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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

8 septiembre, 2022

Lc 15, 1-32

En la liturgia de este vigésimo cuarto domingo del año C, los textos nos revelan el rostro de un Dios, Padre de corazón misericordioso. He aquí una palabra segura y que merece ser acogida sin reservas, declara san Pablo diciendo: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1Th1,15).

La primera lectura, por su parte, nos revela que cada una de nosotras ha sido elegida como un miembro y, por tanto, hija de Dios, a quien dijo: “Escucha a Israel, el Señor, nuestro Dios es Yavhé-Único, amarás al Señor, tu Dios, de todo corazón, y de toda alma (Dt 6,5-7) Este Dios es Aquel que vino a libertar a Israel de la esclavitud y de las manos del faraón. Luego nos presenta la intercesión de Moisés por su pueblo, cuya desobediencia ha enfurecido el corazón de Dios. En medio de este pueblo desobediente, el señor tomó un solo hombre, Moisés, para apaciguar su corazón y ayudarle a apartarse de su pecado personal. Del mismo modo, eligió a Pablo para dar a conocer a las naciones paganas la infinita misericordia de Dios. A través de Moisés y Pablo vemos que Dios nos revela su rostro de Padre de corazón misericordioso a lo largo de los siglos. En cambio, la experiencia del pueblo de Israel revela su incredulidad, falta de fe, incluso su búsqueda de independencia respecto al creador.

¿Cómo es posible que un pueblo al que Dios ha hecho tantas promesas y grandes prodigios se haya apartado de Él hasta olvidarlo? ¡Qué impaciencia! ¡Qué ingratitud! ¿No son los males que sufrimos hoy tú y yo? En la ausencia de Moisés, el pueblo construye un becerro de oro para sustituir a Dios. Esta experiencia del pueblo Israel denota su falta de fe y nos enseña que Dios no ha dejado de hablar. Él habla y habla todavía en los más pequeños detalles de nuestras vidas cotidianas, sin siquiera someterlo y esperar la respuesta, dejamos de creer en Dios, mientras que incluso su silencio puede ser la respuesta a nuestra situación. Nuestra impaciencia nos lleva a la confección del becerro de oro que puede ser activismo, amistades, familia, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, etc. substitutos de esta presencia ausente de Dios. Así, nuestro corazón ya no está a la escucha de un Amor que habla en la serenidad del silencio donde transmite su santa voluntad. La pesadez del corazón impide ver y reconocer las maravillas de Dios en nuestras vidas. Si miramos el ejemplo de san Pablo en la segunda lectura, descubrimos cómo supo escuchar y reconocer la voz del Señor y se dejó moldear por su gracia y su infinita misericordia. Esa gracia transformadora a través de la Palabra ha cambiado a San Pablo de perseguidor a apóstol.

El evangelio también nos dice más sobre este Dios Padre, que pasa de a la ira y lleno de amor (Ps102,8-9) a la búsqueda y al encuentro de la oveja perdida. Realidad, por la que nos comprometemos a hacer una elección. Que esta elección se hace después de una constatación, una parada, una escucha que se aprende. El pastor, la mujer a destajo, el padre a los dos hijos, experimenta la pérdida, ¿Qué has perdido en tu vida? ¿Eres consciente de haber perdido algo o alguien?

Si es así, comienza tu nuevo nacimiento en Dios, porque el sacrificio que agrada a Dios es un espíritu roto y aplastado. ¡El que pierde su vida, la encontrará! (Jn 14,16) es cuanto tenemos de precioso. Habiendo perdido todas nuestras seguridades, nuestros conocimientos, nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros amigos, todo perdido, podremos oír la pequeña voz de amor y la brisa ligera decirnos: Con amor eterno te amo (Jr 31, 3), ¡eres preciosa a mis ojos! (Is 43,4) ¡Yo soy el Camino, la verdad y la vida! (Jn 14, 6). De repente, la vida brota y pasamos de esclavo al estatuto de reyes, porque su Palabra escuchada tomó carne en nosotro

s y resucitó y nunca más seremos la misma persona. Ahora creo en la gracia transformadora de su Palabra obrando en mí. Pidamos al Señor que nos libere de la enfermedad. La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por todo lo que nos pesa y nos impide escuchar de nuevo su voz de misericordia que nos llama al amor. (Rm 5,8)

Hermana Audrey HOUNYO

Comunidad de Bonoua Colegio (Costa de Marfil)