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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

6 julio, 2021

Durante estos días de verano tal vez sea fácil tener la oportunidad de pasear por el bosque. Es una experiencia vivificante. En él hay un silencio que invita a la reflexión y a la oración o a la conversación sosegada.

Es cierto que en el bosque también se oyen algunos susurros: los de los pájaros y los insectos, los del viento que mueve las hojas, los del agua de la fuente… Pero estos ruidos son muy diferentes de los de las poblaciones, más o menos grandes: coches, motos, sirenas… que enervan y crean tensión. Los susurros de la naturaleza, en cambio, relajan, serenan, dan paz, invitan al diálogo, acercan a Dios. Vale la pena aprovecharlo.

El bosque también ofrece aire puro, lleno de olores estimulantes que permiten que se respire de forma muy distinta que en las poblaciones. En el bosque hay flores y plantas sencillas que, tal vez, no se encuentran en las floristerías, pero que, de una forma anónima, ofrecen la riqueza de su perfume.

Esta metáfora del bosque es una buena imagen para expresar lo que nos pide Jesús en el evangelio de este domingo: Jesús envía a los discípulos —también a nosotros y nosotras— a extender la Buena Nueva. Es por eso por lo que nos ha llamado a ser sus discípulos: para que fuésemos sus mensajeros.

No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de ser personas sencillas, pero llenas de vitalidad interior que esparcen por todas partes el perfume de la Buena Noticia de Jesús. Personas que no hacen grandes discursos ni llaman la atención, pero que ejercen una influencia positiva dondequiera que estén.

Estas personas —y nosotros y nosotras hemos de intentar ser de ellas— son como las flores del bosque, escondidas entre las hierbas. Cuesta verlas, pero están allí. Y su presencia se nota a través de la fragancia que desprenden.

Ojalá seamos personas como éstas, porque así, tal como pasaba con los discípulos del Evangelio, también sacaremos «malos espíritus» —pesimismos, miedos, desánimos… y retornaremos la salud —fuerza y ganas de vivir, esperanza…—. Es decir, por allí donde pasemos, dejaremos una huella positiva. Las cosas y las personas cambiarán y mejorarán: les habremos hecho mucho bien. Se notará que somos portadores y portadoras de la luz, de la esperanza, de la fraternidad de Jesús y podremos decir como San John Henry Newman:

«Jesús mío: ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya; inunda mi alma con tu espíritu y tu vida; llena todo mi ser y toma de él posesión de tal manera que mi vida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya… Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz para los otros. Esa luz, oh, Jesús, vendrá toda de Ti; ni uno solo de sus rayos será mío… Déjame predicar tu nombre sin palabras… Con mi ejemplo, con mi fuerza de atracción con la sobrenatural influencia de mis obras, con la fuerza evidente del amor que mi corazón siente por Ti».

H. Mª Asunción Mitjans
Dominica de la Anunciata