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DICHOSOS LOS QUE NO HAN VISTO Y HAN CREIDO

23 abril, 2019

2º DOMINGO DE PASCUA (Domingo de la Misericordia Divina)
Evangelio: Juan 20, 19-23

Hoy el Evangelio narra la historia del Apóstol Tomás, que dudó que Jesucristo había resucitado de entre los muertos. Para manifestarle que realmente había resucitado, Jesús se le apareció y le mostró la señal de los clavos en sus manos y sus pies, y la marca de la herida de su costado. El Señor le dijo: «no seas incrédulo, sino creyente». Y agregó: «dichosos los que no han visto y han creído”. Estas palabras se dirigen a nosotros, porque, aunque nuestros ojos no lo han visto resucitado, no obstante, creemos firmemente que Él está vivo y lo vemos con los ojos de la fe.

Después de la resurrección, las marcas de la crucifixión permanecieron en el cuerpo glorioso de Cristo. ¿Por qué? Porque esas marcas son signos perdurables de su gran amor y fidelidad. Ellas nos dicen que cuando Cristo ama, ama total e intensamente, ama para siempre. Nada puede cambiar su corazón, ni siquiera nuestra infidelidad y amor a medias. Él permanece fiel y nunca nos negará ni abandonará.

Nuestro amor es frágil, pasajero, lleno de promesas incumplidas; ¡como palabras que escribimos en la arena de la playa y las olas y el viento arrastran una y otra vez hacia el olvido…! ¡Tan diferente al amor del Cristo! Si pudiera morir de nuevo, no dudaría en morir una y otra vez más por ti y por mí.

Otra razón por la que Jesucristo guarda las marcas de la crucifixión es para testificarnos que no es ajeno al sufrimiento humano y que está a nuestro lado acompañando nuestro dolor. Él, que tomó nuestra naturaleza y experimentó nuestras debilidades, se hace cargo de todas las situaciones por las que pasa nuestra vida. Cristo resucitado no se nos hace inaccesible, sino que siempre podremos acercarnos confiadamente a Él y recibir su consuelo y fortaleza.

Nosotras, nacidas en un país de tradición cristiana y de una familia que nos transmitió esta fe, el hecho de la resurrección de Cristo lo hemos aceptado sin cuestionarlo. Anualmente lo renovamos en las celebraciones de la Semana Santa que culminan en la Pascua; durante cincuenta días lo recordamos con la imagen de Cristo resucitado y el cirio pascual entronizado en nuestras iglesias y todos los días del año proclamamos en la Santa Misa, como misterio de nuestra fe, que Cristo ciertamente resucitó entre los muertos.

Sin embargo, Tomás, el discípulo que dudó representa la realidad de nuestra Iglesia. Hoy los creyentes, tenemos momentos oscuros y nuestra naturaleza humana pretende buscar muchas veces señales de la presencia de Dios. Las palabras de Jesús: «Dichosos los que no han visto y han creído» están destinadas a alentarnos y ayudarnos a llegar a esa etapa de fe mediante la cual creemos «que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios», «y para que creyendo tengamos vida en su nombre». El evangelio nos invita a poner nuestra mirada en las marcas perdurables de la crucifixión en el cuerpo de Jesús y ver más allá la belleza de su cruz, el amor infinito de Dios a la humanidad y la vida eterna.

Estamos llamadas a continuar el ministerio de Jesús como consagradas. Hoy nos enfrentamos con el desafío de transmitir la fe y no es nada fácil porque vivimos en medio de una sociedad moderna y secular aparentemente fría, escéptica, interesada en obtener argumentos racionales y que desea ver pruebas tangibles. Jesús dio suavemente a Tomás la oportunidad de obtener la evidencia que deseaba. Nosotras, la mejor prueba que podemos ofrecer a todos los Tomás de nuestro mundo, está en ser testimonios gozosos del Resucitado con una vida coherente con lo que predicamos.

Pidamos al Espíritu Santo, «Señor y dador de vida» que nos ayude a crecer en el amor infinito del Señor y a saber comunicar su mensaje de salvación a todos.

Hna. Cristine Caliguiran Guiyab
Provincia San Raimundo de Peñafort