a la montaña de la misericordia del Señor”.

Sí, Dios perdona, nunca deja de perdonar; no pide recompensa. Me gusta el Papa Francisco cuando dice que la única enfermedad de Dios es la memoria porque se olvida de todo, perdona y se olvida.

Y eso es cierto. Jesús no hizo pagar a la mujer adúltera, ni a la mujer samaritana, ni a Pedro que lo negó, ni a sus torturadores. Esto es lo que nos pide hoy: perdonar, como Él, hasta el final de nuestra vida. En la comunidad sucede a menudo que se encierra al otro en su pasado y su reputación, y no se da ninguna oportunidad de hacer un gesto de paz.

Cuando estás encerrado en tu amargura no das nada bueno: sufres y haces sufrir. No es una cuestión de olvidar, sino de tender la mano al ofendido que busca ayuda para levantarse, ya que perdonar es amar, es empezar de nuevo juntos con nuevas actitudes.

Dios es un Padre que ama a cada uno de sus hijos. El gran deseo de un padre y de una madre es que sus hijos se lleven bien, que estén unidos y sean solidarios. Es por eso que Jesús nos dejó su gran mandamiento: “amaos los unos a los otros como yo os amo”. Somos amados gratis, con Dios todo es don. Su misericordia es una fuente de alegría, de serenidad y de paz. Nos abre a la esperanza de ser amados para siempre, a pesar de nuestras limitaciones y nuestros pecados.

Perdonemos como Dios perdona. Perdonemos al hermano desde el fondo de nuestro corazón. Amén

                                               Hna. Claudine uwajeneza

                                    Francia -Lezignan