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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO XV

26 septiembre, 2019

LOS DIFÍCILES COMIENZOS

Si atendemos al Prólogo de la Regla o forma de vivir de las Hermanas encontramos a un Padre Coll gozoso, exultante ante el desarrollo que había tomado su Congregación después de unos pocos años y no pocas adversidades. Esa alegría no le hace olvidar los difíciles comienzos, y es así como exclama: «¿no es ésta una obra de Dios y admirable a nuestros ojos? (…)¡Bendita y alabada sea, oh Dios mío, vuestra admirable Providencia! ¿quién había de pensar que del polvo de la tierra formaseis una obra tan grande y portentosa como es este Santo Instituto?»[1].

Del polvo de la tierra, decía… y podríamos pensar que el Padre Coll exageraba, pero no. En razón de su enorme confianza en la Providencia y de su gran amor a la pobreza, había fundado una nueva Congregación con recursos tan mínimos que mucha gente lo consideró una locura. Lo que más le dolió en aquellos inicios es que a sus propios amigos les falló la confianza y lo abandonaron en ese momento: «Al principio me dejaron solo»[2]. El Obispo, que ya lo había autorizado de palabra, quiso volverse atrás, acobardado también por las reticencias de las autoridades civiles ante las nuevas Congregaciones. Tenaz como era, el P. Coll luchó hasta obtener la aprobación, pese a que sus Hermanas hubieron de disimular los primeros años, impedidas de vestir en público el hábito religioso. Aquel clima enrarecido tuvo que afectar mucho a aquellas sencillas jóvenes que llegaban atraídas por el proyecto del Padre Coll. Necesitaron ser muy fuertes, porque los comienzos no fueron nada fáciles… Así se deja entrever en sus testimonios…

La Hna. Paula Prat relata que cuando ella llegó, en junio de 1857, y cuando llegaban otras postulantes, oía decir: «”¡qué tontas!, eso no tiene fundamento, es un pobre capellán». Al ir a Misa, algunos Canónigos decían: «¡pobres niñas!, no tiene fundamento, si él es un pobre!» Para hacer desmayar a las novicias, no se recataban de decirlas que el P. Coll era un pobre ignorante…», e incluso algunos sacerdotes se negaban a darles la absolución. Por esa razón «ordinariamente nos confesábamos con él; cuando estaba ausente, íbamos con otro, temerosas sí, a causa de los dichos de la gente y sacerdotes, pero con grande alegría interior»[3].

La Hna. Rosa Vallés subraya cómo sobrellevaban aquella gran pobreza gracias a los cuidados paternales del P. Coll: «Era muy caritativo; me acuerdo que, como al principio vivíamos en tanta miseria de todo, él muchas veces nos hacía llevar cosas de su casa, ya cocidas y preparadas para comer, que tal vez se lo quitaba de su propio alimento, y en las noches de invierno hasta nos dejaba el manteo [capa] para abrigarnos, y todo esto sin pedírselo»[4].

Dios premió aquella confianza y, tres años después, contando ya con más de 15 fundaciones, el mismo P. Coll escribía admirado: «el Instituto de las Terciarias del Padre Santo Domingo, de las que cuido, me parece que es obra de todo un Dios; así también lo juzgan todos los que ven el modo que va…»[5].

Sí, esos fueron los difíciles comienzos…  Pero se dice que los comienzos imprimen carácter… ¿Será por eso que vemos en la historia de la Anunciata tantas Hermanas fuertes, valientes, emprendedoras, decididas a enfrentar sacrificios por un ideal, dispuestas a jugarse con alma, vida y alegría por el sueño del Padre Coll? ¿Será por eso que el mismo Padre Coll repetía con gusto aquella sorprendente frase, nacida de su experiencia: «cuantas más contradicciones mejor»?

[1] Francisco Coll, O.P. Obras Completas (1812 – 1875), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1994, p. 54

[2] Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, p. 719

[3] Ibid. p. 745

[4] Ibid. p. 781

[5] Carta a J. Matarrodona, en Ibid. p. 551