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1 DOMINGO DE CUARESMA CICLO C

4 marzo, 2019

En este primer domingo de Cuaresma, Lucas nos ofrece una experiencia memorable que Jesús tuvo en el desierto; un lugar árido, seco, aparentemente sin vida. Y a la vez, un espacio donde el silencio lo llena todo e invita a la intimidad. Un lugar de encuentro con uno mismo, con la propia verdad y con la gran Verdad. Un tiempo para analizar, para poner en orden las ideas y el corazón. Un lugar donde uno se encuentra privado de todo lo material, donde no puedes acumular cosas ni quedarte tan solo con cosas superfluas. Un lugar donde hay que buscar lo esencial para poder vivir. Nos habla de cuarenta días que dan mucho de sí, de un tiempo largo para hacer un recorrido interior y encontrarte ante las preguntas fundamentales de la existencia.

Seguramente esta no es una experiencia desconocida para muchas de nosotras. Jesús es conducido por el Espíritu al desierto, y experimenta las necesidades más profundas del ser humano: el hambre, el poder, el éxito. ¿Quién no ha tenido nunca la tentación del miedo, de la inseguridad, de buscar el propio interés, del poder, de huir…?  A menudo en los distintos lugares donde estamos, ya sea en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en las entidades donde participamos, en los partidos o en la misma Iglesia, las personas nos disgustan o decepcionan con sus contradicciones y errores, y tenemos la tentación de dejarlo todo, de huir.

Pero Jesús en lugar de evadirse de esas tentaciones, de disimular, de mirar hacia otro lado, de disfrazarlas, o de echarlas, Él, desde su soledad, opta por mirarlas de frente y las desafía con su testimonio y su presencia. De la misma manera, nos invita a ser conscientes de ellas y afrontarlas como Él lo hizo. Jesús busca, con la ayuda del Padre, despertar en el mundo el hambre de compasión, solidaridad y justicia. Todo un proyecto de vida basado en el servicio y el amor a los más necesitados.

Pero no todos los desiertos son secos, en el desierto de Atacama (Chile) cada cinco años se transforma, florece. Como escribe la periodista Elena Arranz, “los versos de Pablo Neruda sobre el desierto de Atacama definen uno de los lugares más áridos del planeta. Ocasionalmente, ese salar vacío que retrataba el poeta chileno se convierte en una alfombra de flores gracias a un fenómeno climático que sucede tras una tormenta perfecta. Perfecta porque deben coincidir varios factores climatológicos que no se dan todos los años”.

Así pues, el desierto también puede florecer. Y nos preguntamos: en los desiertos de nuestra vida, ¿qué florece? En ellos buscamos un lugar de encuentro, de esperanza, donde puedes abrir un espacio a Dios en tu interior, en tu corazón. Y contemplar con sus ojos la realidad cotidiana y hacer que cada día las pequeñas cosas, la verdad, la fe y el amor sean la cosa más importante de tu vida para construir un mundo mejor.

Gna. Rosa Alsina

Provincia «San Raimundo de Peñafort»