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GAUDETE, ¡LA ALEGRIA DE UN DIOS QUE SE HACE CERCANO!

10 diciembre, 2019

El domingo pasado, Juan el Bautista nos invitaba a la conversión y a producir fruto. Los textos de este 3er domingo de Adviento nos invitan a la paciencia, la esperanza y la alegría como el fruto más hermoso que debe producir en nosotros el misterio de la Navidad, el misterio de Dios con nosotros: Alégrate, esta alegría que eleva es la alegría cristiana, la alegría de ver a Cristo convertirse en hombre entre los hombres. Cuando caminamos por nuestras calles en estos días, la atmósfera de Navidad difunde su atmósfera de alegría. Las ciudades, las calles están llenas de decoraciones, guirnaldas, abetos y luces que muestran alegría. El nacimiento del Señor en la tierra es una fuente de verdadera alegría.

La alegría es regocijarse de jubiló, vivir en la alegría. La alegría emana de una forma de ser, que requiere salir de uno mismo y que se regocija intensamente. Es una emoción que nos transforma físicamente, dándonos una sensación de vivacidad, al mismo tiempo que da vida. El texto de Is. 35 insiste en la llamada a la alegría que debe provocar en nosotros la venida del Salvador, el Redentor. Es, como nos dice el Papa Francisco[1], «el aliento del cristiano» porque «un cristiano que no es feliz en su corazón, no es un buen cristiano«. La alegría es el fruto del Espíritu Santo, es la paz, la paz del corazón, que sólo Dios puede darnos. Pero hoy, ¿tenemos motivos para alegrarnos? Vivimos en una cultura que no es feliz, una cultura en la que se inventan muchas cosas para entretenernos, divertirnos; El profeta Isaías no se dirige a personas a las que todo les va  bien, sino a personas que están acobardadas.  Sin embargo, les dice en nombre de Dios: «sed valientes, no tengáis miedo. He aquí vuestro Dios… El mismo viene en persona  y viene a salvaros». No seáis  nunca personas tristes: ¡un cristiano no debe serlo! ¡Nunca nos desanimemos! Nuestra alegría viene de haber conocido a una persona: ¡Jesús, sabiendo que con él nunca estamos solos, incluso en tiempos difíciles! Acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que Él nos acompaña: ahí  está nuestra alegría, la esperanza que debemos llevar a  nuestro mundo. ¡Llevemos a todos la alegría de la Fe!

En la segunda lectura, Santiago nos invita a la paciencia. Esta palabra usada 4 veces en el texto, resuena en nuestro mundo donde se va deprisa y donde se quiere todo y todo rápido. No estamos en un mundo donde reina la paciencia, estamos en lo instantáneo  y en lo inmediato.  En este sentido Santiago nos invita a respetar el tiempo de la siembra, el tiempo del crecimiento, el tiempo de la cosecha. Para que la tierra produzca su fruto, se necesita tiempo. Los profetas, dice Santiago, hablaron durante cinco siglos a un pueblo que no escuchaba y que no veía, sin embargo, tuvieron paciencia y  tenacidad para continuar predicando la Buena Nueva de salvación contra viento y marea. Nosotros también necesitamos ser pacientes viviendo  en alegría y esperanza.

La alegría también proviene de la esperanza de un mundo en evolución, de este reino en construcción, de esta fe de que Dios está obrando en este mundo y de que la salvación ya está ahí, incluso si se nos escapa a nuestra vista. Al igual que el agricultor ve en los pequeños brotes de invierno la promesa de una futura cosecha, también nosotros tenemos señales que nos son dadas. Las señales, un hombre mal vestido en el desierto, un niño en un pesebre, personas ciegas que ven, personas sordas que oyen, muertos que resucitan. Todo esto nos rodea pero no lo vemos, no lo entendemos, preferimos gemir y lamentarnos. Los signos están ahí  nuevamente hoy y el mundo es mejor hoy que ayer, pero para eso debemos abrir nuestros ojos y nuestros corazones. Debemos salir de nosotros mismos y abrirnos a los demás, no para juzgar y condenar como nos recuerda Santiago, sino para regocijarnos en lo que es bello  y hermoso a nuestro alrededor. Este debería ser el enfoque de cada uno de nosotros en este momento de Adviento para dar la bienvenida a la alegría de la Navidad y darnos cuenta de lo que sucede cuando Dios viene a nosotros al hacerse hombre y compartir con nosotros nuestra condición humana. Es una maravilla que debería llenarnos de alegría y jubilo. ¿Estoy comprometida a dar la bienvenida a la alegría de la Navidad? ¿Salir de mí misma con alegría y esperanza, esta alegría que nos eleva con la esperanza de encontrarla?

En nuestras vidas ocupadas y a veces atormentadas, durante el Adviento estamos invitados a mirar al Salvador que ha venido y sigue viniendo. El está cerca de nosotros. Nos apoya y nos estimula. Reanuda nuestras fuerzas y nos dispone cuando somos débiles. Tomemos el tiempo para reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y nuestros hermanos y hermanas para experimentar verdaderamente esta alegría ofrecida por la venida de nuestro Salvador.

¡Seamos felices y alegres!

¡Que el Príncipe de la Paz nos conceda en esta fiesta de Navidad una alegría profunda, la alegría que proviene de Dios y que debe nacer en los corazones de los hombres!

Hna. Dorothée Béatrice ANZIE

[1] PAPA FRANCISCO,  Meditación de la mañana en la capilla de la casa Santa Marta, La joie chrétienne, 28 mai 2018

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