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2 DE FEBRERO: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR 2020

28 enero, 2020

XXIV JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

Breve historia de la fiesta

Fiesta de las Luces o Hypapanti (es decir, la fiesta del Encuentro, como se le llama en Oriente), la celebración de este día nació en Jerusalén en el siglo IV. Asume desarrollos originales en Occidente: en Roma con un carácter más penitencial a partir del siglo VII y en la Galia con la bendición solemne y la procesión de velas conocida popularmente como la “fiesta de la Candelaria”. Esta fiesta también se conocía como la Purificación de la Santísima Virgen María hasta que la reciente Reforma del Calendario Litúrgico restauró su título de “Presentación del Señor”. Nos recuerda y recapitula todo el significado de la Natividad del Señor en una secuencia de gozo puro y profundo; Con la ofrenda de la Virgen Madre y la profecía de Simeón, el camino hacia la Pascua ya nos está abierto[1]. Desde 1997, el Papa Juan Pablo II hizo de la Fiesta de la Presentación del Señor el día de la vida consagrada.

Déjate purificar en toda obediencia y humildad

La celebración de este día destaca la presentación de Jesús y la Purificación de la Santísima Virgen María, dos procesos esenciales después del parto en la cultura hebrea. En realidad, aunque María y Jesús no tenían la obligación de realizar este rito, nos dan el mismo ejemplo de obediencia y humildad que nos hicieron vivir en la cuna de Navidad. Un ejemplo de vida que nos muestra que la santidad cristiana a la que estamos llamados debe unirse a nosotros en la totalidad de nuestra vida diaria, respetando las costumbres y hábitos sociales y eclesiales. Es la vida diaria asumida en nuestro estado de vida consagrada que se convierte así en el santuario de la presencia divina: nuestro trabajo, nuestra oración, nuestro ocio, nuestras amistades, nuestro maravillarse, nuestras alegrías, nuestra ternura, se convierten en los dominios en que se ejerce humildad, obediencia y santidad. Por lo tanto, entendemos que la santidad es la vida diaria promovida, transfigurada, habitada por las tres personas divinas, que dejan que su luz y su alegría brillen en nosotros.

Dios viene a nuestro encuentro

Con la palabra griega Hypapanti que significa “Encuentro”, esta celebración destaca el encuentro del Señor con el anciano Simeón y la profetisa Ana en el Templo. Este encuentro acentúa el aspecto sacrificial[2] y sacramental[3] del amor que se lee en la comunión personal de María con la pasión de Cristo, porque cuarenta días después de su maternidad divina, la profecía de Simeón la hace vislumbrar las perspectivas de su sufrimiento: “Una espada te atraverserá el alma”: gracias a su unión íntima con Cristo, María está asociada con la obra de Redención de su Hijo. También para nosotros, la liturgia de este día nos invita a salir, llenos de alegría, al encuentro del Salvador[4] que nos hace asociados de Dios en su obra de Salvación para el mundo. Eso sucede en nuestra vida diaria en la que Dios y nosotros debemos estar presentes en acción.

Tu y yo: Simeón y Ana de nuestro tiempo

En este XXIV día de la vida consagrada, seamos Siméon y Ana de nuestro tiempo; al igual que ellos, inspirémonos del don total de su vida que Cristo hace al mundo en el Templo; Al igual que ellos, discernimos en las cosas que percibimos, los signos de una realidad que no se puede ver, exactamente como Timothy Radcliffe dijo: “Los religiosos son como las personas que esperan el autobús. Este no lo vemos, pero como hay gente esperándolo, sabemos que vendrá”. Encendemos entonces nuestras velas y vamos al encuentro de Aquel que es la Luz de las Naciones. Que nuestros corazones se enciendan llenándose de Él para que siempre nos acompañe su luz y, por nuestra parte, seremos luces que iluminarán a los demás.

¡Feliz celebración para todas nosotras!

Hna. Edwige KEMONEANHON, op

Fuente de la imagen

[1] Misal Romano

[2] El aspecto sacrificial es lo que el hombre o la mujer hacen por Dios o por los demás.

[3] El aspecto sacramental es lo que Dios hace por nosotros.

[4] Prefacio del día.