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COMENTARIO A LA PALABRA-DOMINGO DE RAMOS

31 marzo, 2020

Isaías 50, 4-7
21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
Filipenses 2, 6-11
Mateo 26, 14—27, 66

Hemos finalizado un tiempo en el que se nos invitaba a la oración, el ayuno y la penitencia. La liturgia cuaresmal nos marcaba un camino de preparación para llegar al inicio de otro tiempo, también muy rico litúrgicamente con invitaciones muy concretas para meditar y hacer vida: la Semana Santa que se inicia con este domingo de Ramos.

La situación que se está viviendo a nivel mundial debido al COVID19, nos obliga a estar “aislados” por un tiempo aún indefinido; la celebración de la Semana Santa da un giro obligatorio en muchos lugares, donde no se podrán dar las manifestaciones de fe públicamente, aunque no impide que, cada uno/a, personalmente, viva este tiempo con la misma intensidad y el mismo fervor.

Centraré la reflexión en tres ideas reflejadas en las lecturas de este domingo:

  1. “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

Jesús sube a Jerusalén con los suyos; suben en peregrinación desde Galilea para celebrar la pascua; con ellos va un grupo de personas que en Betania contemplaron el milagro de la resurrección de Lázaro-recordando el evangelio del domingo anterior- y se van sumando otros, por el camino, que suben a Jerusalén con el mismo propósito.

Es un camino de euforia y de alegría y Jesús entra triunfante de la manera más sencilla y humilde “montado en un pollino”. Sin embargo, este momento de júbilo terminará en amargura, tristeza y cruz. Ante Jesús, en este recorrido triunfal ya en Jerusalén, quienes aplauden y vitorean, adoptan actitudes distintas que marcan la historia en un corto espacio de tiempo: lo que al inicio fue “hosanna”, “bendito”, termina a los cinco días con grito cruel del “crucifícalo”. A quien antes le tendían sus propios vestidos por alfombra, a los pocos días lo desnudan y se los reparten en suertes.

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén nos pide coherencia y perseverancia; ahondar en nuestra fidelidad para que nuestros propósitos no sean espejismos, luces que deslumbran en un momento y pronto se apagan.

  1. La carta a los Filipenses (2,6-11) dice que Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios… “Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo”

Se “anonadó”, se humilló, renunció a todo tipo de dominio; la Kénosis, que explica la doctrina de la encarnación de Cristo, el hecho de que Cristo se hizo hombre.

Pablo sencillamente quiere mostrarnos cómo Jesús no hizo nada por vanagloria, sino que se humilló, se abajó; se vació de sí mismo para convertirse en hombre; renunció voluntariamente a sus privilegios divinos, lo cual no significa que haya dejado de ser Dios. La muerte es el punto de destino de ese camino emprendido en libertad; es esta muerte la que demuestra que Él se ha hecho realmente uno de los nuestros.

  1. “Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo”

Toda la Pasión es un meditación silenciosa y silenciada ante lo que Jesús vivió y sufrió en su propia soledad; ponerse en sintonía con este Jesús que es capaz de expresar un sentimiento tan profundo y humano como es la tristeza y el miedo, es la capacidad de acercarse a la soledad de la persona humana.

¡“Me muero de tristeza”! ¿quién no ha sentido, como Jesús, este mismo sentimiento? Y ante esta situación tan humana, Él necesita la fuerza, la compañía de quienes lo acompañaron en su misión durante estos tres años. Poco más hay que decir ante estas palabras que penetran las entrañas y el corazón.

Esta misma soledad y miedo es lo que siente tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo; seguro que muchos de ellos muy cerca de muchos de nosotros. El grito ahogado y silencioso de los niños expuestos a tanta mente perversa; de las mujeres maltratadas y marginadas; de los ancianos solos; de los emigrantes que intentan escapar de la guerra, del hambre, de las amenazas; de los pueblos a quienes se les roba el agua, los recursos para vivir. ¡Cuánto grito silencioso!

Esta es la pasión de muchas personas en el mundo de hoy. Y, ante esto, ante tanta impotencia, sólo nos queda arrodillarnos ante el crucificado, y decir como Él, “me muero de tristeza”. Pero a la vez, tenemos la esperanza de que no termina aquí, los y las que tenemos fe, fijamos nuestros ojos en el Resucitado.

En estos días de “aislamiento” muchas personas vuelven su corazón a Dios para elevar una plegaria. Aprovechemos este tiempo para intensificar esos momentos especiales en la presencia del Señor, rogando por toda la humanidad. Abraham intercedió por el pueblo… ¿y si hubiera tantos justos, vas a destruir al pueblo? (Cf. Gen 18,20-31). Dios es compasivo, misericordioso y paciente.

Desde Camerún, unidas en oración.

H. Zoila Morena Flores Lemus.

Fuente de la Imagen:  Fr. Felix Hernandez OP