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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO XI

25 julio, 2019

RECUERDOS DE INFANCIA

Hay acontecimientos que se nos quedan grabados, y eso ocurre especialmente con los recuerdos que nos marcan en la infancia. Qué hermoso es cuando esos recuerdos vuelven a la memoria cargados de afecto y de ternura… eso significa que contienen un bien perenne para nuestras vidas. ¿En cuántos niños y niñas no habrá dejado el Padre Coll ese recuerdo indeleble que lo hacía no solo tan querido, sino ante todo portador de la ternura de Dios? Hoy no nos resistimos a la tentación de publicar una extensa parte del testimonio de Leodegario Torruella, presbítero, que merece ser leído y disfrutado por la emoción que contienen sus palabras:

«Enterado el Párroco que suscribe del deseo que anima a Vuestra Paternidad de poseer de personas vivientes datos referentes al Rdo. P. Francisco Coll, deseando arrimar una piedrecita al monumento que a su tiempo se elevará a las virtudes de tan insigne y virtuoso Padre, espero se dignará acoger con benevolencia la siguiente relación que, aunque tosca, reflejará las saludables y dulces emociones que sobre el P. Coll experimenté en mi niñez y adolescencia. Declaro que mis primeros recuerdos de niño de cinco años son los apostólicos sermones que el P. Coll con frecuencia predicaba a mis compatricios de Moyá, donde fue destinado después de incendiada aquella villa en 1839. Recuerdo que yo remedaba a mi manera su predicación, ¡tan embebido y embelesado me tenía! Cuando más grandecito, fui monaguillo. Sus nobles prendas eran un imán, que atraían mi corazón y el de los demás niños. Padre Coll tenía muy presente el sinite parvulos venire ad me [Mt 19, 14: Dejad que los niños vengan a mí]… Entre los habitantes de Moyá, mis coetáneos, era admirado el P. Coll: todos con confianza filial se dirigían a él, llamándole ¡Mosén Francisco, Mosén Francisco! y él siempre amable, siempre risueño, era el pater pauperum, el consolator aflictorum [padre de los pobres, consolador de los afligidos]. Buen campo confió el Superior eclesiástico al P. Coll, cuando le nombró Vicario de Moyá. Seguro estaría de su inagotable caridad; porque en aquella villa tuvo ocasión de ejercitar las obras de misericordia espirituales y corporales, y las ejercitó… Es que los habitantes todos, después de incendiada la población, degolladas en el Colegio gran número de personas de ambos sexos, prisioneros de guerra la mayoría de los hombres,  estaban sumidos en la desesperación, porque quedaron sin hogar, sin alimentos y sin vestidos… P. Coll fue el bálsamo eficaz de almas y cuerpos… Con los ojos humedecidos escribo y con ternura recuerdo que, siendo mi padre prisionero de guerra, y no teniendo mi madre otro pan para alimentarme, acudí a la puerta de la casa de P. Coll, que al decirle agradecido Deu n’hi do[1], él, lleno de amor y dulzura, me contestaba: Llogari, al cel, ¿hi vols anar?»[2]

El Padre Coll, aquel hombre tan fuerte, tan tenaz, tan templado por las dificultades de la vida… era a la vez este hombre pleno de sensibilidad, de ternura, de cuidado por los otros y especialmente por los pequeños. Maravilloso ejemplo vivo de que estas cualidades no se oponen: se fortalecen mutuamente. Como nos dice el Papa Francisco, «si Dios es ternura infinita, también el hombre, creado a su imagen, es capaz de ternura. La ternura, entonces, lejos de reducirse al sentimentalismo, es el primer paso para superar el replegarse en uno mismo, para salir del egocentrismo»[3], es decir: una ternura en salida que deja huellas en las vidas, y se transforma en una nueva manera de predicar sin palabras al Dios que nos ama.

Hna. Luciana Farfalla

[1] Interjección catalana con la que el niño expresaba que era mucho lo recibido, a lo que el P. Coll respondía con su típico deseo de Cielo: Llogari (Leodegario), al cielo, ¿quieres ir?

[2] Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, p. 777s

[3] Discurso del Papa Francisco el 13/09/2018.