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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

18 enero, 2022

DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

Lectura del Libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
Sal 18, 8. 9. 10. 15 R.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12, 12-30
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21

En este 3er Domingo del Tiempo Ordinario C, comúnmente llamado Domingo de la Palabra de Dios, la Iglesia nos invita a redescubrir en nuestra vida cotidiana la importancia de escuchar y comprender la Palabra de Dios. Esta Palabra que nos abre a la vida en Dios y es la lámpara que nos guía en todo momento.

En la primera lectura del libro de Nehemías 8, 2-4a. 5-6.8-10, la liturgia de la Palabra presidida por Esdras y Nehemías es un tiempo de redescubrimiento de la alianza que Dios había acordado con su pueblo en el monte Sinaí. A causa del exilio y la unión con los pueblos paganos, se había vuelto difícil para el pueblo permanecer fiel a su Dios y por lo tanto disfrutar de esta presencia diariamente. Por eso, Esdras y Nehemías harán todo lo posible para rectificar la situación: es necesario levantar a este pueblo, restaurar su moral. Ahora bien, en la historia de Israel, la unidad del pueblo se ha transmitido siempre en nombre de la Alianza con Dios; las fuerzas de la Alianza son siempre las mismas: la Tierra, la Ciudad Santa, el Templo y la Palabra de Dios. La proclamación de esta Palabra de Dios hecha por el sacerdote y el traductor sumerge al pueblo en una gran tristeza. Pero en la exhortación se invita al pueblo a la fiesta. Comed, bebed, es un gran día ya que es el día de vuestro encuentro en torno a la Palabra de Dios. Para reunir a su comunidad, Esdras y Nehemías no lo aleccionan, le ofrecen una fiesta en torno a la palabra de Dios. ¡Nada mejor para revitalizar el sentido de familia que ofrecerles regularmente celebraciones en torno a la Palabra de Dios!

En el Salmo 18(19), 8.9.10.15, vemos la importancia de la ley para Israel, en un sentido sumamente positivo, y del temor de Dios, actitud también eminentemente positiva y filial. Para el salmista, la Ley es un camino: si un hijo de Israel quiere ser feliz, cuidará de no desviarse de él ni a la derecha ni a la izquierda. Hoy en día, hay toda una meditación sobre el papel de la Ley: no tiene otro fin que educar a la gente, mantenerla en el buen camino, como se dice. Y si Dios quiere tanto que su pueblo se mantenga en el buen camino es porque es el único camino para vivir felizmente en sociedad y cumplir su vocación como pueblo elegido entre las naciones.

En la segunda lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,12-30, se trata de unidad en el respeto. En efecto, el apóstol insiste en el respeto debido a todos: simplemente, porque la dignidad más alta, la única que cuenta, es la de ser miembro, cualquiera que sea, del único cuerpo de Cristo. El respeto, en el sentido etimológico, es una cuestión de mirada: a veces las personas que no nos parecen importantes, ni siquiera las vemos, ¡nuestra mirada no se detiene en ellas! Por el contrario, a todos nos ha pasado medir nuestra falta de importancia en los ojos de otra persona: ¡su mirada se desliza sobre nosotros como si no existiéramos! Sí parece, en definitiva, que San Pablo nos está dando aquí una tremenda lección de respeto: el respeto a la diversidad, por un lado, y el respeto a la dignidad de cada persona, cualquiera que sea su función. Es cierto que solo se necesita un pequeño esfuerzo para descubrir lo que cada uno de nosotros aporta a la vida de nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras empresas o nuestros grupos de todo tipo. Algunos somos las cabezas pensantes, los investigadores, los inventores, los organizadores… Están los que «tienen nariz» como dicen… están los clarividentes… los que tienen el don de la palabra y quiénes son mejores para escribir… hay… y la lista podría seguir y seguir. En conclusión, sólo en Cristo y por su gracia podemos vivir esta unidad en la diversidad.

En el Evangelio de San Lucas 1, 1-4; 4, 14-21, el evangelista presenta una escena que nos sorprende al principio. Jesús como solía ir al templo va allí pero esta vez no se contenta con estar allí sino que se compromete a leer y comentar la Palabra. Pero este comentario a diferencia de los demás no es un mensaje de futuro sino el anuncio de un logro. Nos cuesta imaginar la audacia que representa esta tranquila afirmación de Jesús; pues, para todos sus contemporáneos, este venerable texto del profeta Isaías se refería al Mesías. Sólo el Rey-Mesías, cuando vendría, podría permitirse decir: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha consagrado con la unción…» Porque, desde el comienzo de la monarquía, el ritual de la coronación de reyes incluía un rito de unción con aceite. Esta unción era la señal de que Dios mismo estaba constantemente inspirando al rey para poder cumplir su misión de salvar al pueblo. Entonces se decía que el rey era «mashiah», una palabra hebrea que simplemente significa «frotado con aceite». Es esta palabra «mashiah» la que se traduce como «mesías» en francés, «christos» en griego. En la época de Jesús, no había un rey en el trono de Jerusalén, pero la gente esperaba que Dios enviara finalmente al rey ideal que traería libertad, justicia y paz a su pueblo. En particular, en la Palestina entonces ocupada por los romanos, se esperaba a uno que nos libraría de la ocupación romana. Claramente, Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero, no podía pretender ser el Rey-Mesías esperado. Seamos francos, Jesús no ha terminado de sorprender a sus contemporáneos: es el Mesías que esperábamos, ¡pero tan diferente de lo que esperábamos! Lucas, para ayudar a sus lectores, se cuidó mucho desde el comienzo de su libro, en decirles que se informó cuidadosamente de todo desde el principio; y, por otro lado, subrayó en la introducción de este pasaje que Jesús estaba acompañado por el poder del Espíritu, que era precisamente la característica del Mesías.

Pero es Lucas, el cristiano, quien lo afirma, los habitantes de Nazaret, no saben que, realmente, el Espíritu del Señor reposa sobre Jesús. Última observación sobre este Evangelio: la cita de Isaías que retoma Jesús suena como un verdadero discurso de programa: «El Espíritu del Señor está sobre mí… Me ha enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar a los presos que son libres, y a los ciegos que verán la luz, a llevar a los oprimidos la libertad, anunciar un año de bendiciones concedido por el Señor. Esta es la obra del Espíritu a través de los que ha consagrado. El mayor de los testimonios, el mayor de los signos mesiánicos y el más impactante es el encuentro con el hombre en su miseria y le ayuda a encontrar el camino de su libertad. Hoy, nosotros que buscamos a veces criterios de discernimiento, aquí los encontramos, porque lo que se dice de Cristo es válido para todos los confirmados, en nuestra humilde medida, por supuesto.

                                                Hna. DJEUTCHA YONKEU Marlyse

                                                             ROMA