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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO VIII

4 julio, 2019

PALABRAS DE VIDA

«La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!» (Lc 10, 2-3)

No sería insensato pensar que esta frase del Evangelio haya sido acicate constante, permanente aguijón de la Palabra en el corazón dominicano de Francisco Coll… La mies es abundante: es lo que él mismo, hombre de ojos abiertos, experimentaba cada vez que entraba en relación con pueblos y ciudades… el encuentro con una gran masa de cristianos, sí, pero de fe dormida, apagada, falta de alimento; lo que quedaba de una fe tradicional que ya no daba vida.  Los obreros pocos…  y era la triste realidad. Sacerdotes había muchos todavía: sacerdotes-funcionarios o religiosos desanimados a causa de la exclaustración; pero obreros con deseos y entusiasmo por trabajar en la viña del Señor, parece que muy pocos.

Siguiendo este llamado a ir más allá, que cada vez se afirmaba más en su corazón,  con 37 años el P. Coll toma la decisión de entregarse totalmente a largas campañas misionales, dejando de lado el trabajo parroquial. En seguida intuye, como el mismo Evangelio indica, que no habrá buen fruto sin trabajo en comunidad y sin testimonio de pobreza, que habrá persecuciones y contratiempos, pero que el Señor estará junto a él. La fuerza de su predicación comienza a ser como un torrente irrefrenable. Recogiendo el eco de lo que ocurre en la primera población en que Francisco predica en ese año 1849, el Obispo Guardiola de la Diócesis de Urgel escribe en una carta:

«El que hace prodigios es el buen P. Coll, y no sé cómo componer y dar gusto a los [otros pueblos] que me lo piden. En el día hace un largo novenario en Castellbó, y hasta de diez horas acuden las gentes a oírle, y hacen su confesión general. Los pueblos, verdaderamente, tienen hambre de la divina palabra, y cuando encuentran algo que les hable al corazón, se rinden y mudan de vida. Dios no dé muchos hombres apostólicos como el P. Coll, y Dios nos volverá a la paz, que tanto necesitamos».[1]

Entre 1849 y 1852, años de actividad inagotable, el P. Coll forma equipo con otros sacerdotes jesuitas y diocesanos. El Obispo los va mandando a uno y otro pueblo, priorizando los más necesitados de evangelización. Permanecen entre veinte días y más de un mes en cada lugar, logrando frutos extraordinarios. Realmente, como decía Guardiola, la gente estaba ávida de la Palabra. Así lo  describe en una carta uno de los compañeros de predicación del P. Coll, al comentar lo que ocurría en las poblaciones aledañas cuando iban de camino, siempre a pie, entre un pueblo y otro…

«Apenas habíamos salido de Torregrosa, cuando ya llegaron los de Juneda, población situada a una hora de las Borjas, y aquí las mismas demostraciones, el mismo entusiasmo, con la diferencia de que fue preciso que uno de nosotros, aunque cansado del camino, que aún debíamos continuar, subiese al púlpito para consolar a aquella multitud de que estaba atestada la iglesia en la que habíamos entrado para hacer una visita al Santísimo. Acompañados de esta gran multitud, que de continuo iba creciendo, continuamos nuestro camino…».[2] 

Había admiración en las palabras de esta carta, pues no era lo más usual, en aquella época difícil, un tal recibimiento. Y es que el Padre Coll y sus compañeros habían logrado llevar palabras de vida a los pueblos y por eso su fama se iba extendiendo. La oración al Señor de la mies había sido escuchada.

Hoy muchas veces nos desanimamos ante la falta de convocatoria y vitalidad que estamos teniendo como Iglesia o en muchas de nuestras comunidades cristianas locales. ¿Será realmente que se está apagando la sed de Dios en los pueblos? ¿O deberíamos preguntarnos con sinceridad si verdaderamente estamos ofreciendo palabras de vida… o alguna otra cosa?

Hna. Luciana Farfalla

[1] Carta del Obispo de Urgel, fr. Simón de Guardiola, en Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, p. 725.

[2] Carta de Francisco Aviñó, jesuita, Testimonios, p. 321.