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CAMINO HACIA LA CONSAGRACIÓN DE ROSA SANTAEUGENIA

11 abril, 2019

PARTE 2

La presencia en Moià de las Carmelitas Vedrunas animó a Rosa a exponer sus deseos de ingresar en su Congregación. Para llevar adelante el propósito de hacerse religiosa renunció a la herencia paterna en favor de su hermana menor. Pero su petición de incorporarse a las Carmelitas de la Caridad no fue acogida favorablemente. Rosa, sin embargo, no desistió de su propósito de consagrarse a Dios en la vida religiosa; pidió ser recibida en una segunda Congregación, pero también en vano. No tenemos noticias concretas acerca de cuál fue este segundo Instituto en el que Rosa quiso entrar, pero bien pudo ser el de las Filipenses del Saits, fundado por el P. Pedro Bach y por Teresa Vilardebó.

La razón que dieron en ambas Congregaciones para no admitirla fue precisamente su baja estatura. Fue a desahogar su espíritu con el arcipreste de Moià, Dr. Castanyer, y éste le aseguró que Dios tenía para ella otros proyectos de mayor importancia. El Dr. Castanyer, más tarde Obispo de Vic, vino así a convertirse en instrumento de la providencia para apoyar firmemente una Obra de Dios que iba a comenzar pronto: la Congregación de la Anunciata. Aquel celoso pastor confortó al P. Coll en más de una ocasión, alentó a la M. Rosa, y apoyó con su autoridad y hasta con cuantiosas sumas de dinero a la nueva Congregación.

Si Rosa no comunicó sus penas al Padre Coll, sería porque no le fue materialmente posible en aquellas circunstancias. Se encontraba por tierras de la diócesis de Urgel desde la primavera de 1849 empeñado en una intensísima campaña misional, y no regresó a Moià hasta finales del verano o comienzos del otoño del año siguiente, es decir, hasta la segunda parte de 1850.

Las previsiones del Dr. Castanyer acerca de Rosa Santaeugenia se iban a cumplir pronto. En el año 1850 tuvo origen una especie de Congregación o Asociación religiosa denominada de Servitas o Mínimas; querían dedicarse a la enseñanza de niñas y atención a enfermos en hospitales. Hubo varios sacerdotes animadores de este proyecto: el P. Bach, el P. Fortián Feu, ambos del Oratorio de San Felipe Neri. Con ellos se dice que colaboró también de algún modo el P. Coll. El animador principal, sin embargo, fue el Dr. Jaime Passarell. Aunque el origen de las Servitas lo señalan para el año 1850, éstas debieron agruparse en 1851. Los principios no podían ser más humildes: todo se reducía a tres jóvenes que comenzaron a vivir vistiendo de seglar en casa de una señora. La población elegida fue Taradelll, en las cercanías de Vic. Aquellas tres jóvenes se llamaban: Rosa Santaeugenia, María Planas, natural de San Hipólito del Voltregá, y una tercera llamada Antonia, de la que las crónicas no conservaron el apellido.   En 1853 comenzaron a llevar el hábito de Nuestra Señora de los Dolores, y entonces se instalaron en el Hospital para cuidar enfermos. Allí habilitaron también un espacio para escuela. Por entonces se les había agregado ya alguna joven con el propósito de seguir su mismo género de vida. No le faltaron tribulaciones a Rosa Santaeugenia en aquellos difíciles comienzos, pruebas motivadas por problemas internos del grupo, y también por las provenientes del marco sociopolítico español. Era el tiempo del bienio progresista (1854-1856), nada favorable a las Asociaciones religiosas.

A pesar de todo, las Servitas pudieron expansionarse en una segunda fundación en Rupit. Unos meses más tarde abrieron otra casa en Suria y, sin que podamos precisar fecha, se hizo cargo una Servita de la escuela de Gironella. Existía otra fundación en Pardinas. Buenas fuentes indican que en 1856 se encargó de la dirección de las Servitas en general el P. Coll; no sabemos si este encargo lo recibió antes o después de echar las bases de su Congregación de Dominicas, con la admisión de siete jóvenes en una casa del Call Nou de Vic, el 15 de agosto de 1856.

Rosa Santaeugenia, por tanto, fue piedra fundamental del grupo de Servitas, Asociación que tuvo en Taradell lo que podríamos llamar su Casa Madre. Se encargaría de preparar a las nuevas postulantes que deseaban llevar su mismo género de vida, todo él impregnado de la pobreza más absoluta. No tenían nada; vivían «de los mendrugos de pan y otros víveres de que les proveía aquella buena gente», asegura la Necrología antes citada. Cuando las que se les agregaban estaban ya algo preparadas las enviaban por las fundaciones aludidas. Adoptaron un hábito religioso, y ella fue nombrada superiora, seguramente por el canónigo Passarell. Pero éste era penitenciario, con horario de atención a las confesiones en la Catedral de Vic; era también catedrático de teología moral en el Seminario y, en consecuencia, no podía dedicar demasiado tiempo a la incipiente Asociación de Servitas.

En estas circunstancias, y decidido el P. Coll a llevar adelante su proyecto fundacional largamente meditado, orado y consultado, le encomendaron sus amigos, con el beneplácito del Obispo, que se preocupara de las Servitas. Cuando se refiere a este encargo Joaquín Soler, en la Necrología de la M. Rosa, anota: «Sin embargo, no bastaba para la dirección, organización y propagación semejante, el celo y buena voluntad de los citados iniciadores; sino que se necesitaba un varón apostólico que a las expresadas cualidades la de poder consagrarse totalmente a ello visitando las Casas y difundiendo la Asociación por los pueblos» (p. 5).

Quizás Joaquín Soler no hizo otra cosa al escribir estas palabras que reflejar el relato escuchando a la misma Rosa Santaeugenia. Ella se apresuró en aquellos meses a preparar su examen de maestra de instrucción primaria elemental, emprendió viaje a Barcelona, se examinó y aprobó con la calificación de Buena. El Ministerio de Fomento lo atestiguó mediante diploma que se conserva como verdadera reliquia. La fecha del título es de 1º de octubre de 1856.

Creemos que algunas Servitas, por decisión personal, se incorporaron al grupo fundacional del P. Coll desde el primer momento, es decir, desde agosto de 1856. Sólo así se explica la fundación de Roda, verificada el 25 de agosto de 1856, a sólo 10 días de la apertura de la casa del Call Nou. Con las otras fue trabajando en la última parte del año 1856. Les dirigió a todas unos ejercicios espirituales y “después de haberlo reflexionado bien” disolvieron su Asociación de Servitas, en la que, por cierto, no habían hecho ningún tipo de profesión religiosa. Disuelta la Asociación, entraron en la Congregación recientemente fundada por el P. Coll. Este, en un documento autógrafo, precisó que la incorporación efectiva de todas las Servitas tuvo lugar en el mes de febrero de 1857.

El 12 de agosto de 1857, cuando había transcurrido ya un año desde la fundación de las Dominicas del P. Coll, se personó Rosa Santaeugenia ante el notario de Vic, Miguel Fábregas; el objeto que le movía era comprar una casa [en la calle Capuchinos] junto con Rosa Massanas y Coll -sobrina del P. Coll-, y María Planas, aquella servita de primera hora. El P. Coll no figuraba para nada en el instrumento legal de compra. Esta casa adquirida fue el núcleo de la primera Casa Madre de la Anunciata; comenzaron a morar en su nueva vivienda a principios de septiembre.

El día 12 de este mes, fiesta del Dulce Nombre de María, se emitieron los primeros votos religiosos en la Congregación. Las primeras Hermanas en profesar fueron diez. Encabezaba el grupo Rosa Santaeugenia, y todas las profesas habían sido Servitas, a excepción de una: Rosa Masferrer y Tarradellas, nacida en San Pedro de Torelló, y parte integrante del grupo de las siete primeras postulantes que se reunieron en el Call Nou el día de la Asunción de María del año anterior. Había hecho, por tanto, un año de noviciado. El P. Coll consideraría que las otras no estaban todavía suficientemente preparadas para emitir su profesión. Fue nombrada primera priora de la Casa Madre (Calle Capuchinos) Sabina Morer.

Adaptado del artículo del Padre Vito Tomás Gómez García, O.P.

LA MADRE ROSA SANTAEUGENIA, O.P., COLABORADORA DEL BEATO FRANCISCO COLLen el 1er Centenario de su muerte  (Vic, 14 de Octubre 1989)

Publicado en Boletín Anunciata: noviembre 1989  pp. 206-215