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CATEQUISTA, UN NUEVO MINISTERIO

12 mayo, 2021

El pasado lunes, 10 de mayo, memoria de san Juan de Ávila, el papa Francisco firmó la carta apostólica en forma de motu proprio Antiquum ministerium con la que se instituye el ministerio de catequista. Más de uno se preguntará: ¿Pero no llevamos toda la vida teniendo catequistas en nuestras iglesias sin necesidad de ninguna institución particular? ¿A qué viene ahora tanto bombo? ¿En qué consiste la novedad? Creo que el asunto merece una rápida explicación. En la estructura ministerial de la Iglesia existen los “ministerios ordenados” (obispos, presbíteros y diáconos) y los “ministerios instituidos” (acólito y lector). Los primeros, como su mismo nombre indica, implican la recepción del sacramento del Orden en diversos grados. Están reservados a los varones. Los segundos se confieren a laicos (hombres y mujeres) mediante un rito de institución.

Ahora, con esta carta apostólica del Papa, se añade el de “catequista” al grupo de los “ministerios instituidos”, que a partir de ahora serán tres. En la carta leemos que “toda la historia de la evangelización de estos dos milenios muestra con gran evidencia lo eficaz que ha sido la misión de los catequistas” (n. 3). Pero no hablemos solo del pasado: “El Espíritu llama también hoy a hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos los que esperan conocer la belleza, la bondad y la verdad de la fe cristiana. Es tarea de los Pastores apoyar este itinerario y enriquecer la vida de la comunidad cristiana con el reconocimiento de ministerios laicales capaces de contribuir a la transformación de la sociedad” (n. 5). Basta ver lo que sucede en cualquier parroquia. En las comunidades cristianas de África, el oficio de catequista es de gran importancia en la evangelización. A menudo, además de sus tareas específicas, son ellos quienes acompañan a las pequeñas comunidades.

¿Qué se requiere para poder ser instituido como catequista? La carta lo especifica: “Es conveniente que al ministerio instituido de Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis” (n. 8).

Estoy seguro de que muchos de los lectores de este Rincón reunís estas características. Pero no es suficiente. Hace falta discernir si uno ha recibido esta vocación porque no se trata de un mero trabajo y mucho menos de un pasatiempo: “Este ministerio posee un fuerte valor vocacional que requiere el debido discernimiento por parte del Obispo y que se evidencia con el Rito de Institución” (n. 8). Es bueno redescubrir la dimensión vocacional, y no puramente instrumental, de este ministerio.

Recuerdo haber leído hace mucho tiempo en un libro de Henri de Lubac que el oficio más hermoso en la Iglesia es el de “catequista” porque está al servicio directo de la transmisión de la fe. Es como un eslabón entre la tradición y el presente. Quienes, de niños o de adultos, han tenido la gracia de tener buenos catequistas, han logrado asumir la fe con profundidad, convicción y alegría. Quienes, por el contrario, tuvieron catequistas mediocres y, sobre todo, incoherentes, es probable que no se hayan repuesto todavía de una iniciación cristiana pobre y superficial.

Si importante es el ministerio del presbítero, no lo es menos el del catequista. No pensemos solo en la figura de una mujer madura que prepara a los niños para la primera comunión. La catequesis no es un asunto de niños. Hoy, cada vez más, hay adultos que piden el Bautismo y que necesitan ser acompañados por catequistas de adultos. Se requiere una especial preparación y, sobre todo, un testimonio contagioso. Se abre aquí un campo nuevo para acompañar itinerarios de fe en un contexto cada vez más secularizado.

Gonzalo Fernández Sanz CMF

Fuente: El rincón de Gundisalvus